El abuelo y las vivencias flamencas
Los artistas son personas, seres humanos, aunque a veces los consideremos dioses. Si por algo merece la pena dedicarse a esto es por poder tratarlos en la intimidad y disfrutar de su arte dentro y fuera de los escenarios. Eso sí, guardando las distancias, porque cada uno juega su papel en el flamenco. Las vivencias te dan sabiduría y sensibilidad.
– Abuelo, ¿las vivencias son importantes para aprender a amar el flamenco, al margen de que se sepa más o menos?
– Por supuesto, Manolillo.
– Ya no hay vivencias con los artistas, ¿no?
-¿Cómo que no las hay? Eso es un error pensarlo siquiera. Los jóvenes de hoy buscan el contacto con Poveda, Arcángel, Antonio Reyes, Jesús Méndez, Esperanza Fernández o Estrella Morente, como yo buscaba en mis tiempos a Mairena, Morente, La Paquera, Menese, Lebrijano o Camarón. Es algo esencial para entender mejor a los artistas flamencos, que siempre han sido personas cercanas y cariñosas. Mira, Mairena iba a su pueblo y se solía meter en fiesta en los bares, con los amigos, y casi siempre cantaba y hasta se medía con los cantaores jóvenes. Con Confite, por ejemplo, que cantaba maravillosamente y era el que lo picaba. En ese aspecto, Antonio era humilde.
– ¿Con qué artistas has estado de fiesta en la intimidad?
– Con casi todos los de los últimos cuarenta años. Con Mairena solo una vez. Fue en Sevilla, en la Peña Niño Ricardo, que estuvo en la Alfalfa, cerquita de donde nacieron Silverio y Pastora Imperio. Aquella noche ofreció una conferencia y llevaba de guitarrista a Pedro Peña, el hermano del Lebrijano, que fue quien lo acompañó en su último disco, El calor de mis recuerdos. Antonio se quedó en camiseta de tirantas, porque la peña era pequeña y hacía mucho calor. Y cantó, entre otras cosas, la llamada soleá de Charamusco. Estaban en la reunión Matilde Coral y su marido Rafael El Negro, Naranjito y Luis Caballero, el Nano de Jerez, el crítico Miguel Acal y un buen grupo de grandes aficionados. Imagínate el privilegio de haber estado allí.
«Me entró de todo, pero salí a la calle con Farruco. Y entonces me comentó lo siguiente: “Te escucho todas las noches por la radio y quiero decirte que eres el único crítico de flamenco, de los de hoy, que tiene dos dedos de vergüenza”. Eché todo el aire fuera de un golpe y desde aquella noche nos hicimos grandes amigos»
– ¿Y con artistas de Jerez?
– Recuerdo que en 1981, si no me falla la memoria, le dieron un beneficio al Tío Borrico en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, en el que tomaron parte casi todas las figuras. Yo era muy amigo de su hija María la Burra, que vivía en Sevilla, y ella me metió en el camerino para que conociera a su padre y a Tía Juana la del Pipa, la madre de la actual. Y allí vi algo que me elevó al cielo: a Tío Borrico cantarle a Juana, los dos sentados, por bulerías, de una manera que la tengo grabada en la memoria. Aquella mujer levantó los brazos, con aquella cabeza suya tan bien colocada, y no recuerdo haber visto jamás una estampa tan flamenca.
– ¿Alguna vivencia con Terremoto, el padre?
– Sí, una muy emotiva. Fue cinco días antes de morir, en 1981. Cantaba en el Festival del Verdeo de Arahal, mi pueblo, y entré al camerino a saludarlo. Estaba tocando la guitarra y me fijé en su cara, colorada como un tomate. Me dijo que andaba regular de salud. Le hice una fotografía, que conservo, y esa noche cantó y bailó de maravilla. El fin de semana siguiente cantaba en el Festival de Ronda, y ese fue su último festival. Cuando fui a revelar el carrete de fotos, se había velado casi todo. Curiosamente, se salvó su fotografía y la de una perrita mía que también murió aquellos días. Solo se salvaron esas dos. Un día le conté esto a su hijo Fernando, y a su madre, en Madrid, en un programa de radio, y a los dos se les saltaron las lágrimas de la emoción.
– ¿Y del mundo del baile?
– Traté mucho a Farruco, aunque ya en sus últimos años de vida. Una noche en la que yo presentaba a Juana la del Revuelo en la Peña Flamenca El Chozas, de Sevilla, apareció él con su yerno El Moreno. Estaba en el escenario hablando de Juana y veo frente a mí a Antonio mirándome muy serio, como analizándome, y la verdad es que llegué a preocuparme, porque pensé que alguna crítica le podía haber molestado. Cuando me bajé del escenario me abordó y me invitó a salir a la calle para hablar conmigo. Y me dijo: “Mira, sé que eres Manolito Bohórquez y hace tiempo que quería hablar contigo cara a cara, como deben hablar los hombres”. Me entró de todo, pero salí a la calle con él. Y entonces me comentó lo siguiente: “Te escucho todas las noches por la radio y quiero decirte que eres el único crítico de flamenco, de los de hoy, que tiene dos dedos de vergüenza”. Eché todo el aire fuera de un golpe y desde aquella noche nos hicimos grandes amigos.
– Vaya vivencias, abuelo.
– Los artistas son personas, seres humanos, aunque a veces los consideremos dioses. No lo son. Si por algo merece la pena dedicarse a esto es por poder tratarlos en la intimidad y disfrutar de su arte, el que pueda, dentro y fuera de los escenarios. Eso sí, guardando las distancias, porque cada uno juega su papel en el flamenco. Las vivencias te dan sabiduría y sensibilidad. Te ayudan a conocer la verdadera motivación de los artistas y a entender mejor lo que hacen, en su salsa, en su ambiente. Un aficionado sin vivencias es como un gazpacho sin pepino.
– Ojú, abuelo, con lo bien que ibas y has roto el encanto con esa comparación. Tienes que hacerte mirar los remates, ¿vale?