Mis recuerdos con Manolete
Manolete puso todo su arte al servicio del baile flamenco, ensalzando sus valores más auténticos y proyectando para los tiempos venideros una escuela exquisita, elegante, austera y brillante como pocas. Descansa en paz, querido y admirado maestro. Y gracias por todo.
Siempre en domingo, después de mi paseo matutino por el Rastro de la madrileña Ribera de Curtidores, llegado el mediodía enfilaba la plaza de Vara del Rey e iba en busca del maestro que solía tomar el aperitivo en una mesa que daba a la ventana en Casa Álvarez. Alzando su bastón, como un príncipe, me saludaba y me sentaba a su vera. Su voz aún resuena veinte años después en mis oídos, aquella voz rasposa y el semblante de faraón, las facciones marcadas y su melena dibujaban una cabeza que solo podía ser la de un bailaor. De allí, después de comer, poco, nos íbamos a la vecina Latina a echar una partida de mus con el gran Juan Habichuela. Ese ritual lo repetimos, para goce absoluto de mi menda, varios domingos de los últimos noventa.
Yo escuchaba y hablaba poco, me pidió varias veces un plan de estudios para una escuela que quería montar en Granada. Lo hacia, lo imprimía y se lo daba al domingo siguiente. Al cabo de un mes me pedía otro. Le hice al menos cinco. Que conste que lo hacía de mil amores. Yo admiraba a Manolete, me hablaba de Antonio, de Gades, de Güito y del primo Mario, que así era como se refería al maestro Mario Maya. Admiraba a sus compañeros, hablaba de las luces de cada uno, alguna sombra también caía. A Pilar López la adoraba, y a Manuela Vargas, con quien inició su carrera internacional. Aquellos momentos con el maestro me los regaló la vida, que me ha dado tanto.
En una ocasión Elvira Andrés, por entonces directora del BNE, nos citó a Manolete, Emilio de Diego y servidor para las audiciones de músicos. Aquellos días estaba yo en la gloria. Con el guitarrista de tantos años de Antonio Gades y autor de la inconmensurable música de Bodas de Sangre, y con el maestro Manolete. Escucharlos contar batallitas era una delicia. Que si Antonio esto, que si Güito lo otro, y, por supuesto, el primo Mario. Fue una semana de tremenda gozadera.
«Las redes estos días son buena muestra de ello. Son muchos los que agradecen de corazón las enseñanzas recibidas por el generoso artista que nada quiso guardarse, todo para compartir, la mentalidad de los antiguos, la libertad de los auténticos, la verdad de los sabios»
Jamás olvidaré cuando le llamé para participar en el homenaje a Gades que, como presidente de la fundación, organicé en el Teatro de la Zarzuela en 2005. Quise contar con algunos artistas ligados a la carrera de Antonio. Sara Baras aceptó de inmediato e incluso se hizo una chaquetilla como la del maestro para una preciosa farruca que emocionó a aquel teatro lleno hasta la bandera. Aída Gómez, con quien trabajaba entonces para una película de Saura, me dijo que por supuesto y se marcó un solo enmudeciendo al respetable. Paco Ibáñez también respondió a mi llamada y se marcó dos canciones en recuerdo a su Compañero. Y Manolete. «Voy a bailar por alegrías», me dijo. «Claro, maestro. Lo que tú quieras».
Y a modo de intermedios la compañía que montamos tras la muerte de nuestro Antonio interpretó fragmentos de todas sus obras. Duró tres horas aquel homenaje, presentó Pilar López, y sin el apoyo de Teddy Bautista no hubiera sido posible. Hay que decirlo. Una velada para la historia.
Manuel bailó de caramelo, sus pies una orquesta, sus manos dibujando el aire con la elegancia de los que saben, la colocación no podía ser más clásica y a la vez repleta de personalidad. Marca de la casa.
Siempre me gustó el baile de Manuel Santiago Maya. Lo conocí en Madrid a través de Gades. Antonio lo apreciaba mucho, su baile y el de Güito formaban parte de aquella escuela forjada en los años dorados de los tablaos. El Foro, a donde llegó con quince años con su hermano el inolvidable Marote, el toque magistral de Granada, pudo escuchar los pies de los aprenden a zapatear en las baldosas de las cuevas del Sacromonte, esos que cuando suben al tablao logran matices en la madera que nadie alcanza. En la mítica academia de Antonio Marín aprende la escuela clásica española, comparte el escenario de Torre Bermejas con Camarón, Panseco, aquellos elencos de ensueño donde todos aprendían de todos mirándose, “trincando” de aquí y allá y adaptando lo aprendido y forjando el propio estilo. Recuerdo lo que me dijo hace unos años el gran Juan Villar en la viñera taberna de Rebujina. “Antes todos cantábamos lo mismo pero escuchabas a uno y lo reconocías enseguida”. Hoy parece que funciona más bien al revés. Y así fue moldeando Manolete su estilo personal, que hizo transferible en las miles de horas que dedicó en su vida a dar clases.
«Siempre me gustó el baile de Manuel Santiago Maya, Manolete. Lo conocí en Madrid a través de Gades. Antonio lo apreciaba mucho. Su baile y el de Güito formaban parte de aquella escuela forjada en los años dorados de los tablaos»
En 2009 se hizo por fin realidad el sueño de montar la Escuela internacional de danza Manolete en la Chumbera, a la que ha dedicado sus últimos años junto a su hija Judea, quien ha sido el principal apoyo de Manolete. Aunque hacia años que no lo veía, sí pude seguir por las redes su actividad pedagógica y creo que se realizó como artista y como maestro. Desde los tiempos de las clases en Amor de Dios, su estilo austero lo ha transmitido a varias generaciones de bailaores españoles y extranjeros. Las redes estos días son buena muestra de ello, son muchos los que agradecen de corazón las enseñanzas recibidas por el generoso artista que nada quiso guardarse, todo para compartir, la mentalidad de los antiguos, la libertad de los auténticos, la verdad de los sabios.
Mientras muchos artistas se entretienen creando nuevas propuestas coreográficas –Manolete dejó un repertorio nada desdeñable de obras–, el maestro prefirió conjugar el verbo compartir, eligió devolver lo aprendido de los mejores, sobre todo de los “niños” de Pilar: Farruco, Gades, Güito y, por supuesto, el primo Mario. De ellos bebió las mieles del saber inmenso de Encarna, de Pilar de Escudero, de Antonio Ruiz. Una escuela nacional de baile flamenco y clásico español que debiera jugar en las grandes ligas. Siempre recordaré una conversación que tuve un domingo de Rastro donde nos preguntábamos cómo era posible que el BNE no fuera la primera compañía de danza del mundo. Él puso todo su arte al servicio del baile flamenco, ensalzando sus valores más auténticos y proyectando para los tiempos venideros una escuela exquisita, elegante, austera y brillante como pocas. Descansa en paz, querido y admirado maestro. Y gracias por todo.
Imagen superior: vídeo Historias de Luz
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