Muerte de un luchador
Ha fallecido Joaquín Amador, marido de la bailaora Manuela Carrasco. No todos los días se muere un guitarrista tan potente y con tanto gusto, ni un amigo tan sincero. La vida es lo mejor que tenemos, pero a veces nos pega unas puñaladas tremendas.
No es fácil ser crítico de flamenco y amigo de los artistas de este género. Era yo muy joven, empezando, cuando conocí al guitarrista Joaquín Amador y me cautivó su espíritu de lucha. Como guitarrista no lo vamos a descubrir ahora, porque haya muerto. Era de los grandes, aunque nunca fuera una estrella, en parte porque eligió ser el escudero más fiel de una diosa del baile, Manuela Carrasco, su esposa. El pasado año le hice un documental en la serie El Loco del Flamenco a Manuela y quise entrevistarlo, pero se negó. “Manuel, agradezco tu interés, pero yo quiero seguir detrás”, me dijo.
Se sacrificó para que brillaran sólo ella y sus hijas Samara y Manuela. Quería estar detrás, en la lucha, creando y organizando sus espectáculos, peleando por su familia. Joaquín era un tanque gitano, un trabajador incansable, y buena persona. Una noche estábamos en un acto con Paco de Lucía y me dijo el genio de Algeciras: “Joaquín tiene mil guitarras en la cabeza”. Se ha ido esta pasada noche en silencio, sin molestar, como fue siempre: un artista sencillo al que la fama le importó siempre un pimiento.
«Como guitarrista, no vamos a descubrir ahora a Joaquín Amador, porque haya muerto. Era de los grandes, aunque nunca fuera una estrella, en parte porque eligió ser el escudero más fiel de una diosa del baile, Manuela Carrasco, su esposa»
Tengo el corazón roto de dolor porque era mi amigo, un privilegio que me concedió hace años. También tuve con él mis cosillas, porque los críticos molestamos a veces a los artistas con nuestras opiniones. Pero siempre me respetó, quizá porque sabía que no era un crítico más, sino alguien sensible que, por ejemplo, adoraba a Manuela y eso le bastaba para considerarte un crítico serio.
Joaquín era fundamentalmente un hombre bueno, un gitano con el que daba gusto hablar de flamenco, sin fanatismos. Para él, Manuela era la mejor de todos los tiempos, pero sabía que no era la única. Una noche bailó Manuela como nunca en el Teatro Lope de Vega de Sevilla y Joaquín me buscó en la puerta del teatro. “No me hagas esperar a mañana, dime qué te ha parecido”, me preguntó. Cuando vio que tenía los ojos llenos de lágrimas, de la emoción, me guiñó un ojo y se fue. Me conmovía el amor por Manuela, la mujer de su vida. Su bailaora, claro está, pero también su ídolo en lo personal.
Qué pena que se haya ido tan pronto, aún joven, dejando destrozada a su familia. No todos los días se muere un guitarrista tan potente y con tanto gusto, ni un amigo tan sincero. La vida es lo mejor que tenemos, pero a veces nos pega unas puñaladas tremendas, como esta, que me ha dejado el corazón en dos cachos. Buen viaje, maestro y amigo.
Imagen superior: Joaquín Amador, con Manuel Bohórquez, Manuela Carrasco y Manuela Carrasco Jr en Triana, octubre 2021. Foto: perezventana