Dejad que se acerquen al flamenco
Me cuesta entender que un joven andaluz de hoy no sepa lo que es el flamenco, aunque hace décadas era aún más grave. La verdad es que los jóvenes andaluces están muy interesados por nuestro arte y que disfrutan de él todo lo que pueden.
No tuve la suerte de que alguien fuera a mi colegio a hablar de flamenco, un arte que en los años sesenta del pasado siglo era muy popular y que atravesaba un buen momento. Ni recuerdo haber escuchado música en mi colegio, salvo el Cara al sol, que los niños cantábamos en el patio antes de entrar, con babi y pelados al cero. Por eso me pongo tan contento cuando me piden que vaya a un colegio o instituto para hablar de flamenco a los niños o adolescentes, algo que hago de vez en cuando y de manera desinteresada, como no podía ser de otra manera.
Hace años iba una o dos veces al mes al pueblo sevillano de Burguillos para hablar de flamenco a los niños escolarizados del pueblo. Lo hacía en la Peña Flamenca La Era, un local pequeño y decorado con fotografías y carteles de flamenco. El primer día que fui me di cuenta de que los niños prestaban poca atención a lo que les decía, algo lógico, porque qué sabían ellos de Silverio, Caracol o Marchena. Así que al llegar a casa me puse a reflexionar sobre el asunto y se me ocurrió la solución: llevarles una gramola, discos de pizarra, cancioneros, carteles y objetos personales de algunos artistas.
«Cuando voy a los grandes festivales los veo muy centrados y metidos. Que los jóvenes se acerquen al flamenco es una labor de todos los que amamos esta música. Son el futuro»
Cuando los chavales vieron cómo funcionaba una gramola de los años treinta y cómo eran los discos que solían escuchar sus abuelos, se emocionaron mucho. Recuerdo que una niña incluso lloró escuchando a la Niña de los Peines por peteneras, cuando sonó en la gramola esta pieza musical única: Quisiera yo renegar/ de este mundo por entero… Había encontrado al fin la forma de que prestaran atención a mis palabras. Aquella fue una experiencia muy hermosa.
Siempre que escribo o hablo del asunto del flamenco en las escuelas me acuerdo de Ricardo Rodríguez Cosano, un gran aficionado del pueblo sevillano de Casariche que vivió muchos años de vida en Lebrija, una tierra muy flamenca. Era maestro de escuela y un gran entendido en flamenco, así que comenzó una labor en su colegio para meter a los niños por el flamenco. Un día fui a verlo y descubrí que a la hora del recreo sonaban unas bulerías lebrijanas a través de unos altavoces instalados en el patio.
Aquello me emocionó y sé que muchos lebrijanos y muchas lebrijanas que hoy tienen entre treinta y cuarenta años son aficionados a la música de su tierra gracias a aquel gran profesor y aficionado al flamenco que fue el entrañable Ricardo Rodríguez Cosano. Y gran persona, dicho sea de paso. Ya murió y fue una gran pérdida, pero dejó algunos libros y, sobre todo, el recuerdo de un hombre bueno.
Me cuesta entender que un joven andaluz de hoy no sepa lo que es el flamenco, aunque hace décadas era aún más grave. La verdad es que los jóvenes andaluces están muy interesados por nuestro arte y que disfrutan de él todo lo que pueden. Cuando voy a los grandes festivales los veo muy centrados y metidos, y es una verdadera satisfacción haber contribuido modestamente a esto desde mis programas de radio, el periódico para el que llevo treinta y siete años escribiendo, y mis libros.
Que los jóvenes se acerquen al flamenco es una labor de todos los que amamos esta música. Son el futuro.