María Vargas, mucha cuerda todavía
Volver a descubrir a María Vargas fue como tomar vitaminas flamencas por vía intravenosa, y me recordó cuánto amo y necesito el flamenco clásico.
Grande, inconfundible y única, la guapísima María Vargas (Sanlúcar de Barrameda, 1947) nos emocionó y nos conmovió en los años sesenta y setenta del pasado siglo con aquellas grabaciones, unas veinte en total, además de sus actuaciones en el apogeo de los tablaos y los festivales de verano. Con un decir luminoso, un sonido flamenco y una personalidad inconfundible, la tensión vulnerable de su voz fue, y sigue siendo, casi insoportable… en el mejor sentido flamenco, claro está, de que el dolor es cosa buena.
María es prácticamente desconocida para los millennials, pero los aficionados mayores la recordamos como la ubicua cantaora joven de una generación prodigiosa que incluía a cantaores ya legendarios como Paquera, Fosforito, Perla de Cádiz, Terremoto o Manuel Soto Sordera, entre otros.
Cuando yo era joven, di por sentado que las cantaoras eran de edad avanzada, tenían arrugas y eran voluminosas. Tía Anica, Rosalía de Triana, Juana la del Pipa la vieja… Una impresión infantil que reflejó la costumbre social de la época: las mujeres decentes no cantan flamenco, se quedan en casa cuidando de los niños y la casa. La primera vez que vi el rostro de María Vargas en la carátula de un disco, inmediatamente pensé: ¡no puede ser cantaora, es joven y guapa! También se pintaba la cara y llevaba el pelo suelto.
Prima de La Perla de Cádiz, tía de Aurora Vargas, con un árbol familiar que abarca hasta a Tomás el Nitri, María, después de muchos años en Madrid, se ha asentado en Jerez hace unos meses “porque me encanta esta ciudad”, con la esperanza de seguir recuperando la carrera que por motivos personales había dejado aparcada después de casarse. Una historia muy repetida entre las mujeres flamencas tiempos atrás.
María empezó a cantar siendo niña, frecuentó la legendaria Venta de Vargas, fue descubierta por Manolo Caracol y actuó en la inauguración de su tablao madrileño, Los Canasteros. A lo largo de los años ha sido acompañada por todos los tocaores más grandes de la época: Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía, Paco Cepero, Melchor de Marchena o Manuel Morao, entre muchos otros. Y compartió el escenario con los mejores cantaores y bailaores. Sus conocimientos del cante son largos: cantiñas empapadas de sabor auténtico, siguiriyas conmovedoras, unos fandangos maravillosos, soleá… Un repertorio muy grande.
El famoso crítico y periodista de flamenco Miguel Acal, fallecido en 2002, me dijo en una ocasión que María había provocado la ira del gran Antonio Mairena cuando, haciendo caso omiso de las directrices de este, cantó por fandangos en uno de los festivales que él dirigía o programaba. Ahora que somos vecinas en Jerez, se lo tengo que preguntar.
La semana pasada me alegró mucho ver a María Vargas, mi ídolo de la juventud, anunciada para una entrevista y minirrecital en la Universidad de Pablo Olavide en Sevilla el viernes, 1 de febrero, así que me monté en el tren y me dirigí a dicho campus.
A sus setenta y tantos, María Vargas rezuma belleza exótica, una mente dinámica y una personalidad coqueta. Durante la entrevista, alabó a los jóvenes cantaores actuales como Rancapino chico, Samuel Serrano o María Terremoto, y confesó ser gran admiradora de Lola Flores, Frank Sinatra «y cualquiera que canta del corazón».
Para el recital interpretó soleá, alegrías, siguiriyas, fandangos y bulerías, siendo extraordinarias las siguiriyas. Aunque su voz exhibe el normal desgaste de los años, sigue siendo fuerte y conmovedora con el característico sonido metálico que te pone los pelos de punta.
Volver a descubrir a María Vargas fue como tomar vitaminas flamencas por vía intravenosa, y me recordó cuánto amo y necesito el flamenco clásico.