Veinte años sin Luis de la Pica, «un hombre feliz»
Sigue estando presente en la tierra que lo vio nacer, "y fuera de aquí también". Sus letras quedarán para siempre y, sobre todo, nunca olvidarán la bondad de una alma única y limpia que nunca quiso dañar a nadie, solo cantar y bailar. Creativo y personal, puede decirse que ha sido un artista de sentimentalidad exclusiva y cuyo legado emocional
El miércoles 7 de agosto de 2019 se cumplieron viente años sin Luis de la Pica, ese cantaor del jerezano barrio de Santiago que siempre defendió de forma natural y vivencial la libertad del alma. No es que reivindicara nada, es que lo practicaba y, así, daba ejemplo. Pero tal era su amplitud del concepto que no intentaba que otros lo copiaran, sino que regalaba su tiempo y su esencia a todo el que lo quisiera.
Dos décadas han pasado ya desde que una mañana del 7 de agosto de 1999 Luis se trasladara hasta el hospital de Jerez sin apenas vida en el vehículo que lo transportaba, tras una noche de juerga en Los Juncales. Su hermana Isabel nos contaba ayer, día señalaíto, en un bar de la calle Larga mientras tomábamos café que llegó a eso de las 2 de la mañana ante la sorpresa de su madre. «¿Ya estás aquí, Luis?», preguntó. «Vengo por más dinero», respondió de forma noble su hijo. «Estamos muy a gusto en Santiago», seguía contando en su casa.
Desde que llegó a su casa bien entrado el amanecer comenzó a sentirse mal, «con una punzá en el pecho, pero en vez de ir al hospital directamente se puso una bolsa de hielo» copiando a otro artista que le había pasado lo mismo semanas antes, aunque Luis no tuvo la misma suerte que éste.
«Artista de los artistas, Luis recibía la visita de Camarón, Curro Romero o Manzanares cada cierto tiempo para echar un rato largo de fiesta»
Lo que ocurrió después, todos los sabemos. Falleció y todos lo despidieron como merecía, entre lágrimas y aplausos. Aunque es cierto también que todos esos gitanos vecinos que tantas noches convivieron con él fueron al bar de Agustín (Arco de Santiago) para tomarse unos cuantos «cortitos de La Ina», como relata su hermana.
Este cantaor que apenas tenía 48 años de edad vivió como quiso, y fue feliz. «No tenía nada suyo, todo lo daba aunque en casa no era como en la calle», cuenta Isabel. Continúa diciendo que «mi hermano era bueno, noble, no quería problemas con nadie y si ganaba dinero en una fiesta se lo gastaba de momento con los que veía». Artista de los artistas, Luis recibía la visita de Camarón, Curro Romero o Manzanares cada cierto tiempo para echar un rato largo de fiesta. «Una vez llegó Manzanares a por él y se llevaron una semana en el Hotel Jerez», añade.
Habla desde el amor a un ser especial, a una estrella que iluminaba la calle Nueva y que contaba con el cariño de todos. «Nos pedía cinco mil pesetas con mucho arte cuando la cosa escaseaba, aunque es verdad que el tenía un buen caché», y añade Isabel que «a veces pedía el doble para no ir, pero al final se lo daban». Cierto y claro es que este Luis que fue siempre un artista. Hasta paseando marcó una etapa en el flamenco jerezano con la sabiduría de un poeta callejero que necesitaba reencontrarse con la luna cada noche y expresarlo en forma de bulerías. Él mismo se escribía sus letras que «hasta Alejandro Sanz le pagaba para que le diera algunas».
«Son tantas anécdotas las que nos vienen a la cabeza que podríamos escribir un libro», reconoce el marido de Isabel, cuñado del Pica. «Luis no pasaba nunca la Nochebuena en casa, sino en la de Enrique el Zambo, o Rafael Agarrado, Moraíto… en la que le cogiera más cerca». Aunque recuerda una especial «porque sí se quedó con nosotros y se llevó cantando por soleá más de dos horas seguidas». Amante de Paula y Terremoto, del puchero y los besugos, salía siempre de su casa del Polígono de San Benito perfumado y con el pelo mojado, en taxi hasta Santiago. Así a diario.
Lo que está claro es que Luis sigue estando presente en la tierra que lo vio nacer, «y fuera de aquí también». Sus letras quedarán para siempre y, sobre todo, nunca olvidarán la bondad de una alma única y limpia que nunca quiso dañar a nadie, solo cantar y bailar. Creativo y personal, puede decirse que ha sido un artista de sentimentalidad exclusiva y cuyo legado emocional no desaparecerá nunca.
Foto: portada del libro+cd Duende Taciturno de Alfredo Grimaldos.