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El abuelo nos habla de saetas y saeteros - Archivo Expoflamenco
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El abuelo nos habla de saetas y saeteros

Manuel Torres y Rafael el Gloria, también de Jerez, revolucionaron la saeta e impusieron esa manera tan flamenca de cantarlas. Luego destacaron Pastora Pavón e Isabelita de Jerez, las mejores en ese palo. Y La Finito de Triana, que no era de Triana ni se crió en ese barrio.


– Abuelo, creo que nunca hemos hablado de saetas y saeteros. ¿Es que no le gustan?

– Me encantan las saetas y creo que tuve la suerte de vivir su época de dorada, que para mí fue en la primera mitad del pasado siglo. Tu bisabuelo, o sea, mi padre, me habló mucho de aquellos genios del XIX, de cómo las cantaban Tomás el Nitri, los Marrurros de Jerez, Salvaorillo, Frijones y Silverio.

– En aquel tiempo aún no serían saetas flamencas, ¿no?

– ¡Cómo que no! Eran flamencas porque estos artistas eran flamencos. No me imagino al Nitri cantando eso que llaman saeta llana, la de los frailes franciscanos de Marchena o Cabra, sino jondas. Lo que ocurre es que no grabaron y nunca lo vamos a saber, pero tuvieron que ser magníficos. Mira, cuando Manuel Torres llegó a Sevilla, con el nuevo siglo, traía ya esa forma de saeta que se impuso en Sevilla. Llegó con 20 años y habría escuchado en Jerez y en Cádiz a muchos gitanos que ya la cantaban gitana, como Paco la Luz o su propio tío, el gran cantaor Joaquín Lacherna, el hermano de Tomasa, la madre de Manuel.

– ¿Manuel Torres fue el mejor?

– Sin ninguna duda, Manolillo. Entonces, en Sevilla no se cantaba ese tipo de saeta, sino una todavía folklórica, de los conventos. Manuel y Rafael el Gloria, también de Jerez, revolucionaron la saeta e impusieron esa manera tan flamenca de cantarlas. Luego destacaron Pastora Pavón e Isabelita de Jerez, las mejores en ese palo. Y La Finito de Triana, que no era de Triana ni se crió en ese barrio, aunque se haya dicho alguna vez.

– ¿Dónde dejamos a Centeno y a Vallejo?

– Estos dos sevillanos llevaron la saeta a la cima del espectáculo, eran eso, espectaculares, sobre todo Vallejo, pero no tuvieron la jondura de Manuel y El Gloria. Las voces no determinan la calidad del cante, sino el conocimiento, pero sí la diferencia de las emociones. A mí me emocionaban más El Majareta y El Gloria, claro. Incluso Paco Mazaco, que era otro genio de la saeta.

– Del que no se habla nunca es de Pepe Valencia, el saetero sevillano. Tengo tres saetas suyas y creo que era un fenómeno.

– Pepito Valencia era lo que llamamos un balconero, un especialista. Cuando cantaba en la calle Cuna, que lo hacía todos los años, las demás calles del centro se quedaban vacías. No destacó nada más que en la saeta, pero ahí era el amo, por su seguridad y dominio de la voz.

– Y la Niña de la Alfalfa, ¿qué tal era?

– Rocío Vega Farfán, que así se llamó, era cantante lírica, no era flamenca, pero se hizo la dueña de los balcones del casco antiguo de Sevilla. Cantaba en la Alfalfa y se oía en Triana, porque al ser de la ópera, conocía la técnica de lanzar lejos la voz. Esa técnica la hizo famosa.

– De Tomás ni hablamos, ¿no, abuelo?

– Mejor no hablar, porque no acabaríamos. Lo escuché una noche en San Román y aún tengo la saeta en las entrañas.

– ¿Y de los más modernos? Caracol, Mairena, el Pinto…

– El Pinto era un poco dulzón para mi gusto, y la saeta es amargura, pero un grandísimo cantaor y un buen saetero. Caracol, un genio. Se descomponía cantando saetas y los gitanos se desgarraban la ropa cuando cantaba en San Román. Y Mairena, de la escuela de Torres y El Gloria, otro fenómeno. Entró de rebote en la Semana Santa sevillana, antes de la Guerra, y llegó a tener mucha fuerza.

– ¿Alguna anécdota relacionada con la saeta en Sevilla?

– Sí, una muy simpática. Había un enano en Sevilla, una especie de bufón de las fiestas, al que le gastaban muchas bromas. Una noche se empeñó en cantarle una saeta a la Macarena al entrar en la Campana, desde la terraza del Bar Pinto. Como medía poco más de medio metro, el Beni de Cádiz lo subió a un barril que había en la acera del bar y cuando llegó la Macarena y el enano empezó a templarse, el Beni comenzó a girar el barril y, como el pobre hombre cantaba con los ojos cerrados, le cantó la saeta al escaparate de una tienda de sombreros que había al lado del Bar Pinto.

– Qué mala leche, abuelo.

– Las cosas del Beni de Cádiz.

 


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Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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