El cuento de los innovadores
Desde que llegué al flamenco, de lo que hace ya más de cuarenta años, siempre he escuchado decir lo mismo a los aficionados sobre lo que es y no es flamenco
Desde que llegué al flamenco, de lo que hace ya más de cuarenta años, siempre he escuchado decir lo mismo a los aficionados sobre lo que es y no es flamenco: que si una soleá es una soleá, que hay que sonar de una manera determinada, que flamenco no es todo, que los cánones son los cánones y están para algo, y que, entre otras muchas más cosas, está todo creado o inventado. Esto último me parece absurdo, un verdadero disparate, porque en el arte no hay nada absolutamente cerrado. Nada de nada.
Pero es verdad que los palos del flamenco se fijaron en un momento dado, en un proceso de evolución de muchos años, y que si alguien canta por soleá tiene que tener en cuenta que hay una medida, unos compases, que se crearon y que si no se siguen al pie de la letra no se canta por soleá. Una simple sevillana podría servir también para este mismo razonamiento.
El otro día iba conduciendo y escuché en la radio a alguien cantando una especie de soleá, pero muy rara. Y como el locutor no tenía ni zorra idea de flamenco, dijo que el cantaor en cuestión era un innovador. Intenté medir ese cante y no había manera, porque no iba en un compás de doce tiempos. Por lo tanto, era una especie de soleá sin pies ni cabeza, y, según Lorca, el palo que tenía un ritmo sin cabeza no era la soleá sino la seguiriya. “¿A dónde vas, seguiriya, con tu ritmo sin cabeza?”, escribió el genio de Fuente Vaqueros.
Desde hace muchos años no le dedico apenas tiempo a los innovadores actuales, o que se hacen llamar así. Me gustan más los que interpretan bien el cante, sin más. Bueno, sí, con buen gusto, sabor y duende. Eso por encima de todo lo demás. Porque hay que ver la mediocridad que se oculta detrás eso de innovar y el dinero que se desperdicia patrocinando con dinero público inventos de artistas que solo son capaces de atraer la atención de los aficionados cuando anuncian que van a llevar algo maravilloso, nuevo –un estreno absoluto, así lo llaman– a la Bienal o el Festival de Jerez.
Ahora va a haber un cambio de política cultural en Andalucía, o se supone, al menos, por el cambio político que ha habido, y espero que cambie también lo de las subvenciones. Todos los artistas tienen derecho a subvenciones públicas, pero no a que los pongan en órbita desde la Junta de Andalucía porque se autodefinen como creadores o innovadores. Les da igual una manera que otra. Lo que quieren es trincar.
El que crea un invento, algo nuevo, antes de que se lo compren tiene que demostrar que, en efecto, es un invento. Pues bien, el que crea que tiene un espectáculo que es la repera, lo nunca visto, algo innovador y revolucionario, que pida un crédito al banco, lo estrene en un teatro y si funciona y es la leche, entonces que pida ayudar para girar con esa obra. He visto despilfarrar tanto dinero en la Bienal con lo de los estrenos absolutos, que luego no son tales estrenos y que no van a ninguna parte, que me he hecho una pregunta lógica. ¿No hay nadie que vea estas cosas antes de programarlas?
Hace muchos años se gastó la Bienal treinta millones de pesetas en un espectáculo de Enrique Morente que se presentó en el Teatro de la Maestranza y nunca más se supo de él. Y estamos hablando de un innovador contrastado, porque ahí está su importante obra musical.