Los que abandonan el barco
El barco del cante por derecho no es mal medio para recorrer los mares del flamenco y vivir dignamente del arte.
Nadie, por el hecho de ser de una familia gitana dedicada tradicionalmente al cante jondo más clásico, tiene la obligación de dar continuidad a esa tradición si considera que atesora otras condiciones y que puede desarrollarse como artista en otros campos o innovando en el propio terreno del cante. No estuve en el concierto de Tomás de Perrate el pasado miércoles, dentro de la Bienal, pero según algunas críticas fue deprimente. Tomás tiene inquietudes musicales y le gusta hacer otras cosas, además de lo que tan bien hace desde muy joven que es cantar por derecho. Pero alguna vez me he preguntado, porque lo aprecio, que dónde va. ¿De verdad que le compensa meterse en charcos?
Si los buenos abandonan el barco, y no me refiero solo a Tomás, ¿qué futuro le espera al flamenco? Entiendo que a los que cantan por soleá y seguiriyas les cuesta vivir del arte y que a veces tienen que actuar en peñas o festivales de mala muerte. Y que haciendo otra cosa pueden aspirar a mejores escenarios y a una remuneración más importante que les permita vivir mejor. Por eso sigo amando a aquellos cantaores que se mantuvieron firmes en la pureza –sí, la pureza–, sabiendo que las pasaban canutas mientras otros se forraban.
Tomás Pavón, Juanito Mojama, El Chaqueta, El Gloria o La Moreno pasaron calamidades, pero hoy los veneramos por lo que hicieron y por lo que nos legaron, aunque la Moreno no dejara discos. Tomás Pavón salía por las noches a cazar gatos para poder comer, en plena Guerra Civil de 1936, porque se quedó desamparado al estar su hermana en la capital de España, que era la que le quitaba el hambre. Y Juan Mojama limpiaba zapatos poco antes de morir más pobre que una rata. Y no estoy diciendo que los artistas actuales tengan que hacer lo mismo, porque, además, son otros tiempos y el cante jondo está mejor pagado que entonces. Lo digo para que reflexionemos todos sobre lo que está pasando.
Por otra parte, cada artista tiene que conocer sus limitaciones y saber hasta dónde puede llegar. Jamás voy a escribir una novela porque creo que solo valgo para lo que hago, y apenas me gusto. Y creo también que me voy a morir escribiendo de flamenco, que es lo único que de verdad me apasiona de mi trabajo como periodista y de mi faceta de escritor. Por eso no entiendo que algunos estén arruinando su carrera con aventuras fallidas en la mayoría de los casos.
Recuerdo que algunos artistas regresaron a lo tradicional después de ganar mucho dinero en lo comercial y que se encontraron con la puerta cerrada. A lo mejor no fue justo, pero ocurrió. Valderrama me confesó lo dolido que estaba con el flamenco porque no trabajaba apenas en los festivales una vez que se alejó de los teatros y de su línea comercial. Y eso que fue un genio, uno de los más grandes. Y otro genio, Caracol, se lamentaba una noche en su propio tablao de que Antonio Mairena tuviera mejor sitio que él en el cante. Cuidado, pues, con abandonar el barco, porque ocurren estas cosas. Porque, además, el barco del cante por derecho no es mal medio para recorrer los mares del flamenco y vivir dignamente del arte.