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Enrique Remache, el cantaor que construye cajones flamencos y dibuja a lápiz - Archivo Expoflamenco
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Enrique Remache, el cantaor que construye cajones flamencos y dibuja a lápiz

En plena pandemia, el jerezano Enrique Remache comenzó a construir cajones para niños pequeños, sin esperar la repercusión que tendría entre los profesionales de la percusión.


Mientras que las calles del mundo estaban desiertas y la Covid-19 hacía estragos en el aspecto sanitario, social y económico, a Enrique Remache no se le ocurrió otra cosa que recuperar sus labores manuales con la madera. Él, que siempre ha soñado con vivir del cante, tener esta actividad como su profesión y triunfar en los escenarios, sufría como cualquier otro artista la incertidumbre de la situación. ¿Cuándo volverían a enfrentarse al público?

 

No parecía encontrar respuesta, y mucho menos un hilo de esperanza. Enrique, que nace en Jerez en 1990 y que pertenece a sagas tan importantes como la de los Sordera, Terremoto o Pantoja, ha cantado desde pequeño y ha tenido la oportunidad de subirse a importantes escenarios en estos años como el de la Fiesta de la Bulería de Jerez, el Festival de Jerez o la Sala García Lorca de Madrid. Aun así, nadie dijo que fuese fácil llegar a la cima, ni siquiera mantenerse. Ahí sigue con la ilusión del primer día y con la felicidad de haber triunfado junto al bailaor Fernando Jiménez en la última edición de la Fiesta de la Bulería Joven de su tierra, hace unos días, además de haber acompañado recientemente a la bailaora Claudia Cruz en la Noche Flamenca de Vejer. “Tengo claro que mi profesión es el cante, aunque no pueda evitar mostrar mis inquietudes en otras disciplinas”.

 

Cuando se refiere a “inquietudes” quiere decir que sabe dibujar a lápiz porque, como el cante, le viene de familia. “Mi tío Rafael Pantoja dibuja a lápiz y mi tío José lo hace al óleo, los dos increíbles, y yo me veía capaz de hacerlo también. Compré las herramientas y elegí a Carmen Amaya para reproducirla y me salió bien. Ahí empecé a aficionarme y ya son muchos los que me encargan algún trabajo tanto de flamenco como a nivel más personal”, comenta Enrique. Reconoce que “soy autodidacta, no me ha enseñado nadie ni he ido a ninguna escuela, pero noto que es algo que me viene en la sangre”.

 

Otra de las grandes aficiones de este alma libre es la carpintería, las manualidades relacionadas con la madera. Cuenta que “no quise seguir estudiando una vez que acabé el instituto. Un amigo de mi padre me dio la oportunidad de formar parte de su taller para aprender las técnicas básicas de la carpintería y lo aproveché bastante. Una vez que me dediqué más al flamenco lo dejé a un lado”.

 

 

«Yo soy y seguiré siendo cantaor, pero puedo compaginarlo con estas labores que creo que me pueden ayudar en tiempos complicados cuando la agenda no está tan repleta»

 

 

Llega la pandemia y “comienzo a hacer algunos cajones para niños pequeños, sin pretensiones, solo por recuperar esa afición y evitar caer en el aburrimiento diario y desesperación”. Aquello que empezó como un entretenimiento termina convirtiéndose en un proyecto de vida, sobre todo porque “algunos percusionistas de nivel, como mi primo Ané Carrasco, me dijeron que la calidad era muy buena y que producen un sonido de los que les gusta a los profesionales”. Al mismo tiempo, el percusionista granadino Manu Masaedo animó al jerezano a que siguiera construyendo cajones pero pensando en “los profesionales, me decía que podía conseguir un buen instrumento y que debía acercarme a ese cajón original que trajo Paco de Lucía en su día”.

 

¿Qué diferencia existe entre ese, al que se refiere Enrique, y los que ahora se comercializan?, pregunto ante mi gran duda. “El sonido actual está más definido por las cuerdas, pues es mucho más musical y parece que lo que suena es una batería, y no tanto al golpe de la madera”, matiza. Ante la invitación de Manu, Enrique investigó durante dos años hasta sacar el primer cajón a escena, “yo quise que estuviera al cien por cien, no al 90 por ciento, y eso le pedí a Masaedo, que me dijera cuándo estaba verdaderamente apto para que un profesional pudiera tocarlo”.

 

Remache trabaja en su tiempo libre en un taller a las afueras de Jerez donde “me vengo con mi padre y no tenemos prisas, él me ayuda y siempre intentamos que el trabajo salga de calidad”. Insiste de forma contundente en que “yo soy y seguiré siendo cantaor, pero puedo compaginarlo con estas labores que creo que me pueden ayudar en tiempos complicados cuando la agenda no está tan repleta”. Estos cajones, que pueden oscilar en el mercado entre los 400 y 700 euros, “aunque yo como estoy empezando no puedo hablar aún desde la perspectiva de negocio”, tienen un proceso de dos meses desde que comienza su elaboración hasta que llega al cliente. Enrique espera que los encargos aumenten para poder formalizar esta ilusión y convertirla en una fuente de ingresos sumada a la del cante, “que es lo mío”.

 

Por ahora, ya son muchos los que han querido sentarse en un Enrique Remache (por cierto, con un logo creado por él mismo y en el que se representan varias letras representativas tanto para él como para su familia), caso de los ya mencionados Ané Carrasco y Manu Masaedo, así como Piraña, Tobalo, Perico Navarro… “Ahora Sabu Porrina me ha llamado, pero no doy abasto porque yo saco cada pieza a mano y de forma muy cuidada para que sean de una calidad excelente”. Pero se ve agradecido porque “son muchos más encargos de lo que yo esperaba”.

 

 

El cantaor jerezano Enrique Remache, en su taller artesanal de cajones flamencos, agosto 2022. Foto: Juan Garrido

 


Jerez, 1991. Flamenco y comunicación las 24 horas del día. Desde 2012 en prensa escrita, tertulias radiofónicas, programas de tv, presentación de festivales, revistas especializadas... En mi familia todos bailamos por bulerías, aunque yo soy el único periodista.

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