Evolucionar sí, pero con talento
El flamenco actual no tiene por qué ser del siglo XIX o de los años sesenta y setenta del pasado. El secreto está en programar con talento, sin marginar el flamenco de otras épocas, ese que se han convertido en clásico por algo, y lo nuevo que va surgiendo.
Son muchos los que piensan que los críticos de flamenco, sobre todo los de la vieja escuela, estamos en contra de que se programe en los grandes festivales un flamenco no tradicional. En lo que a mí respecta, ni mucho menos es así. Cuando hacía radio, en los ochenta, me criticaban al principio por ser excesivamente conservador y poco permisivo con las innovaciones. Luego empezaron a llamarme todo lo contrario, cuando empecé a pinchar discos de Morente, Camarón o Gerardo Núñez, sus cosas más comerciales y pegadizas. “Este se va a cargar el cante”, decían los puristas más rancios.
Cuando hablamos de flamenco tradicional, ¿de qué hablamos en realidad? ¿Qué es el flamenco tradicional y en qué época lo situamos? El flamenco no surgió una noche en una juerga, sino que fue un proceso seguramente de siglos. Aparece ya como tal, con los palos muy definidos, y gestado, a mediados del XIX. Digo gestado y no en estado de gestación. Es decir, un arte acabado, aunque con la última mano de barniz muy fresca aún. ¿Alguien puede haber pensado alguna vez que una seguiriya gitana o la clásica caña pudieron ser creadas por un genio en una noche de inspiración?
Todos los genios o avanzados han sido discutidos al principio de sus carreras. Y es hasta lógico, por lo celos de los llamados puristas o cabales, quienes tienen miedo de que se pierda el cante clásico, esas formas que nos legaron los pioneros. Silverio, Chacón, Marchena, Caracol, Valderrama, Morente y Camarón fueron artistas muy discutidos por los aficionados. ¿Es hoy una malagueña de Chacón una pieza clásica de un gran valor artístico y cultural? Claro que sí. Tan clásica y de tanto valor como cualquier pieza de Turina, Falla o Tárrega. Pues a Chacón lo acribillaron por cantar esas “malagueñitas” en los cafés de Sevilla.
Todavía hay quienes piensan que una malagueña o un fandango son menos flamenco que una soleá o unos tangos. ¿Quién decidió esto en su momento, para que Lorca y Falla hicieran lo que hicieron en Granada en 1992: clasificar el valor de los palos del cante? Y después de Granada, en los demás concursos. Todavía los hay donde pagan mejor una mala seguiriya que una buena malagueña o una taranta.
El flamenco tradicional, o sea, el clásico, el que ha venido sobreviviendo en el tiempo contra viento y marea, es imprescindible en los grandes festivales nacionales e internacionales, porque proyectan este arte al mundo entero y el mundo quiere flamenco clásico. Los que vienen cada año a la Bienal de Sevilla o al Festival de Jerez no vienen a que les tomen el pelo con experimentos que han desaparecido a los tres días del estreno. Vienen fundamentalmente a emocionarse con el flamenco tradicional porque no lo tienen en sus países de origen. Fusión, danza contemporánea y rarezas, todas las del mundo y más. Flamenco de verdad, poco, por no decir nada.
Quiero decir con esto que en la Bienal de Sevilla o en cualquier otro festival del mundo caben todas las corrientes y tendencias del flamenco, y siempre ha sido así. Recuerdo haber visto a Lole y Manuel en los clásicos festivales de verano de los pueblos andaluces compartiendo cartel con Fosforito, Menese o La Paquera. Y también recuerdo cómo a Pepa Montes y Ricardo Miño les quitaban festivales por meter una caja en el cuadro.
Lo que me parece fundamental es que festivales como la Bienal o el de las Minas estén bien organizados. Refiriéndome al festival sevillano, llamado festival de festivales, tengo que decir que en las últimas ediciones ha venido siendo un desastre, como un gran gazpacho en el que cabía de todo. Y en un festival de esta categoría y repercusión en el mundo no puede haber ninguna duda sobre si su programación es o no de flamenco. Es que tiene que ser de flamenco, porque si no sería una estafa al aficionado que viene desde tan lejos.
El flamenco actual no tiene por qué ser del siglo XIX o de los años sesenta y setenta del pasado. Hoy hay un flamenco, el de esta etapa, y no podemos ignorarlo. Por tanto, para ir acabando, el secreto está en programar con talento, sin marginar el flamenco de otras épocas, ese que se han convertido en clásico por algo, y lo nuevo que va surgiendo. Evolucionar sí, pero con talento y sin ojana. Conservar la Giralda para que no se caiga, sin renunciar a la Torre Pelli.
No sé si me han entendido.