Las aguas vuelven a su cauce
Siglo y medio después, la mujer tiene un papel en el flamenco de un enorme protagonismo. En todos los campos, además. Las hay dirigiendo tablaos, festivales, revistas y peñas. Ya nadie se rasga las vestiduras por eso.
Parece que con lo de la pandemia y sus consecuencias en el trabajo de los artistas flamencos, el tema del machismo en el flamenco ha pasado a mejor vida. O será que no hay dinero para chiringuitos feminijondos. La única vez que me han dejado hablar sobre este asunto, en Málaga, llevé tantos documentos que casi quedó el asunto zanjado. Lo celebro, aunque dé menos charlas, que por cierto llevo casi dos años sin dar ninguna. En agosto ofreceré la conferencia inaugural del II Congreso Internacional de Flamenco y Educación para Jóvenes, que organiza la Escuela de Flamenco de Andalucía y que se celebrará del 11 al 16 del citado mes. Hablaré sobre la importancia del flamenco en la sociedad española y, obviamente, del protagonismo de la mujer en este arte. No ahora, que es innegable, sino desde el principio de este arte.
«Ya nadie se rasga las vestiduras por eso, así que no se entendía bien que algunas feminijondas desenterraran el hacha de guerra»
Creo que nadie puede negar que vivimos por desgracia en una sociedad machista, pero lo cierto es que el arte flamenco fue siempre, desde sus primeros albores, un colectivo en el que la mujer estaba perfectamente integrada, como podemos ver en los primeros escritos sobre el cante, el baile y el toque. Además, con reconocimiento de estilos personales de artistas como María Borrico, La Andonda, La Parrala, La Sarneta o La Trini. Estilos y escuelas, claro. Es verdad que estaba mal visto que una mujer cantara o bailara en los cafés cantantes, como lo estaba también que actuaran los hombres. A lo mejor no tanto, pero la sociedad del XIX miraba con desprecio a aquellos valientes que dejaron de trabajar en el campo, la mar o la fragua para dedicarse al arte de la música, en este caso el flamenco. Silverio fue uno de ellos. Su familia quería que fuera sastre, como su padre y su hermano mayor, Nicolás, pero a él le tiraba el cante desde que, siendo un niño, descubrió cómo cantaban los gitanos de Morón de la Frontera en sus fraguas o en los tabancos del pueblo. Y ya no quiso hacer otra cosa en la vida nada más que cantar o crear cafés para que cantaran los demás, sobre todo las mujeres flamencas. Silverio, y hay que decirlo nuevamente, tuvo siempre en sus cafés cantantes una buena nómina de mujeres cantando o bailando, desde La Parrala o La Rubia hasta La Mejorana o Gabriela Ortega. Y jamás consintió que nadie ofendiera a ninguna de ellas en sus locales.
Siglo y medio después, la mujer tiene un papel en el flamenco de un enorme protagonismo, entre otras cosas porque se lo ha ganado. En todos los campos, además. Las hay dirigiendo tablaos, festivales nacionales e internacionales, revistas especializadas y peñas flamencas. Ya nadie se rasga las vestiduras por eso, así que no se entendía bien que algunas feminijondas desenterraran el hacha de guerra.