Noches de bohemia y de rumbón – Las cozas (VII)
El público quería cada noche 'Porompompero' y 'Borriquito como tú'. Qué poquita vergüenza puede uno llegar a tener con ventipocos años, sobre todo cuando el hambre aprieta. Lo cierto es que añoro aquellas noches de bohemia y de rumbón, y pienso en la suerte que tuve por haberlas podido vivir, aunque tuviera que sacarme una carrera en alemán.
Puedo presumir de que conozco bien los gustos flamencos de los aficionados de otros países. He pasado bastantes años fuera de España, casi una década en Viena y un lustro en la compañía de Gades. En la capital austriaca pude calibrar desde el escenario qué era lo que le gustaba a un público que supuestamente era exquisito en cuestiones musicales, aunque en verdad con mi música lo que aquella gente quería era nada más y nada menos que divertirse. Hay que decir que yo tampoco era un verdadero flamenco, aunque los locales se empeñaran en anunciarme como “Faustino Flamenco”, un apellido que no me correspondía a tenor del repertorio que por entonces cultivaba, pero que, por cosas del marketing, los dueños de los locales así lo exigían. No en vano para ellos lo que yo hacía era flamenco, aunque en verdad mi repertorio se basaba en rumbitas, sevillanas, algún cante por alegrías y tangos que se colaban de rondón, y sones cubanos debidamente aflamencados a causa del toque excesivamente rasgueado y golpeado que caracterizaba mis actuaciones (no en vano rompí varias guitarras en aquellos años por falta de técnica y por el excesivo ímpetu con el que tañía la pobrecita sonanta).
En Viena hacia versiones de canciones que, a mi entender, tras ser convenientemente aflamencadas quedaban bastante aceptables. Entre ellas Mediterraneo del maestro Serrat, cuyo compás de subdivisión ternaria me permitía transformarlo en una suerte de jaleos que tenía mucho éxito entre los vieneses. El bolero-son Lágrimas negras, veinte años antes de que lo cantara Dieguito con Bebo, mi menda le daba en Viena su acento cañí, también gustaba mucho. Como eran los años de los Gipsy Kings, no podía faltar en el repertorio su rumboso Bamboleo, las rumbas de los Chichos y los Chunguitos caían todas.
Durante todos aquellos años pude viajar a España al acabar la universidad durante el verano con el dinero que ganaba en una escuela de baile cerca de Baden, a las afueras de Viena, donde iba todas las semanas a tocar. En vez de cobrar semanalmente, la dueña me ingresaba el dinero en una cuenta, por lo que al llegar el mes de junio había suficiente para pasarme tres meses con mi familia en Panxón, donde vivo actualmente, un pueblecito que es citado al principio de la Biblia, donde paseaban Adán y Eva tan felices. Cuando llegaba septiembre y me disponía a comenzar un nuevo curso, llenaba la maleta de casetes de esos grupos y me aprendía las canciones a fin de renovar el repertorio. Alguna cosa de Camarón también caía: las sevillanas rocieras Vámonos para casa y los Tangos del Titi. Alguna canción venezolana del Trabuco también… Repertorio en el que sobre todo había variedad.
Pero, aunque me avergüenza un poco decirlo, lo que el público no perdonaba cada noche, y me lo pedían sin falta, eran el Porompompero y Borriquito como tú. Eso no fallaba. Si veía al público algo frío, no todas las noches tenía uno la fuerza para levantar con una guitarra el ánimo a cien personas, tiraba de esas canciones y asunto arreglado. Hasta los camareros y encargados me hacían señas con el dedo: «Como tú, y tú, y solamente tú». Resulta gracioso treinta y muchos años después acordarse de cuando señalaba con el índice a una persona, a otra, mientras decía «y tú, y tú…». Incluso caía algún que otro «Tú no». Y al acabar el pase había quien se me acercaba enfadado diciendo: «Oye, Faustino, que hoy no me has dicho y tú». Jajajaja. Se quejaban de que no les señalara llamándoles borriquito.
«Aunque me avergüenza un poco decirlo, lo que el público no perdonaba cada noche, y me lo pedían sin falta, eran el Porompompero y Borriquito como tú. Eso no fallaba. Si veía al público algo frío, no todas las noches tenía uno la fuerza para levantar con una guitarra el ánimo a cien personas, tiraba de esas canciones y asunto arreglado»
El Porompompero era infalible, se volvían locos, aunque esté mal que yo lo diga, pero hay muchos testigos que lo pueden confirmar. En ocasiones tenía que ir a una cabina de teléfono y llamar al local para decirles que me abrieran paso porque tenía que empezar y no podía entrar. El Roter Engel era una locura. Había dos pases diarios con un género diferente y yo era el único hispano (latino, se dice hoy). Claramente, en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Y en cuestiones de flamenco, en la Viena de los años ochenta, yo era claramente… el tuerto.
Aquello era pura bohemia. Vivía al día en una de las ciudades más caras de Europa, pero me podía permitir un apartamento, estudiar y trabajar, cantar todos los domingos en la iglesia de San Agustín e ir casi a diario a la ópera. Lo de escuchar a Karajan, Bernstein, Abbado, Mehta, Domingo, Pavarotti, era tan frecuente que se convertía en cotidiano llegando a ser lo más normal del mundo.
Pero lo mejor del año era cuando llegaba el Gran Jefe Paco y su Sexteto de fenómenos. Los esperaba como agua de mayo y no me separaba de ellos desde el primer día. Tenía fácil acceso a ellos debido a mi antigua amistad con Rubem Dantas, a quien conocía de mis años en el Madrid de los setenta. Después del concierto solían ir a la Bodega Manchega, el local de Juan Hernández, el restaurante más español de Viena, donde yo solía tocar una vez por semana. Confieso la vergüenza que pasaba cuando me tocaba actuar estando el Sextett, aunque ellos eran bastante indulgentes conmigo y hasta me aplaudían. También me acompañaban cuando tocaba en el Roter Engel y recuerdo cómo me cantaban aquello de «¡Señora marquesa! ¡Diga usted!». Jorge, Carlos y Rubem eran mis ídolos (aún hoy lo son) y su presencia en Viena era lo mejor del año. De Paco, Pepe y Ramón, de Manolito Soler, ¿qué voy a decir?
Hoy lo pienso y digo: hay que ver la poquita vergüenza que puede uno llegar a tener con veintipocos años y, sobre todo, cuando el hambre aprieta. Lo cierto es que añoro aquellas noches de bohemia y de rumbón, y pienso en la suerte que tuve por haberlas podido vivir, aunque tuviera que sacarme una carrera en alemán. La cosa es que el estado austriaco, sí sacabas al menos seis sobresalientes al semestre te becaba. De ahí que, por la cuenta que me traía, y así aparece en mi diploma de licenciatura en musicología y en el máster, obtuve de nota media sobresaliente. Las Cozas.
Imagen superior: Faustino Núñez, con Carles Benavent y Paco de Lucía en la Bodega Manchega, Viena. 1984.
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