Opiniología jonda
Un género como nuestro flamenco es fuente de juicio continuo. Opinólogos de toda talla y pelaje vierten sus pareceres a diestra y siniestra acerca de los temas más dispares. Tan pronto escuchas que Marchena era un genio del arte como que no sabía cantar.
Que nunca llueve a gusto de todos es bien sabido. Que para gustos los colores, es lo natural. Que la opinión es libre, depende de cuándo y dónde, cómo y por qué. Que el arte también es política, como toda obra humana. Que los extremos se tocan. ¡Ay, los tópicos! Vivimos una época que ya querría más de uno que no le hubiera tocado. La tensión en el ambiente en todo momento y situación se hace irrespirable. Como te salgas del carril o lo políticamente correcto, ¡toma censura! A un lado y también al otro, no se crean ustedes, que aquí el más tonto hace relojes. La fiscalización de cualquier acto o comentario es inmediata. Los estereotipos y prejuicios están tan definidos que si, por ejemplo, hablas positivamente acerca de la obra de España en América en el ámbito digamos de la música, no tarda un segundo en salir el opinador de turno con ínfulas de policía aludiendo a la masacre humana cometida durante la conquista del Nuevo Mundo. No vayas a decir algo positivo sobre tu país, que eso es de fachos, como dicen los argentinos.
Y no es necesario irse tan lejos, un botón: la película Duende y Misterio del Flamenco (1952), La Antología de Perico el del Lunar (1954), el libro Flamencología de Climent (1955) o el Concurso de Córdoba (1956) se hicieron en plena dictadura, por no hablar de Rito y Geografía, que se rodó entre 1972 y 1973. O no te has preguntado, amable lector/a, por qué no existe un estudio sobre el flamenco y los flamencos durante la guerra, o durante los años de la postguerra. Aun hoy, cuando algún escrito pasa por aquellos aciagos años suele aparecer la coletilla “después del paréntesis de la Guerra Civil…”, cogiéndosela con papel de fumar. Una época negra sobre la que es mejor no opinar mucho no vaya a ser que alguien piense lo que no es. Lo que es el miedo a afrontar los peores años del siglo XX sin escorarse.
«Entre nosotros, ya ni siquiera rechina que algún sabijondo de esos que pululan por la geografía cañí le ponga un pero ¡al mismísimo Gran Jefe Paco! Juro que lo he escuchado en más de una ocasión. Vivir para oír»
Un género como nuestro flamenco es fuente de juicio continuo. Opinólogos de toda talla y pelaje vierten sus pareceres a diestra y siniestra acerca de los temas más dispares. Tan pronto escuchas que Marchena era un genio del arte como que no sabía cantar. En el jazz, por ejemplo, nunca he oído opiniones tan diferentes sobre, digamos… Charlie Parker o el Duque Ellington. A nadie se le ocurriría poner en solfa su calidad sublime como intérpretes y creadores, a nadie, nunca, jamás. Pero entre nosotros, ya ni siquiera rechina que algún sabijondo de esos que pululan por la geografía cañí le ponga un pero ¡al mismísimo Gran Jefe Paco! Juro que lo he escuchado en más de una ocasión. Vivir para oír.
Es una pena que entre nosotros absolutamente todo se pase por el chino de la opinión que tritura a cualquiera sin argumentos, en ocasiones por el mero placer de criticar. Esto no hace más que entorpecer el desarrollo natural del arte y le hace un flaco favor a la sana evolución que debe imperar en cualquier expresión humana. Frecuento cada vez menos las redes sociales, pero no falla, oye. Ante algún rumor siempre hay quien está dando la brasa con su ideología, muchas veces trasnochada, sobre los temas más calientes, dictando moralina y, eso sí, saliendo él como el auténtico adalid de las esencias, el gurú de la salvaguarda del cante, el toque y el baile. ¡Qué hemos hecho para merecer esto!
Tengo amigos que aún nos reímos a mandíbula batiente sobre los temas mas serios, tal y como he vivido tantos años en los camerinos de todos los teatros del mundo, donde si te ponías demasiado serio salías escaldado. Confieso que al principio pecaba de vehemente ofreciendo discursos sobre historia de la música a los flamencos, hasta que entre mis compañeros y los años viñeros (¡Cai!) fui aprendiendo los secretos de la guasa, el doble sentido y el ser flamenco, y aprendí a callarme, como también aprendí a quitarme de en medio a la francesa en las fiestas (al principio me despedía uno a uno de los amigos), y a no meter las palmas donde no debía, y sobre todo, a no coger la guitarra hasta que algún incauto me lo pidiese.
«Hay un montón de flamencos y seudoflamequitos que no me gustan e incluso me disgustan mucho, pero no se me ocurre ponerme a gritar a los cuatro vientos mi opinión, como si a alguien le interesara lo que yo pueda decir. ¡Está bueno ya!, que dicen en La Habana»
El flamenco es un mundo, los cuatro puntos cardinales del planeta jondo son su riqueza. No hay que caer en la tentación de dictar cátedra aunque creamos estar sentados en una bien sólida, dejar abierta toda interpretación posible a un hecho o idea que siempre podrá ser rebatida y abandonar el derrotismo que a ningún lugar lleva. Me entristece que se ataque a un compañero por haber criticado un concurso que ahora le premia, eso dice mucho y bueno del concurso y del compañero. Homepofavó.
Vamos a tomarnos en serio el futuro de la música flamenca y su baile y no intentemos conducir la carrera de nadie. Todo el mundo tiene su corazoncito y si un cantaor joven lee en las redes que lo ponen a caldo porque no tuvo un buen día en un festival, cuidado, que eso puede hundirlo para siempre. No todos tienen el aplomo para que les resbale lo que diga el enterao de turno. La crítica es sana y la verdad por delante, para eso están los críticos. Sin embargo, más de uno de los que comentan día y noche debieran seguir aquello que solía decir mi difunto padre: “Ponga el cerebro en funcionamiento antes de poner la lengua en movimiento”.
Otro gallo cantaría si adoptáramos una actitud más positiva sobre todo lo que hagan los compañeros artistas. ¿Que lo que hace este no es de nuestro gusto? Pues ni caso, y a otra cosa mariposa. ¿Que eso no es flamenco? Ese es su problema y no el nuestro. Hay un montón de flamencos y seudoflamequitos que no me gustan e incluso me disgustan mucho, pero no se me ocurre ponerme a gritar a los cuatro vientos mi opinión, como si a alguien le interesara lo que yo pueda decir. ¡Está bueno ya!, que dicen en La Habana. ¡Déjame vivir!, que diría el gran Daniel Rabinovich, que Dios lo tenga en su gloria.
→ Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco
Rafa 8 agosto, 2023
Amigo…te leo y me identifico..
Gracias por poner palabras a mi pensar..un saludo desde Córdoba de un aficionado a la guitarra…al flamenco. 🙂