Don Moraíto no se fue del todo
Un cacho de pan bendito, que decimos en el sur de España. Humilde, siendo grande. Desprendido, sin ser rico. Fiel a sus amigos y compañero de sus compañeros. Nadie se queda aquí después de muerto si no se es así, como era Moraíto Chico.
El pasado lunes, día 10 de agosto de 2015, se cumplieron cuatro años de la marcha del gran guitarrista jerezano Manuel Moreno Junquera, Moraíto Chico, muerto en la flor de su vida como consecuencia de un cáncer. Nadie aceptó esa muerte, sobre todo en Jerez, su tierra, donde si paseas por sus empedradas y estrechas arterias parece que te lo vas a encontrar andando con El Chícharo o Fernando el de la Morena, riéndose, con esa sonrisa suya que iluminaba de noche todo el Barrio de Santiago. Jerez de la Frontera nunca entierra a sus artistas flamencos, aunque los llore el día que se van.
«Cuando vas a Jerez tienes siempre la sensación de que te lo vas a encontrar por alguna taberna del Barrio de Santiago o la Plazuela»
Moraíto sigue vivo, como siguen vivos Fernandito Terremoto, Luis de la Pica y El Torta, las ausencias más frescas. Los flamencos hablan de Morao como si no se hubiera ido. No hace mucho tempo estuve tomando copas en Jerez y siempre que pedían una nueva ronda alguien decía que le llenaran también al Morao, y el camarero lo hacía. Esto no lo he visto en ninguna parte de Andalucía, quizás porque Jerez es el único lugar de la región donde los artistas se ven a diario para tomar copas, cantar, bailar y tocar la guitarra. Y para hablar de flamenco, de cante, de Terremoto, de Mojama, de Isabelita, de Chacón, del Torres y del Gloria. Y cuando hablan de Moraíto lo hacen con alegría, sin derramar lágrimas, porque aquel fatídico 10 de agosto solo se fue su cuerpo. Por eso cuando vas a Jerez tienes siempre la sensación de que te lo vas a encontrar por la calle o al entrar en alguna taberna del Barrio de Santiago o la Plazuela.
Esto ocurre solo con los flamencos carismáticos, y él lo era. Y además de un artista con carisma era un ser humano de una calidad y una ternura increíbles. Un cacho de pan bendito, que decimos en el sur de España. Humilde, siendo grande. Desprendido, sin ser rico. Fiel a sus amigos y compañero de sus compañeros. Nadie se queda aquí después de muerto si no se es así, como era Moraíto. Luego está su obra, que sin ser extensa, que no lo es, es y será siempre una referencia de flamenco puro. Nadie tocó jamás con el aire jerezano del Morao. Nadie te ha transportado en el tiempo como él, sin resultar estático. Nadie te metía el compás entre la piel y los huesos como el hijo de Juan Morao, el hermano de don Manuel. Nadie te hacía aguantar la respiración en cada nota, en cada acorde, o en cada una de sus sabrosas y gitanísimas falsetas. Nunca fue un prodigio técnico, aunque tampoco era manco. Era consciente de que su toque representaba a una escuela que jamás destacó en técnica de conservatorio, la de Jerez, esa escuela de Javier Molina que se tiñó de morao y oro con los Morao. Gracias a Dios, don Moraíto no se fue del todo.