Lágrimas por Manolete
Ha muerto Manuel Santiago Maya Manolete. Setenta años bailando, que se dice pronto. Creando y llevando el mejor baile flamenco por el mundo. Representando a la escuela granadina, que ha perdido a uno de sus grandes referentes. Tardará mucho en nacer, si es que nace, un bailaor tan gitano, tan granadino y tan buena gente.
La muerte del gran maestro del baile Manuel Santiago Maya Manolete me sume en la tristeza más absoluta. Era un buen amigo, además de un artista de mi gusto al que he visto bailar cientos de veces sobre un escenario. ¡Y cómo bailaba! No ha habido bailaor gitano más elegante que Manolete. Jamás metió los codos ni dejó de tener la cabeza bien colocada. Era de cristal de Bohemia, de fino. Y flamenco hasta la médula. Uno de los más grandes, que, además, olía a Granada como huelen las flores en la Alhambra. Cuando Mairena decía que la pureza del cante era el sabor al paisaje, se podría decir también sobre la del baile. Si Rafael el Negro, Juan Montoya o El Mimbre olían a Triana, Manolete olía a Granada desde la punta de los pies hasta el nacimiento de su abundante pelo negro.
Cada vez que venía a Sevilla, a la Bienal o algún otro festival de verano, lo dejaba todo para ir a verlo porque era como ver por una ventana parte de la historia del baile gitano o flamenco. A veces iba a verlo con su primo Mario Maya, que lo amaba, y veía que apenas respiraba viéndolo bailar. Le daba unos olés que sonaban en el Sacromonte. Un año en Córdoba fuimos a verlo bailar al Gran Teatro y estaba con nosotros Pilar López, su maestra y la de Mario. Pilar tampoco respiraba y lo miraba sin pestañear. Manolete embelesaba a todos, era hipnótico, como un danzarín indio. Su farruca, con referencias en ese baile que venían desde Faíco y El Gato, era una obra maestra, una pieza artística de enorme valor jondo.
«Sus solos de pies, escobillas, eran como una sinfonía de percusión: no pisaba la tarima, la sobrevolaba con la delicadeza del vuelo del águila real. Jamás dio un zapatazo. Su cabeza era perfecta, con un perfil que parecía sacado de un faraón egipcio»
Sus solos de pies, escobillas, eran como una sinfonía de percusión: no pisaba la tarima, la sobrevolaba con la delicadeza del vuelo del águila real. Jamás dio un zapatazo, eso que tanto abunda en la actualidad. Su cabeza era perfecta, con un perfil que parecía sacado de un rey egipcio. Como entenderán, solo me pueden salir cosas hermosas y positivas a la hora de glosar la personalidad y maestría del gran maestro granadino. En lo personal, en tantos años dedicados a la crítica tuve la oportunidad de hablar con él, de comer juntos y de reírnos de todo, porque era un cachondo. Serio, respetuoso, pero con su punto de ángel. Un humor nada chabacano, sino como su baile, de gran finura y elegancia.
Un artistazo en el mejor sentido de la palabra, que nos ha dejado tras una larga e impecable trayectoria, siendo bailaor desde niño, desde que se buscaba la vida en las cuevas granadinas, para competir luego con todos los grandes del baile y la danza. Setenta años bailando, que se dice pronto. Creando y llevando el mejor baile flamenco por el mundo. Representando a la escuela granadina, que ha perdido a uno de sus grandes referentes. Tardará mucho en nacer, si es que nace, un bailaor tan gitano, tan granadino y tan buena gente.