Los críticos de flamenco que no somos músicos –quiero decir que no tocamos la guitarra, que es mi caso, aun que cante algo y mal– necesitamos algo de tiempo para poder analizar un disco de guitarra flamenca. El del guitarrista jerezano me llegó hace varias semanas y lo he podido escuchar siete u ocho veces, las justas para que se me haya metido debajo de la piel, que es la parte del cuerpo donde almacenamos la sensibilidad quienes amamos la buena música.

Reconozco que he estado un tiempo reñido con la nueva guitarra flamenca, porque no paraban de salir obras basadas en la fuerza, en vertiginosos picados y falsetas para la galería. Siempre hay excepciones, claro está. Parecía como si hubiera que aporrear la guitarra para parecer más flamenco, cuando una sonanta es más de caricias que de manotazos, más para hacerle el amor con alma y delicadeza que para violarla. Me gusta Javier Patino por varias razones. La primera, porque es un guitarrista curtido en las facetas de acompañamiento al cante y el baile, una escuela que siempre me ha parecido fundamental. En esas facetas es también pura seda, delicadeza y ternura. Y tiene su sello, desde luego alejado de la vulgaridad reinante. Me gusta también porque ha sabido empaparse de otras músicas, lo que demuestra su apertura, esa actitud fundamental del músico no anquilosado en los sonidos imperantes o patrones impuestos. Compone de una manera que recuerda a los grandes clásicos de la música, cuyas obras te dejaban siempre un espacio para que descubrieras por ti mismo sus motivaciones. Patino tiene una técnica no exenta de aire, algo que no se entendería bien siendo jerezano y habiendo mamado la música de esa tierra en el tajo.

«Javier Patino es un guitarrista tan especial como su música flamenca y Oro negro no podía ser sino algo también muy especial»

En Oro negro, este guitarrista consigue que todo tenga un sentido, un hilo conductor, que puede ir desde la originalísima guajira hasta las bulerías: la técnica al servicio del buen gusto. Tiene esta obra los arreglos justos, que no molestan para nada a lo esencial, esto es, la labor de composición y una ejecución impecable, brillante y más que aseada. Entendemos la jondura casi siempre como una entrega al límite, a veces forzada o sobreactuada, del cantaor. Pero, ¿qué es la jondura en la guitarra flamenca? Desde luego no es llevar el toque a unos límites que descompongan la melodía y la estructura del compás, algo que nunca hace Patino, sino todo lo contrario: convierte su seguridad técnica en profundidad flamenca, en música con alma, esa música que no tiene nada que ver con la fuerza bruta.

Oro negro es, en resumidas cuentas, la demostración más que evidente de que toda música que pase por el tamiz de un gran músico, y Patino lo es, sea la música que sea, puede ser flamenca en las manos de un creador con talento y conocimientos. Fíjense en cómo integra todos los elementos, desde las voces del Londro, la Macanita o Jesús Méndez hasta la percusión del Cepillo o el saxo tenor de Diego Villegas. Una obra musical es el conjunto de varias obras que le dan coherencia, de ahí que haya disfrutado escuchando sus farrucas, sus alegrías, sus granaínas y, sobre todo, esas bulerías veloces y bien armonizadas que lo identifican con su tierra, aunque saliéndose claramente de lo habitual. Javier Patino es un guitarrista tan especial como su música flamenca y Oro negro no podía ser sino algo también muy especial. Disfruten de esta obra sin pensar nada más que en eso, en pasarlo bien, en entenderla desde la piel y también desde el alma.