El Niño Gloria en Sevilla
Rafael Ramos Antúnez 'El Gloria' fue una pieza clave en el desembarco de los jerezanos en Sevilla, creando una escuela por saetas, bulerías y fandangos, que aún pervive. No era fácil, ni lo es, cantar al estilo de El Gloria, pero lo han hecho grandes fenómenos como Naranjito, Mairena o Camarón.
Quizás Jerez no haya valorado como se merece a uno de sus más geniales cantaores, Rafael Ramos Antúnez El Gloria, que murió en Sevilla, en la pobreza más denigrante, en concreto el 11 de febrero de 1954, en el número 9 de la calle Divina Pastora, antigua Alcalá, donde nació el célebre bailaor Lamparilla, el hijo artista del también bailaor sevillano Antonio el Pintor. En ese domicilio murió El Gloria, a quien poco antes de su muerte se le podía ver con un puestecillo de chucherías por el Barrio de la Feria, San Juan de la Palma y la Alameda de Hércules. Injusto final de quien fue ídolo de Sevilla por sus saetas y también por sus fandangos y bulerías.
Era compañero de pesca de Tomás Pavón y Pepe Torres, y a veces se le podía ver con la Moreno de Jerez tomando una copa de aguardiente en La Europa, Las Siete Puertas o Las Maravillas. Todavía pasas por la Plaza de San Lorenzo o la Campana de Sevilla y se puede escuchar su gran voz saliendo de algún balcón de la calle Sierpes jaleado por la Niña de los Peines, Paco Mazaco o Manolo Caracol. ¡Ay, aquellas saetas siderales del Niño Gloria, que diría el poeta palaciego Joaquín Romero Murube! Decía el poeta que se agarraba a los balcones al paso de la Macarena o el Gran Poder y que fundía el hierro con sus manos, de cómo se agarraba.
El genio jerezano llegó a Sevilla a finales de la segunda década del siglo XX, con su madre y sus dos hermanas, Luisa La Pompi y Manuela La Sorda, que fueron también grandes artistas, sobre todo Luisa, otra gran cantaora olvidada en Sevilla. Manuela no era muy famosa, pero dicen que cantaba también por saetas como su hermano, aunque era más rara. Llegó a competir con La Finito y Mazaco en los balcones y, a diferencia de sus hermanos, le costó alejarse de Jerez, su tierra, a la que iba con mucha frecuencia.
Sobrino del cantaor Francisco Fernández Ramos, Tío Cabezas, el Niño Gloria nació en Jerez el 27 de abril de 1893, en la calle Nueva (Barrio de Santiago), y su escuela fue como la de tantos otros artistas jerezanos: las fiestas familiares en el campo o en las casas de vecinos. Nunca pensó en ser artista, quizá porque sabía bien cómo acababan los cantaores en su tiempo: pobres y olvidados. Era un buen bracero del campo, cotizado en las tierras de Jerez y El Cuervo, y solo cantaba para los amigos. Pero liaba la marimorena cada vez que interpretaba unos villancicos por bulerías de su tierra, y eso le animó a probar fortuna en Sevilla, donde nada más llegar comenzó a buscarse la vida en La Vinícola o El Pasaje Sevillano junto a figuras como su paisano Manuel Torres, su hijo Tomás, el guitarrista Manolo de Huelva o la bailaora La Malena.
«No se tiene el mismo duende por la mañana que por la noche; con hambre, que sin hambre» (Niño Gloria)
En su trato personal, dicen que Rafael era campechano, bromista y formal. Tenía unas teorías muy extrañas, personales, sobre las cosas del cante. Un día le preguntaron sobre el compás y contestó que era como montar a caballo y que no te doliera el culo. “Es coordinación”, dijo. Sobre el duende, que era un estado de ánimo. “No se tiene el mismo duende por la mañana que por la noche; con hambre, que sin hambre”. Todo un personaje.
Dicen que cantaba para bailar como ningún otro cantaor, de ahí que La Argentinita lo fichara para Las calles de Cádiz, sin duda por recomendación de uno de sus grandes admiradores, el torero sevillano Ignacio Sánchez Mejías. Se lo rifaron las mejores bailaoras de su tiempo, por su sentido del compás y una voz que se les metía dentro. “De fuego”, dijo su paisana La Macarrona.
Rafael fue una pieza clave en el desembarco de los jerezanos en Sevilla, creando una escuela por saetas, bulerías y fandangos, que aún pervive. No era fácil, ni lo es, cantar al estilo de El Gloria, pero lo han hecho grandes fenómenos como Naranjito, Mairena o Camarón, en palos como el fandango, la saeta y la bulería, lo mismo la corta que la que llamamos “para escuchá”.