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Con Morente y Kraus en Madrid

A Alfredo Kraus le asombraba de su amigo Enrique Morente que sacara a veces los registros que sacaba tras estar mudo y harto de copas y tabaco. “Es algo milagroso –me dijo–, porque yo para estar al cien por cien no puedo ni beber agua antes de una actuación”.


En uno de mis viajes a Madrid coincidí una noche con Enrique Morente y Alfredo Kraus, que eran amigos. El tenor canario era un enamorado del cante flamenco, como lo fueron Gayarre o Fleta, admiradores de Chacón y Vallejo, respectivamente. A Alfredo le asombraba de Enrique que sacara a veces los registros que sacaba tras estar mudo y harto de copas y tabaco. “Es algo milagroso –me dijo–, porque yo para estar al cien por cien no puedo ni beber agua antes de una actuación”.

 

Comprobé eso más de una vez, cómo Enrique estaba mudo en un concierto, pero en la segunda parte sacaba una voz increíble. Él conocía su voz muy bien, que es algo fundamental. Pastora se quedaba muda, se limpiaba la boca con un pañuelo y era capaz de cantar una granaína. Hay un cantaor joven de buena escuela, al que ya ponen de genio, que tiene graves problemas de voz porque no conoce bien su registro. Por tanto, tendrá problemas a lo largo de su carrera, si ya los tiene, siendo tan insultantemente joven.

 

 

«Los cantaores son genios, todos, porque sin educación académica ninguna, solo la flamenca, la natural, son capaces de tirar un tono por el aire y recogerlo con una habilidad innata increíble» (Alfredo Kraus)

 

 

Enrique Morente tuvo también algunos problemas de voz, tantos que se planteó dejar el cante y poner un negocio en Sierra Nevada, un tablao. Eso se le podía ocurrir solo al maestro. Pero fue corrigiendo su afonía y la convirtió en una cualidad para sus muchos seguidores. Kraus me dijo que tenía unos recursos de voz increíbles, capaz de pasar de una octava alta a una baja sin despeinarse. Pero se asombraba de ver cómo se castigaba la garganta con alcohol y tabaco, encerrado en un sótano sin apenas ventilación, como El Candela. “Los cantaores son genios, todos, porque sin educación académica ninguna, solo la flamenca, la natural, son capaces de tirar un tono por el aire y recogerlo con una habilidad innata increíble”.

 

Enrique, además, lo mismo se fumaba un cigarro rubio o negro que se bebía un cubata o un mosto de Umbrete, le daba igual. Lo vi a veces fumarse un puro como un pepino, aunque de los buenos, y al rato empalmaba ducados como un condenado. Le metía mano a todo lo que ardiera. Y tenía una hernia de hiato desde joven, que al final desembocó en algo más serio, causándole la muerte. Pero le daba igual, no podía alternar sin beber y fumar, aunque jamás le vi borracho. No había manera de tumbarlo. Creo que en eso se parecía también a su maestro Matrona, que se llevaba tres días de borrachera y cuando ya no podía más, decía: “Llevadme al garaje”. O sea, a casa.

 

Don Alfredo me dijo también que era capaz de adivinar cuándo un cantaor fingía estar enduendado. «Son unos actores magníficos, me quedo turulato. Un cantaor de Barcelona me pidió una noche más dinero si quería cante con duende. Le dije que no y cantó para matarlo. Me chantajeó con el duende”, me dijo el gran tenor, entre carcajadas. Eso solía hacer Manuel Torres. “Si mi cante tiene duende es más caro», parece ser que le dijo una noche a Sánchez Mejías.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

1 COMMENT
  • Mario 28 agosto, 2022

    Debería ponerle nombre a ese «insultantemente joven» cantaor. Respeto su crítica, pero las omisiones solo apuntan a su vanidad y su desidia como crítico. ¿Es cierto que usted desafió a María Toledo y no supo ni darle las palmas? A ver si tanto oír no es suficiente para aprender a hacer.

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