Larga vida al maestro Juan ‘El Lebrijano’
Lebrijano debería estar más presente en los festivales de verano y en los teatros, porque su presencia es una garantía de calidad y de maestría. Larga vida al maestro.
El pasado martes, en la apertura del ciclo Septiembre flamenco, que Sevilla ha rebautizado como la Bienalita, Lebrijano casi arma un lío cantando por soleá, que no es precisamente uno de los palos en los que ha destacado, más bien en la bulería por soleá, por su tendencia a los cantes rítmicos y de un compás más acelerado: cantiñas, tangos y bulerías. Su evidente merma de facultades hace que interprete mejor este palo, con mejor temple, parándose un poco y rebuscando aliento en su alma para redondear los tercios. Su voz sigue siendo una joya a cuidar por los aficionados, pero lo cierto es que no está teniendo el reconocimiento que merece tan importante cantaor lebrijano. De Lebrija y del mundo, porque es un artista conocido universalmente desde que apareció en los escenarios, en los sesenta del pasado siglo, en una época del cante nada fácil para hacerse figura puesto que había cuarenta más.
Su carrera ha estado marcada por una personalidad y creatividad fuera de toda duda, como se puede comprobar acudiendo a su obra discográfica, en la que ningún disco tiene nada que ver con el anterior. Nacido en el seno de una familia gitana de artistas y grandes aficionados, aprendió a cantar y a tocar la guitarra en su propia familia, en las fiestas caseras, aunque pronto supo buscar referencias, espejos en los que mirarse, como fueron Antonio Mairena, la Niña de los Peines, Juan Talega, Perrate de Utrera o su propia madre, María la Perrata, una cantaora de culto para los gitanos de Utrera y Lebrija, y para los no gitanos también. Finalizando la séptima década del pasado siglo, su disco De Sevilla a Cádiz, con el Niño Ricardo y Paco de Lucía, marcaría definitivamente el camino, primero con una línea clásica y afectado por Antonio Mairena, y a partir de ahí comenzó a crear una producción discográfica muy variada, experimentando en varios campos musicales, aportando conceptos, matices, y abriendo caminos.
Lebrijano es hoy el gran maestro, gustos al margen. Es muy admirado sobre todo por los jóvenes artistas y aficionados, y no es fácil que un cantaor de flamenco conecte con varias generaciones. Él lo ha hecho, siendo uno de aquellos que comenzaron a llevar a miles de jóvenes a los festivales de verano, como hicieron también Camarón, Morente, la Paquera, Menese, Turronero, Juan Villar, Chiquetete o Gabriel Moreno, entre otros. Y no solo a los festivales, sino a los teatros del país y de fuera de nuestras fronteras.
¿Está suficientemente reconocido Juan Peña El Lebrijano? Sinceramente, no lo está.
Recibió un bonito homenaje en La Caracolá de Lebrija, el festival de su pueblo, y otro en la pasada Bienal. Tiene además galardones como el Compás del Cante y algún otro. Pero así y todo, Lebrijano es un artista poco reconocido, sobre todo en el trabajo, en vista de que aún es capaz de levantar al público en un teatro, como vimos el pasado martes. En un teatro de Sevilla, además, ciudad donde tanto se sabe de cante flamenco, aunque a veces no estemos de acuerdo con la euforia de los aficionados, que en ocasiones se desata sin razón alguna. Lebrijano debería estar más presente en los festivales de verano y en los teatros, porque aunque haya perdido facultades y no siempre esté a la misma altura, su presencia es una garantía de calidad y de maestría. Larga vida al maestro.