Palmas a compás para Angelita Vargas
Es una de esas bailaoras que nacen cada medio siglo, de una pureza sin parangón. Su carrera artística ha sido admirable, un monumento a la fidelidad, siempre coherente con su crianza, con sus vivencias y con su cuna. El Tacón Flamenco de Utrera homenajea a la gran bailaora sevillana Angelita Vargas, ya retirada de los escenarios.
Utrera es una localidad sevillana en la que se da un flamenco con sello propio, el que le han dado los gitanos de la tierra, sin desmerecer a artistas como el Niño de Utrera, Curro de Utrera o Enrique Montoya. Los gitanos llevan siglos integrados en este pueblo, en el que acabó viviendo la cantaora jerezana Mercedes Fernández Vargas La Sarneta, muerta en este pueblo en 1912. Era la reina de la soleá en el XIX, sin olvidar a la rondeña María la Andonda, y está claro que dejó allí su esencia. Fernando el de Triana, en una letra antológica, escribió que cuando murió La Sarneta, la escuela quedó cerrada, sin saber que una niña de José el de Aurora y la Chacha Inés, llamada Fernanda Jiménez Peña, Fernanda de Utrera, soñaba ya con bordar en oro puro una nueva soleá gitana, la suya. Y hasta Manuel Fernández Granados, Perrate, el hijo de un humilde sillero gitano, que ya la cantaba cuando el de Triana escribió lo que escribió.
«Tenía que ser Utrera quien le rindiera homenaje a Angelita Vargas, donde unas pataítas por bulerías de Bernarda o Pepa la Feonga encendían los candiles de la madrugada»
No se puede entender el cante en Utrera sin los gitanos, los que cantan y los que no cantan, de ahí que naciera El Potaje, el festival de verano más antiguo de España, cuando el cante jondo peligraba o se perdía entre los pliegues de lo comercial. Los jóvenes gitanos de Utrera, los actuales, recogieron hace algún tiempo el testigo de aquellos otros gitanos del pueblo y, de una manera responsable, continúan su labor. Estos jóvenes crearon el Tacón Flamenco, en el que el pasado año rindieron honores al rey de baile gitano, Antonio el Farruco, y este año homenajean a la gran Angelita Vargas, la bailaora sevillana, retirada de los escenarios desde hace años por causa de una embolia.
Angelita es una de esas bailaoras que nacen cada medio siglo, de una pureza sin parangón, entendiendo la pureza como la esencia de la naturalidad y la sencillez gitanas. Angelita baila como habla y camina, como es en la cotidianidad de su día a día, de su vida, una vida de estrecheces y de lucha, de lágrimas y sueños rotos tantas y tantas veces. Nunca ha sido una bailaora comercial, de lección aprendida, sino visceral, auténtica y, por cierto, sin una escuela de patrón. Es sevillana y eso es ya una garantía, por lo que Sevilla significa en la historia del baile desde los tiempos de aquellas míticas boleras que competían con las gitanas de la Cava de Triana en las fiestas de la alta sociedad hispalense antes de subirse a los escenarios. Boleras como La Campanera, Manuela Perea La Nena o Petra Cámara, y gitanas buñoleras como La Nistra, La Cujiñí o Lola Bermúdez.
«Palmas a compás para Utrera, por entender que esta gran bailaora gitana sigue viviendo y sintiendo»
Tenía que ser Utrera quien le rindiera homenaje a Angelita Vargas, donde unas pataítas por bulerías de Bernarda o Pepa la Feonga encendían los candiles de la madrugada. Este homenaje es para Angelita, por su arte y magisterio, pero también es una llamada de atención al mundo del baile, hoy teatralizado y desnaturalizado, salvo excepciones en la mente de todos. A lo mejor es que el baile flamenco tiene que ir por ese camino, no lo sé, pero eso no es óbice para que bailaoras como Angelita Vargas caigan en el olvido, como ya ocurrió en otros tiempos, cuando artistas geniales como La Macarrona, La Malena, Fernanda Antúnez o La Chorrúa se morían de hambre y tristeza en la Alameda de Hércules de Sevilla, deslumbrada por el brillo de las lentejuelas del teatro.
Angelita ya no baila en los escenarios, pero sigue ahí, moviendo las manos con arte, bailando con los hombros y con la mirada, con el alma. Su carrera artística ha sido admirable, un monumento a la fidelidad, siempre coherente con su crianza, con sus vivencias y con su cuna. Por tanto, palmas a compás para Angelita y, de paso, también para Utrera, por entender que esta gran bailaora gitana sigue viviendo y sintiendo. El domingo puede ser un gran día. En Utrera, claro.