Alegato a favor de Lo Ferro
Lo Ferro es sinónimo de cultura flamenca. Del lunes 24 al domingo 30 celebra el 43 Festival Internacional de Cante Flamenco, con galas de primer nivel protagonizadas, entre otros, por Joaquín Grilo y Cynthia Cano, Mayte Martín, El Capullo de Jerez, Ezequiel Benítez, Rancapino Chico, Miguel de Tena, el Ballet Flamenco de Lo Ferro o el maestro Paco Cepero.
No se puede palpar la distancia hasta que no llegamos al otro lado. Tenemos que mirarnos de lejos para vernos más cerca. Es la relatividad del allá y lo contiguo, del allí y nuestras proximidades. Pero cuando se unen y hay, sobre todo, disposición entre las personas, asoma la intimidad, lo cercano y familiar.
Así me lo ha hecho saber el amigo Antonio Fernández Díaz, el maestro Fosforito. Me encontraba en el litoral onubense, a más de seiscientos kilómetros de distancia de la comunidad autónoma de Murcia, concretamente de Lo Ferro, barrio de Roldán, una de las pedanías de Torre Pacheco, de la que Fosforito no cesa en categorizar y creo que no sin razón, pues el Ayuntamiento pachequero, que tiene el mismo número de habitantes que mi pueblo, Écija, invierte en el flamenco cinco veces más.
Lo Ferro es sinónimo de cultura flamenca. Después de la fases selectivas de su concurso, está celebrando desde el lunes 24 al domingo 30 el 43 Festival Internacional de Cante Flamenco, con galas de primer nivel protagonizadas, entre otros, por Joaquín Grilo y Cynthia Cano, Mayte Martín, El Capullo de Jerez, Ezequiel Benítez, Rancapino Chico, Miguel de Tena, el Ballet Flamenco de Lo Ferro o el maestro Paco Cepero, que el martes 25 recibió el Premio a la Excelencia Flamenca, galardón que lleva el nombre de Sebastián Escudero (1939 – Murcia, 2015), el fundador y director artístico del evento.
Sebastián fue el alma del flamenco en Lo Ferro, al menos en los 25 primeros años del festival. Fue el 12 de septiembre de 1980 cuando, después de buscar la complicidad en un grupo de vecinos, incardinó en las fiestas locales el I Festival de Cante de Aficionados de Lo Ferro, siendo Antonio el Fani el ganador de las 10.000 ptas. (de las de entonces) del primer premio.
Nadie podía imaginar que, andando el tiempo, aquel certamen que idearon quienes rinden honores al producto típico de la tierra, la Peña Flamenca Melón de Oro, como escaparate para los artistas flamencos de la Región de Murcia, se convertiría en un referente. Pero es en su novena edición celebrada en 1988, cuando actúa Juanito Valderrama como artista invitado junto a Dolores Abril y Luis el Calderito. La presencia del maestro de Torredelcampo dio un giro al festival, pues al año siguiente, secundado entonces por Antonio Piñana Hijo, presentó el cante de la ferreña.
A partir del modelo de Valderrama, elaborado según me cuentan con ecos de cantes de trilla y la tarantilla, hubo nuevos intentos. Pero ninguno fructificó hasta que llegó Fosforito para ultimar la naturaleza del estilo. Ocurrió en el XXIV Festival el año 2003, ferreña que fue cantada entonces por Bonela Hijo junto a la guitarra de Antonio Soto, y que grabaron al año siguiente en un CD producido por el Festival de Lo Ferro. La letra dice así: Y en esta tierra ferreña / con el brillo de un diamante / en esta tierra ferreña / echó raíces un cante / con aire de malagueña / y alma de cante grande.
«Hoy la ferreña de Fosforito se reconoce con los cantes levantinos. Torre Pacheco y su pedanía de Roldán se reivindican como uno de los destinos más importantes de la canícula flamenca. Y a Lo Ferro lo identificamos con un festival que, en sus 43 ediciones, abre un panorama influyente para el flamenco, fruto del esfuerzo de la Peña Melón de Oro y Sebastián Escudero»
Y es que esta ferreña bien podría llamarse malagueña atarantada dado su parentesco con la malagueña que hoy debemos a una cantaora cartagenera, Concha la Peñaranda, como suele ocurrir con todo el resto del espectro estilístico del flamenco, asunto éste que, más por celos territoriales que por razonamiento, ha sido cuestionado con opiniones interesadas que no merecen por respuesta más que el dicho de “ladran, luego cabalgamos”. Y me explico.
Si para estos teóricos disidentes la ferreña no existe porque es una malagueña atarantada, cuando ésta alude a la pedanía pachequera de Lo Ferro, es decir, al territorio en que se origina, estimo que es más que legítimo etiquetarla como ferreña, del mismo modo que a la giliana no se le llama romance aun siendo un cante por romance, pero si alude a la boda gitana ya se etiqueta como giliana.
Ítem más. Si la carcelera es un martinete que cuando alude a la temática de la cárcel la llamamos carcelera. Si la jabera es un fandango de Málaga que al originarse en la cantaora La Jabera la etiquetamos como jabera. Si el jabegote es otro fandango de Málaga que al apelar a la jábega la rotulamos como jabegote. Si a la rondeña la calificamos como rondeña porque es un fandango de rondar. Si a la debla que es una toná original de Blas Barea la invocamos como debla. Si la cabal es una seguiriya de cambio para acabar el repertorio y la catalogamos como cabal. Si la romera o los caracoles son cantiñas y las encuadramos como romera y caracoles. Si el garrotín es un ramal de los tangos y lo adjetivamos como garrotín. Si la liviana es una variante seguiriyera como introducción a la serrana y la archivamos como liviana…..
Y si, y si, y si… ¿A ver por qué a la ferreña que alude a esa bendita tierra, que ha sido creada como seña de identidad sonora de Torre Pacheco y su entorno y que es lo que identifica a Lo Ferro del resto de los festivales flamencos del mundo, no hay que llamarla ferreña? La respuesta es muy fácil: porque los celos no nacen del amor al cante, del apego a los frutos de la tierra, sino del temor a perder el protagonismo de esa autarquía que se atribuye la titularidad del poder de los cantes.
Y eso se lo debe Lo Ferro a Sebastián Escudero, al que recuerdo en la I Feria Mundial del Flamenco, la que se celebraba en Fibes (Sevilla). Coincidíamos en que los concursos han de tener dos denominadores común: el fomento del cante y la promoción del lugar que lo acoge. Pero para marcar diferencia, la organización –le dije– le ha de poner el sello o la característica a su festival. Una veintena de años después, he podido comprobar que no sólo no descuidó el presente, sino que atendió al futuro para que no le tengamos miedo a las distancias.
Hoy la ferreña de Fosforito se reconoce con los cantes levantinos. Torre Pacheco y su pedanía de Roldán se reivindican como uno de los destinos más importantes de la canícula flamenca. Y a Lo Ferro lo identificamos con un festival que, en sus 43 ediciones, abre un panorama influyente para el flamenco, fruto sin duda del esfuerzo colectivo de la Peña Melón de Oro y de Sebastián, su alma mater. Así que cuidadito con la calores tipológicas y queden ustedes con Dios.
Imagen superior: Facebook del Festival Lo Ferro
→ Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco