Los que saben de flamenco
Al final, el resultado es similar que en las tertulias de cabales, de antes y de ahora. Que aquí el único que chanela de flamenco soy yo, y tú no tienes ni idea.
No es cosa solo de este tiempo. Ha ocurrido en todas las épocas. Hablamos de tertulias de cabales, esos que han dejado de considerar al flamenco como mera afición donde llenar sus espacios de ocio para situarlo en el centro exacto de sus vidas. Están al tanto de las tendencias, acuden a los espectáculos con regularidad. Le dan al cante de auricular en la bicicleta elíptica del gimnasio, y enchufan sus listas de reproducción a la radio del coche. Son los cabales, los que saben de flamenco.
Hoy en día todo el mundo sabe de flamenco. Lo compruebo a diario, tanto en Facebook como en la barra del bar de mi barrio. Algunos hablan con autoridad porque se saben dos temitas de José Mercé y sacan el cajón a pasear los sábados por la noche. Otros tienen en casa la antología de Manolo Caracol, sin estrenar y en vinilo, cuánto crees que pueden darme por ella. Al final, el resultado es similar que en las tertulias de cabales, de antes y de ahora. Que aquí el único que chanela de flamenco soy yo, y tú no tienes ni idea.
A clavito y a canela me hueles tú a mí,
el que no huele a clavo ni a canelita
no sabe istinguir.
Eso cantaba el señó Manuel Molina en el siglo XIX, uno de los mayores creadores flamencos de todos los tiempos. Ni era señor ni se llamaba Molina. Se llamaba Ortega Vargas. Era un tratante adinerado que tenía una tabla en el mercado de Jerez de la Frontera, y una casa palacio en la calle Honsario, la misma calle donde luego nacería Juanito Mojama. Está claro que no es necesario, ni mucho menos obligatorio, conocer estos datos para paladear esa seguiriya en la voz de Antonio Mairena. Pero debemos darle su mérito a aquellos que pasaron años investigando hasta dar con la verdadera identidad de este cantaor, que fue uno de los mejores seguiriyeros de su tiempo y al que, fuera del ámbito de las tertulias de cabales, casi nadie conoce.
Hay dos corrientes que nunca confluirán. Por un lado, los que consideran que el disfrute y el gozo que produce el flamenco de por sí es mucho mayor si va acompañado de conocimiento. Por ejemplo, saber que esa seguiriya, mucho antes que por Mairena, fue grabada por don Antonio Chacón, Manuel Torres, Manuel Vallejo, Tomás Pavón y su hermana Pastora, La Niña de los Peines, entre otros. Conocer esas versiones, compararlas y tomar partido según tus preferencias.
Aquí corremos el riesgo de pegarnos contra las tablas de la intelectualidad, dando de lado lo más importante que nos aporta la música: la emoción y el sentimiento.
Y por otro lado, los que únicamente están interesados en consumir flamenco atendiendo a los sentimientos que este les produce. Poco importa si esa soleá es de la Serneta o de Ramón el Ollero. Ya tengo bastante con esforzarme en istinguir una soleá de una seguiriya. Vale, como los de la otra opción llevada al extremo, se están perdiendo el cincuenta por ciento de la experiencia. Unos y otros acaban en las redes sociales, o en la tertulia de cabales, igual que hace cien años. El navajazo visto y no visto que ponía fin a las discusiones de cante en las mugrientas tabernas de la Alameda de Hércules fue hace tiempo sustituido, afortunadamente, por la puñalá virtual en los muros propios y ajenos. Para, al final, concluir que tú no tienes ni idea y que aquí el único que chanela de flamenco soy yo.