Los caminos del cante se cruzan en El Cuervo
La localidad de El Cuervo de Sevilla logra salvar in extremis la VIII edición de su ciclo La Choza de Juaniquín. La afición disfrutó de las sabias palabras del investigador José María Castaño y del cante del jerezano Jaime Villar.
Dicen que los andaluces lloran sus penas con cante. No digo yo todos, pero algunos sí que lo hacen. Lloran los hombres recios y las mujeres hechas. Las manos de la mar y las del campo. Y hasta las guitarras sueltan su dolor por alegrías cuando el implacable clavijero se empeña en darle una vuelta más al potro de su tortura. Son tiempos de acíbar y ricino para los flamencos. Maldita epidemia que todo lo aja y lo malogra. Unas docenas de almas se buscan y se reencuentran en la antigua Casa de Postas, hoy felizmente reconvertida en centro cultural. Con mascarilla y sin abrazos, eso es lo que hay. Pero hace mucho más frío fuera del flamenco.
Es la sede del ciclo flamenco la Choza de Juaniquín, al que le ha crecido una ene de unos años a esta parte. Juaniquí de Lebrija, o Tío Juaniquí, como es conocido entre los aficionados al cante jondo, no era de Lebrija, sino de Jerez de la Frontera. Juan José Moreno Jiménez dio su primer quejío el 29 de enero de 1863. En qué calle. En el campo, según reza su partida de nacimiento. Y fue bautizado al día siguiente en la parroquia de Santiago. Su padre, de Trebujena. Su madre, y el resto de la familia materna, de Lebrija. Al contrario que el Chozas de Jerez, que no era de Jerez, sino de Lebrija. Qué cosas tienen los flamencos.
Juan José repartió su vida entre Jerez, Lebrija, Las Cabezas de San Juan, Utrera y Sanlúcar de Barrameda, donde murió en 1946. El Cuervo de Sevilla es un municipio de reciente creación, pues hasta 1992 era una pedanía de Lebrija. La choza donde habitaba Tío Juaniquí estaba situada en un lugar incierto en el camino de Lebrija a El Cuervo. Fue lugar de peregrinaje de los flamencos de toda Andalucía. Sus soleares son veneradas por la afición como auténticas reliquias, y se han conservado hasta la actualidad.
«José María Castaño nos acompañó en un recorrido por las calles Honsario, Gitanos, Don Juan o Moreno y presentarnos a Mercedes la Serneta y al célebre señó Manuel Molina, creador de la más antigua seguiriya jerezana»
La memoria de su persona y la de su morada son honradas hoy por el Ateneo Cultural Andaluz Arbonaida, desde la creación en 2013 de este ya célebre festival veraniego: La choza de Juaniquín. Uno de sus integrantes, Gonzalo Amarillo, nos hace sentir como en casa: «Nosotros trabajamos la cultura de forma transversal y, evidentemente, al ser un ateneo andaluz, el flamenco tiene un lugar prioritario. Desde el principio tuvimos claro que El Cuervo debía tener su propio festival flamenco, conectado a la figura de Juaniquí y a la de su hijo, Casto Moreno Vargas, que fue el fundador del primer Ateneo de El Cuervo en 1934». Casto, que fue represaliado por el régimen franquista, tuvo que mudar su nombre por el de José, hasta que pudo recuperarlo en su vejez con la llegada de la democracia. Él era el famoso hijo de la célebre soleá de su padre:
Tengo un hijo perdío,
si Dios no me lo remedia
voy a perder el sentío.
Fue Gonzalo Amarillo el hilo conductor del acto de inauguración. Primeramente, con un sentido homenaje a dos personas muy queridas en el Ateneo. Casto Moreno Merchán, conocido en la población por Tito Andrés, y nieto de Juaniquí, nunca se perdió una edición de La Choza. Hasta que falleció a los ochenta y cinco años en agosto de 2020. Dos meses después lo hizo el gran flamencólogo jerezano Alfredo Benítez, padre del cantaor Ezequiel Benítez. La proyección de varios vídeos de ambos sentados a la vera de José María Castaño rompió el muro de contención de los asistentes. Ni el propio investigador, con quien don Alfredo tuvo una estrecha relación en el programa Los caminos del cante, pudo contener las lágrimas.
Tras el recuerdo vino la recuperación de la memoria. José María Castaño presentó su último libro, La Albarizuela, el tercer barrio gitano y flamenco de Jerez. El barrio de San Pedro, situado en las inmediaciones del Teatro Villamarta, y paralelo a la calle Arcos, fue borrado de un plumazo de la historiografía del flamenco. Parecía que en Jerez solo había dos núcleos creadores: Santiago y San Miguel. Castaño nos acompañó en un recorrido por las calles Honsario, Gitanos, Don Juan o Moreno y presentarnos a Mercedes la Serneta y al célebre señó Manuel Molina, creador de la más antigua seguiriya jerezana. A Joaquín Lacherna y a su hermana Tomasa, madre de Manuel Torres. Y, como le gusta llamarlo a él, a la joya de la corona, el gran Juanito Mojama.
Para terminar, el propio periodista presentó al cantaor Jaime Villar, nacido y criado en dicho barrio. Fajado en mil batallas en el cante de atrás, y con varios discos dedicados al mal llamado nuevo flamenco o flamenco fusión, el artista se peleó con el cante a unas horas que no son las más apropiadas para lacerar corazones. Destacó especialmente por seguiriyas, en las que demostró técnica y facultades como para dar mucha guerra. Tras los tientos, los tangos, y las alegrías, vino la soleá de la Serneta, interpretada con temple y buen gusto. Y remató la faena con dos fandangos de su tierra. Estuvo acompañado por la atenta guitarra de Manuel Heredia.