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Miguel Funi, una Giralda de Lebrija

No es de recibo que un cantaor como el Funi no esté mejor aprovechado, porque se van acabando los artistas como él. Muy pocos jóvenes cantan y bailan a la vez.


Ayer mismo tuve una larga conversación con el cantaor y bailaor lebrijano Miguel Funi y me quedé maravillado de cómo le funciona la cabeza, a pesar de que ya no es un niño. Es uno de los flamencos más sinceros que he conocido en mi vida y en cuarenta años los he conocido a todos, desde los más grandes a los más humildes. Miguel tendrá sus defectos, como todo hijo de vecino, caerá mejor o peor, pero es un hombre cabal y sin pelos en la lengua y eso le ha traído a veces problemas con compañeros, aficionados y críticos. Es de esa clase de artistas flamencos que cuando se van salimos todos diciendo que era un genio, y entonces ya no tiene importancia. Lo importante es decirlo cuando el artista vive y ayudarle a sobrevivir en un mundillo que a veces no es justo.

Con Miguel no se está siendo cabal, aunque sea un artista que aún trabaja y que tiene su sitio. Pero no se está sabiendo aprovechar que es un cantaor gitano de la vieja escuela lebrijana, con una sabiduría y unas vivencias que no muchos de su generación han tenido. En cualquier otra tierra que no fuera Andalucía sería un artista mimado al que pasearían por teatros y universidades del país solo para que contara sus vivencias. Y para que cantara y bailara, claro, porque aún lo hace con facultades y mucho arte. Miguel Funi es cantaor, no bailaor, aunque combina las dos cosas, porque eso se hacía mucho en las fiestas gitanas de Lebrija cuando él era un niño y en esas fiestas familiares fue donde lo aprendió todo, aunque también supo hacerlo de grandes artistas de escenario que no eran de Lebrija, de cantaores como Mairena o Caracol, entre otros. Sin embargo, Miguel no quiso nunca irse de Lebrija, a pesar de que tuvo sus oportunidades de afincarse en Madrid o Sevilla, que han sido siempre los lugares a los que se iban todos los artistas. El Funi es lebrijano y no puede vivir si no es en su tierra, caminar cada día por sus estrechas y empedradas calles, entre sus encaladas casas, hablar de cante en sus tabernas, respirar el aire de la marisma y oler el perfume de las flores y de los olivos.

Miguel es también un artista que sufre porque no está muy de acuerdo con el camino por el que va el cante jondo. Reconoce que hay artistas y buenas voces, pero lamenta la falta de afición y de personalidad. Naturalmente, Miguel pertenece a otra época, una en la que los jóvenes buscaban a los viejos maestros para aprender de ellos en las fiestas y reuniones, no en los discos. Se emociona cuando habla de Mairena, Juan Talega, Perrate, Diego del Gastor, Caracol, Paco Valdepeñas, Fernanda, Bernarda o Ansonini del Puerto. Y habla con respeto de otros artistas que no son de su mundo vivencial, como Pepe Marchena, con el que llegó a trabajar también cuando el cantaor marchenero iba ya de retirada.

No es de recibo que un cantaor como El Funi no esté mejor aprovechado, porque se van acabando los artistas como él. Muy pocos jóvenes cantan y bailan a la vez –Luis Peña y Javier Heredia destacan en eso–, y los pocos que lo hacen siguen su escuela o el estilo de Paco Valdepeñas, porque a Ansonini lo alcanzaron muy pocos de los que hoy cantan y bailan. De esa escuela es Miguel el que nos queda y aún está con una voz fresca, potente, y con una solera en su manera de bailar que te transporta a otros tiempos.

 

Foto: El Funi en la Feria de Sevilla 1967, de David George

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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