No creo que haya en todo Jerez un cantaor con tanta vocación como la que tiene Ezequiel Benítez, el hijo de un gran aficionado y entendido, Alfredo Benítez. Ezequiel es, además de un gran cantaor, un aficionado que hace honor a su padre y que ama el cante de una manera que roza el delirio. Cuando le conocí era solo un adolescente y me sorprendió de él precisamente eso, su amor a los viejos ecos, al cante de la tierra, a lo jondo de verdad. Parecía de otra época, de aquella en la que Tomás Pavón, Juan Mojama, el Niño Gloria o El Carbonerillo se buscaban la vida en los tabancos y solo hablaban de cante y de mujeres, en lugares sevillanos como La Europa o Las Siete Puertas, en la Alameda de Hércules. Ezequiel, además, es un jerezano muy jerezano, de casta, un enamorado de sus barrios más flamencos y emblemáticos, como son Santiago y San Miguel. He paseado alguna vez con él por estos barrios y miraba las viejas casas como si aún vivieran en ellas Chacón, Manuel Torres, El Chato, Salvaorillo padre o Currito el de la Jeroma. Y a mí esto me gusta, me emociona, sobre todo si es un chaval, como era entonces, porque asegura el futuro de los grandes cantaores aficionados.

«Y cómo se duele en las seguiriyas o en los fandangos por soleá y en los de Pepe Pinto. Se nota que ha grabado lo que quería grabar. Que esto no sea una quimera, sino un hecho real. Se lo ha ganado»

Quimeras del tiempo, el trabajo que acaba de sacar al mercado, es una joya porque resume precisamente eso, el sentir y la pasión de un joven cantaor de raza, de una jondura espeluznante. Puede haber algo de disfraz en su manera de cantar, de ejecutar con cierto mimetismo los palos más básicos, pero, ¿no es esto el pan nuestro de cada día? Y no es algo de este tiempo, sino de siempre, desde que Mojama se acomodaba en las maneras de Chacón y Manuel Torres, y éstos, los dos grandes reyes de la época, en las de Silverio o El Mellizo. Cuando Ezequiel Benítez canta por Antonio el Chaqueta no lo imita insolentemente, lo interpreta. Y lo mismo ocurre cuando trata de asemejarse a El Chozas de Lebrija en sus singulares bulerías o al gran Aurelio Sellés en las alegrías de Cádiz. Ezequiel se mete en el interior de estos maestros para buscar la esencia, lo que le duele de ellos y de sus cantes. Y trata de ajustarse a la partitura, al original, como buen escribano de la interpretación. Es admirable cómo acomete los cantes de compás, sobre todo las bulerías y las alegrías, con una soltura increíble. Y cómo se duele en las seguiriyas o en los fandangos por soleá y en los de Pepe Pinto. Se nota que ha grabado lo que quería grabar y que lo ha hecho convencido de querer dejar algo grande, de su gusto, para que se le reconozca como lo que es, un cantaor más que interesante, de innegable jondura y con los conocimientos necesarios e imprescindibles para salir airoso.

No es fácil ser cantaor en Jerez sin pertenecer a alguna de las estirpes cantaoras de esta tierra. No lo fue para El Chato o Salvaorillo, Chacón o Cepero, quienes a pesar de eso están en la historia del mejor cante flamenco. Magnífico disco, sí señor, con buenas guitarras como las de Rafael Rodríguez, Diego del Morao, Javier Patino, José de Pura o Manuel Parrilla, entre otros. Hay buen rollo en el disco, un ambiente propicio, adecuado. Ezequiel se lo pasó bien grabándolo y eso se nota nada más escuchar el primer cante. Ojalá le sirva esta obra para subir un poco y que le veamos más en los festivales de renombre. Que esto no sea una quimera, sino un hecho real. Se lo ha ganado.

Foto: Cristo García