Diez años sin el Señor Morente
Una sentida reflexión sobre la figura del cantaor granadino Enrique Morente en el décimo aniversario de su fallecimiento. «Deja de hablar de mí, Manolico, que te van a arruinar», me dijo un día.
Tal día como hoy, 13 de diciembre, pero de 2010 moría en Madrid el cantaor granadino Enrique Morente Cotelo, uno de los artistas flamencos más grandes de la historia, al que traté quizá como a ningún otro artista de cualquier género. Me lo presentó el pintor sevillano Antonio Badía Lozano precisamente en Madrid a mediados de los ochenta, con motivo de una entrevista que me hizo María Ávila en Televisión Española. Aquella noche estuve cenando con él y el citado pintor, y luego recorrimos algunos locales de moda entonces. En uno de ellos me presentó a José Luis Balbín, María Asquerino y Pastora Vega, nieta de Pastora Imperio, que era relaciones públicas del local. Pasó una cosa muy simpática, que demuestra lo que era Enrique en Madrid. El portero no lo reconoció y le pidió que pasara por taquilla. Pero una vez dentro, Pastora Vega lo vio y le preguntó si le habían puesto problemas para entrar. “Sí, pero pagando se entra en todas partes”, dijo el maestro. Entonces, Pastora fue a la caja, le devolvió el dinero y le pidió disculpas. “El portero es polaco”, le dijo.
Jamás olvidaré aquella noche porque nunca me había tomado una cerveza con un cantaor al que adoraba. Hablamos mucho, sobre todo de cante. Al hablar de Juan Talega, al que conoció, me dijo cosas sobre él que me sorprendieron. Pero lo más sorprendente fue que para explicarme un cante de Juan, lo imitó cantando por lo bajini y era el señor Talega clavado. He tenido la suerte de hablar de cante con grandes maestros como Juan Valderrama, Antonio Mairena, Fosforito o Lebrijano, pero confieso que ni imaginaba que Morente pudiera saber tanto de cante. Me explicó con toda clase de detalles cómo cantaba el sobrino de Joaquín el de la Paula y dónde ahondaba o daba ojana. Lo hizo con respeto, claro, porque Enrique era una persona que profesó siempre gran respeto por los demás artistas.
«A los diez años de su muerte, es increíble lo que ha cambiado el panorama. Enrique es hoy un artista admirado en todo el mundo, sobre todo entre los artistas jóvenes del flamenco y de otros géneros musicales»
Era ya muy discutido, aunque no en Madrid, que fue siempre su feudo. Me dijo que tenía muchos seguidores en Sevilla, pero que, en general, le habían hecho mucho daño algunos críticos, que “me esperaban en el tren para darme en el cogote”. Y esa noche, esa misma noche me propuse hacer una labor con él en la capital andaluza. Me hice morentista y mis disgustillos me llevé con los que jamás reconocieron en Sevilla la calidad y la importancia de este cantaor. Entonces presentaba festivales y recitales, y daba charlas, pero una parte de la afición sevillana me castigó por “morentista”. Pasé a no hacer nada, y como aún no cobraba como crítico en ninguno de los medios en los que trabajaba, Radio Aljarafe y El Correo, las pasé canutas para pagar el alquiler del piso. Hablando un día con Enrique de esto, me dijo: “Deja de hablar de mí, Manolico, que te van a arruinar”.
Fueron muchos años de amistad, de una amistad seria y limpia, que algunos no entendieron bien. Artistas incluso. Un maestro del cante, de Sevilla, llegó a decir que yo le estaba haciendo mucho daño al flamenco “apoyando tanto a Morente”. Curiosamente, ahora dice que es uno de los genios del siglo XX. La ojana Sevilla. La misma que tuvieron con Silverio o Marchena. Pero Enrique se reía de estas cosas e iba a lo suyo. Al final acabó metiéndose a la afición de Sevilla en el bolsillo y llenaba siempre los teatros cuando actuaba en la Bienal. A los diez años de su muerte, es increíble lo que ha cambiado el panorama. Enrique es hoy un artista admirado en todo el mundo, sobre todo entre los artistas jóvenes del flamenco y de otros géneros musicales. Sin deberle nada a nadie, aunque es justo destacar el papel de algunas personas en su favor.
Le pasó un poco como a Marchena: que lo machacaron sin conocer su obra musical. Solo por ser gaché, guapo y famoso.
Imagen superior: portada del álbum ‘Misa flamenca’