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Silverio Franconetti vive - Archivo Expoflamenco
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Silverio Franconetti vive

Si hoy el flamenco lo es, es en gran parte por la labor de aquel hombretón que fue hijo de un romano y de una alcalareña. No gitano, sí, porque en aquellos años, en el meridiano del siglo XIX, no todos los que cantaban, bailaban o tocaban la guitarra eran calés.


Todos mis lectores de tantos años saben de mi admiración por Silverio Franconetti, el gran cantaor sevillano, sin duda la figura histórica más importante del arte flamenco por muchas razones. Digo gran cantaor, a sabiendas de que alguien me va a recordar que no grabó y que, por tanto, no sabemos cómo cantaba. Lógico. Tampoco sabemos cómo lo hacían El Planeta, El Fillo, Tomás el Nitri, Manuel Molina o Curro Dulce y han llenado páginas de libros en las que casi se puede oler el pellizco y el duende. Lo tendrían, no lo dudo, como lo tendría el sevillano, entre otras muchas cualidades, porque Silverio no fue un cantaor más sino alguien que además de cantar bien luchó por la dignificación del género para que no muriera y fuera un arte reconocido en el mundo.

Si hoy el flamenco lo es, es en gran parte por la labor de aquel hombretón que fue hijo de un romano y de una alcalareña. No gitano, sí, porque en aquellos años, en el meridiano del siglo XIX, no todos los que cantaban, bailaban o tocaban la guitarra eran calés. De hecho, los primeros profesionales eran castellanos, andaluces o gachés, como José Lorente, Enrique Prado, Ramón Sartorio, José Perea o el mismo Silverio. Esta no es una de esas afirmaciones tan de los flamencólogos, sino algo fácilmente demostrable.

Hace algún tiempo contactó conmigo Silverio Franconetti Marín, un chaval de Morón de la Frontera (Sevilla), diciéndome que era de la familia del gran artista sevillano y que quería tener una charla conmigo. Aunque Silverio nació en Sevilla el 10 de junio de 1831, en la Alfalfa, con nueve o diez años se fue a vivir a Morón de la Frontera al quedar huérfano de padre, donde su hermano Nicolás, el mayor, había abierto una sastrería. Pues este chaval es descendiente de Nicolás Franconetti Aguilar, se llama Silverio Franconetti, es de Morón y su padre también se llama Silverio. Y es admirable la labor que está llevando a cabo, recopilando información sobre sus antepasados, sobre todo del gran Silverio. Tiene 23 años y parece que lleva cincuenta siendo aficionado, por cómo habla de flamenco. Esto, en estos tiempos, es un verdadero tesoro.

Silverio quiere que Sevilla reconozca de una vez por todas y de manera oficial la importancia de Franconetti en la historia del flamenco. Y también Morón de la Frontera, porque no hay que olvidar que el histórico artista se hizo cantaor en Morón, localidad donde siempre ha habido no solo afición el cante, sino artistas y grandes aficionados. Resulta del todo inexplicable que este pueblo no haga algo por Silverio, por lo que representa en la historia de nuestro arte. Y lo de Sevilla es que clama al cielo. Nada hay en la capital andaluza que recuerde al que es el padre del flamenco, al hombre que más hizo por unir las escuelas gitana y andaluza, dirigiendo primero cafés y creando compañías, y luego creando su propio café en la calle Rosario de Sevilla, el Salón Silverio, que estuvo abierto hasta pocos meses antes de la muerte del artista, en julio de 1889.

Silverio Franconetti Marín quiere lograr que tanto Morón como Sevilla hagan algo por Silverio para perpetuar su memoria y que el mundo sepa quién fue y qué representa en la historia de un arte ya universal. Y a mí es algo que me parece admirable, luego voy a estar a su vera para todo lo que necesite. A veces nos quejamos de lo poco que se mojan los jóvenes con el flamenco. Pues bien, el joven Silverio se está mojando. Es cierto que lo hace porque Silverio era de su familia, pero me consta que le interesa el flamenco más allá de la figura de Franconetti.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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