Maestro Gades – Las cozas (IV)
En 1994, para el montaje de Fuenteovejuna, la Compañía Antonio Gades estaba completa pero faltaba la protagonista, Laurencia, y convocó una audición para elegirla. Recuerdo que la cola llegaba al Gregorio Marañón. Y yo me seguía preguntando: ¿y no van a bailar, aunque sea un poquito?
Hubo una época en la que había compañías de baile que contaban con una treintena larga de personas. Por ejemplo la de Antonio, el Ballet español de María Rosa, José Antonio y los Ballets Españoles, la Compañía Antonio Gades. Este último presumía de haber empezado con seis y haber llegado a treinta y seis.
Entrar a formar parte de la compañía de Gades era, para todo el mundillo del flamenco, algo así como si te hubiera tocado la lotería. Lo recuerdo perfectamente. Siempre me he sentido afortunado por haber formado parte de aquella maquinaria que Antonio había diseñado para que funcionara a la perfección. La había disuelto y vuelto a reunir varias veces, y seleccionar de nuevas al personal no era tarea fácil. Solía tirar de los “antiguos”, de la gente que ya había estado con él durante décadas, y así ocurrió en 1994 para el montaje de Fuenteovejuna. Los músicos, excepto yo, eran cantaores y guitarristas (acaba de fallecer Antonio Solera, compadre de Gades, excepcional guitarrista y gran compañero) que llevaban décadas junto al maestro y él estaba dispuesto a que continuaran a su lado, aunque alguno estuviese a punto de entrar en la tercera edad. Eso era algo que no le preocupaba. Si eran capaces de dar el cien por cien en el escenario no había más que hablar. Supongo que pensaba que más vale lo bueno conocido que lo malo por conocer. Sin embargo, ¿cómo hacía para meter gente nueva? ¿Cómo iba a completar el cuerpo de baile? En general funcionaba el boca a boca, se dejaba aconsejar por los compañeros. Y así se fue formando el grupo para el nuevo ballet, su última obra.
La compañía estaba completa pero faltaba la protagonista, Laurencia –Florencia, decía él–, y convocó una audición para elegirla. Recuerdo que la cola llegaba al Gregorio Marañón (el estudio de Antonio estaba en la calle Vicente Caballero, frente al hospital madrileño). Para buscar una niña –así llamábamos a las mujeres del cuerpo de baile de forma cariñosa, niños a los hombres, ellos nos llamaban flamencos a los músicos– se podían presentar hasta trescientas. Ese día me dio una lección, otra más de las muchas que tuve la dicha de recibir del maestro.
Como digo, la compañía ya estaba casi completa en septiembre de 2004, el guión que hizo Pepe Caballero Bonald había sido revisado y concluido en casa de mi paisano el doctor Barros, en Udra, cerca de Bueu, es decir, estaba todo listo para empezar a montar el ballet. Yo llevaba varios meses trabajando la música mano a mano con Antonio, desde el día que mi amigo Mauricio Sotelo me llamó para presentarme a Gades. Había estado una semana en Urueña buceando en la biblioteca del gran Joaquín Díaz eligiendo músicas, trabajo que comenzamos en febrero de aquel año. En realidad, solo faltaba elegir a Laurencia (finalmente el papel recayó en Marina Claudio, que lo supo defender a la perfección durante años). Gades me había dicho durante los meses de elaboración del guión que para Laurencia buscaba la candidez, la inocencia, unida a la valentía. Mencionaba mucho los cuadros de Fra Angelico y sus personajes.
«Había allí niñas que se notaba que tenían gran nivel de baile, planta flamenca y que daban muy bien en el escenario. Personalmente me parecía imposible elegir entre tanta variedad. ¿Qué iba a hacer Antonio Gades? ¿Cómo se hace para seleccionar entre tanto talento? Tenía gran curiosidad por saber acerca del método a utilizar para decidirse por una»
Confieso que no me hacía a la idea de quién podía dar el perfil que buscaba. Y aquel día de septiembre de 1994 me preguntaba cómo iba a hacer para elegir una entre trescientas. Se repartieron dorsales con un número y empezó la audición. Antonio estaba en la galería del primer piso desde donde se divisaba todo el escenario. La repetidora de Gades, Elvira Andrés, ponía orden abajo entre aquel gentío. El resto de la compañía miraba cuchicheando en una esquina sentados en las sillas y baúles de la escenografía que había diseñado Pedro Moreno. Yo me senté al lado del maestro y seguía preguntándome sobre el método elegido para seleccionar la bailarina de marras.
Antonio cogió un intercom para hablar con Elvira y le dijo: «Que hagan una diagonal andando». Y dio comenzó el desfile. La hilera de niñas iba de izquierda a derecha, caminando, recorriendo los veinte pasos que tenía el escenario montado en el estudio. Mientras, el maestro iba diciendo: 25, 48, 97, 163… Y así hasta veinte números seleccionados entre todas las que se presentaron a la audición. Los números se podían escuchar y las caritas de alegría de las seleccionadas contrastaban como es natural con las de sorpresa, cabreo o tristeza de las que no pasaban la criba. Y yo me seguía preguntando: ¿Y no van a bailar? ¿Aunque sea un poquito? Confieso que estaba loco por ver a aquellas mujeres dar cuatro pasos por alegrías, un marcaje por tangos, un braceo por soleá, ¡algo, joé! Había allí niñas que se notaba que tenían gran nivel de baile, planta flamenca y que daban muy bien en el escenario. Personalmente me parecía imposible elegir entre tanta variedad. ¿Qué iba a hacer Antonio? ¿Cómo se hace para seleccionar entre tanto talento? Tenía gran curiosidad por saber acerca del método a utilizar para decidirse por una.
Nada, aquello seguía y parecía no acabar nunca. Más altas y más bajitas, más gorditas y más delgadas, más flamencas y menos cañís, había de todo. Recordé aquello que tantas veces había leído en entrevistas a Gades: “En mi compañía los hay altos y bajos, gordos y flacos, es una representación del pueblo real”. Eso sí, la indumentaria de las aspirantes seguía el modelo al que ya me había acostumbrado durante los primeros ensayos: falda negra, camiseta medio rota anudada con apariencia de mucho uso, calentadores en los tobillos, zapatos de Gallardo, moños y coletas de todo tipo e interminables miradas a los espejos.
Por fin, me decidí a preguntarle a Antonio sobre cómo seleccionar entre tanta aspirante: «¿No vas a hacer que bailen aunque sea un poco? ¿Solo van a hacer la diagonal andando y las mandas a su casa a las pobres?». Entonces se giró y me clavó la mirada con aquellas espadas que tenía en los ojos diciéndome: «¡Si no saben andar… ¿cómo van a saber bailar?». Me planchó. Las cozas.
Imágenes: capturas de la obra ‘Fuenteovejuna’, de la Compañía Antonio Gades
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