Aunque la Reunión tuviera tiempos mejores y esté de aquella manera, o sea, como la Chata, ya era hora de que tuvieran un detalle con el gran cantaor local Diego Andrade Martagón, en los carteles Diego Clavel. Le van a dedicar la Reunión de Cante Jondo, el que fuera gran festival de La Puebla de Cazalla cuando lo dirigía Francisco Moreno Galván.

La primera vez que escuché a Diego Clavel fue en la inauguración de Hielotrón, una pista de patinaje que pusieron en lo que hoy es Montequinto, en la carretera de Utrera. Sería el año 1976. Casi se cayó de la silla cantando el cambio seguiriyero de Manuel Molina, estilo que lo encumbró como cantaor.

A partir de esa noche lo seguí por los festivales, a él y a sus paisanos José Menese y Manuel Gerena. Me gustaba el corte de cante de La Puebla de Cazalla, sin olvidarme de Miguel Vargas, aunque se criara en Paradas. Ni de la Niña de la Puebla, recriada en Morón y una de mis debilidades. Pueblo cantaor, sin duda, y lo sigue siendo aún. Ahí están La Yiya, Rubito, Montesinos o el Boleco.

Una de las cosas por las que me gustó siempre Diego Clavel fue porque no imitaba a nadie, porque tenía un sonido propio. Y, desde luego, por su entrega. Impresionaba verlo en un escenario peleándose con los cantes, sobre todo con palos duros como las seguiriyas, la caña o las tonás. Recuerdo también su versión de la bambera, palo al que le injertó una enorme jondura.

Tras una carrera impecable, el maestro Diego decidió retirarse de los escenarios, seguramente harto del mundillo. Diego es un hombre tan honrado que se sentía incómodo ya en la profesión y decidió retirarse en plenitud de facultades. Podía hacerlo, porque miró siempre por lo ganado, y lo hizo. Dejando, por cierto, una obra discográfica muy interesante, que lo ha colocado entre los grandes.

Merecido reconocimiento, pues, al gran maestro morisco. Compartirá cartel con La Macanita, Encarna Anillo, Raúl Montesinos Hoyos, el baile de Farruquito y las guitarras de Manolo Franco, Antonio Carrion Jimenez, Manuel Valencia y Pituquete.