Home / Opinión  / A Alfonso Queipo, que aunque la vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria

A Alfonso Queipo, que aunque la vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria

El domingo 30 de enero de 2022 a la taurina hora de las cinco de la tarde se nos murió el malagueño Alfonso Queipo de Llano Giménez, una persona ejemplar y un flamenco como la copa de un pino.


Alfonso Queipo de Llano Giménez (con G) vio la primera luz en el Sanatorio Marítimo de Torremolinos (entonces Málaga) en 1937, justo la fecha que luego sería declarada Día del Flamenco, el 16 de noviembre. Lo que son las cosas. Su padre, también Alfonso, era un prestigioso cirujano y traumatólogo que trabajaba en ese hospital. Por parte paterna era sobrino nieto del célebre general franquista y por parte materna sobrino nieto de Alberto Jiménez (con J) Fraud, el director de la Residencia de Estudiantes que murió en el exilio. O sea, pura España. En el rebalaje de las playas de Torremolinos, entre huertas, olor a espetos de sardinas y tirando de la tralla para sacar el copo con los marengos, el niño Alfonso debió tropezarse con un pedrusco de kryptonita con el que se cargó de energía para el resto de su vida. O quizás la adquirió cuando lo bañaron en el Mediterráneo, y le pasó como a Aquiles en la laguna Estigia. O puede que cayera en un caldero de poción mágica, como Obélix. Sea como fuere, la fuerza le acompañó hasta el final. Contaba su hijo Foncho que el día antes de dejarnos estaba en la cama del hospital tocándose las palmas y, como siempre, canturreando algún cante. Por eso todos creíamos que era inmortal. «¿Cómo te va a pillar la canina, si tú estás siempre p’acá y p’allá », le decía Ángel Luis Cañete. Resulta paradójico (o quizás no) que a la persona con más vitalidad que he conocido nunca se la tuviera que voltear una cosa sin vida, el puñetero coronavirus.

 

Los 84 años que ha vivido Alfonso han dado para veinte vidas de cualquier mortal. Torrencial, de un dinamismo que desbordaba por todos lados, contagiaba de entusiasmo a quienes tenía alrededor. Su Queipo lo transformaba en Equipo, pues siempre que iniciaba un proyecto susceptible de que a uno le gustara, involuntariamente no decía «yo» sino «nosotros», con lo cual ya te tenía en el bolsillo. ¡Qué tunante! Era más poliédrico que un icosaedro. Sus aficiones fueron sus pasiones: el baloncesto, el flamenco, los verdiales, el remo, los toros, la vela, el voleibol, la Semana Santa, las fiestas de belenes navideños, etc., etc., y muchos más etc. Todo eso aparte de su trabajo como administrador de fincas, ocasional procurador y, por un tiempo, promotor inmobiliario. Pero la familia estaba antes que nada: su esposa Magdalena López-Cózar, otra persona realmente excepcional, sus cinco hijos, doce nietos, siete hermanos, multitud de sobrinos, yernos y nueras, cuñados y amigos. Fue el impulsor del baloncesto en Málaga, primero con los Maristas, luego creador del Caja de Ronda y uno de los fundadores de la ACB. El perfecto tándem que formó junto a su queridísimo y hoy desconsolado amigo José María Martín Urbano –«Solo me queda darle gracias al Señor por que me lo haya puesto en mi camino», decía José María en la radio estos días– puso los cimientos de este deporte en Málaga hasta llevar al Unicaja a lo más alto. Ha viajado con sus jugadores en coches y autocares por las pésimas carreteras de la España de hace más de 50 años. Magdalena cosía las camisetas de los jugadores. Redimía por el deporte a muchachos que vivían en barriadas pobres. Hacía de padre, consejero y benefactor de toda la plantilla. Jugaba con ellos y los entrenaba. Se subía encima de los jugadores –literalmente– para chillarles al oído y darles caña y así alcanzar lo inalcanzable. Puso su dinero encima de la mesa para montar el andamiaje del primer equipo de la ciudad. Por todo eso, Unicaja le rindió un más que merecido –y tardío– homenaje en diciembre pasado. Los medios de comunicación han informado bien de la faceta baloncestística de Alfonso Queipo y, algo menos, sobre el remo, deporte en el que también se empleó a fondo como dinamizador y entrenador. Pero aquí, lógicamente, voy a recordar su otra gran pasión: el flamenco, «mi vida», como le decía a Manuel Curao.

 

 

«Los 84 años que ha vivido Alfonso han dado para veinte vidas de cualquier mortal. Torrencial, de un dinamismo que desbordaba por todos lados, contagiaba de entusiasmo a quienes tenía alrededor. Su Queipo lo transformaba en Equipo»

 

 

Contaba Alfonso que nunca fue un buen estudiante, pues lo que le tiraba era el deporte y la fiesta. Su estancia de universitario en Madrid la aprovechó bien… en los tablaos, ventas y teatros: Zambra, Venta de Manolo Manzanilla, Corral de la Morería, etc. Se buscaba unas perrillas trabajando en la clac de los espectáculos de Antonio el Bailarín en el teatro de la Zarzuela y cuando Antonio Mairena salía a escena, Alfonso sacaba medio cuerpo fuera del palco para aplaudir y lo tenían que sujetar para que no se cayera. En la capital trató a lo mejor del flamenco de la época, que estaba allí: Mairena, Felipe de Triana, Terremoto, la Paquera, Caracol, Antonio el Chaqueta, Faíco, Rafael Romero, etc., etc.

 

 

Pulpón, Tomás Torre, Alfonso Queipo y Antonio Mairena. 12 de julio de 1969 en la III Reunión de Cante Jondo de la Puebla de Cazalla (autógrafos de Antonio Mairena y Tomás Torre).

 

 

Fue de los primeros miembros de la Peña Juan Breva, entidad a la que siempre perteneció y con la que colaboró en la organización de actuaciones y eventos. Con su amigo y colega Pepe Luis Cuberta Graña creó a finales de los 60 los míticos festivales del hotel Alay, en Benalmádena costa, donde pasó la flor y nata del flamenco de esa época, siempre con Antonio Mairena como cabeza de cartel. Pero sin duda, donde Alfonso brilló en el flamenco fue en el ámbito de las fiestas. Desde muy joven se dio cuenta de que la verdad del flamenco estaba ahí. No tenía pereza para plantarse en la Venta Platilla de Alcalá de Guadaira con un Seat 600 para recoger a Manolito el de María, o a Morón a por Diego del Gastor, y traérselos a Málaga. O al Chozas de Jerez, que vivía –como delataba su apodo– en una choza en las inmediaciones de El Cuervo (cerca de Lebrija). Este singular personaje le dijo al ver a Magdalena embarazada de su primer hijo que en cuanto naciera volvería a Málaga. No se sabe cómo este gitano ágrafo y alejado de la civilización se enteró del feliz alumbramiento y se plantó de nuevo en casa de Alfonso y Nena. Eso fue en 1968.

 

A principios de los 60 conoció al que quizás fuera el flamenco con quien más intimara. Lo vio cantando y bailando en una caseta que la Policía Armada tenía en la Feria de Málaga. Alfonso quedó tan encandilado del arte y jechuras de Paco Valdepeñas que se subió en lo alto del escenario, lo cogió de un brazo y se lo llevó sin contemplaciones para la caseta donde estaba ante la mirada atónita del público. Estuvieron juntos hasta el año 2000, cuando muere el genial artista gitano, que pasaba temporadas junto a su mujer Trini en un piso que le dejaba o en la misma casa de Alfonso.

 

En 1978 Alfonso compró un chalet en Benalmádena Costa, La Mariposa, en la calle Goya número 37. Empezó a hacer fiestas en él a partir de 1980 con la ayuda de Cuberta, y más tarde sin él, así hasta un año antes de la pandemia. Hace pocos meses vendió el chalet a unos ingleses, pues no quería dejar complicaciones a sus hijos. Y lo hizo sin asomo de pena, cosa que no podían evitar ni su familia ni amigos. El desapego con lo material tiene esas ventajas. Lo mismo que en el Villa Rosa de Madrid, el Café de Chinitas de Málaga o el Café de Silverio de Sevilla, debería haber una placa que recordara a todos los flamencos que han dejado su arte ahí durante cuarenta años, porque la lista abruma. Por lo que he podido vivir, por lo que me han contado y por fotos y vídeos vistos, una nómina incompleta y desordenada de los que allí derramaron su arte podría ser: Paco Valdepeñas y su hijo Antón, Fernanda, Bernarda, Pepa, Gaspar y el Cuchara de Utrera, Juan Habichuela y su nieto Juan, Enrique de Melchor, Enrique Escudero, Paco y Juan del Gastor, Pepe Torres, Mariana Cornejo, El Funi, Antonio Moya, Mari Peña, Andorrano, Gitanillo de Vélez, María Soleá, su hijo José Soleá y su mujer la Chata, María la Burra, Aurora Vargas, Jarillo de Triana, la Cañeta, José Salazar, Juani Santiago y su hija Rocío, Luis el Salao, Chaparro de Málaga, José y Perico el Pañero, José y Fernando Canela, Rubén Lara, José de Pura, Antonio el Pipa, Tiriri y su hijo Quico, Manuel Moneo, su nieto Barullito, sus hijos Barullo, Juan, Rocío y Macarena y su yerno Aoño Mijita, Luisa Muñoz, Enrique el Extremeño y su hijo Ñoño Santiago, Remache de Málaga, Andrés el Bombero, Cancanilla, su esposa Sole y sus hermanos Palilo, el Tonto y Taroque, Eulalia la Gallina y su sobrina Luisa Romero, Andrés Cansino, Amparo la Repompilla, Antonio y Carlos de la Cruz Verde, Antonio Soto, Herminia Borja y su hija Tana, Quique Paredes, Luisa Chicano, la Fabi, Luis el Zambo, el Marsellés, el Bo, Pansequito, Antonio Reyes, su mujer Patricia Valdés y su hijo Nono Reyes, Pedro Carmona, Purili, Reyes de la Tomasa y su hermano José el de la Tomasa y el nieto de este, Manuel de la Tomasa, Antonio el Rubio y sus hijos Luis y Camarón de Pitita, Manuel de la Curra, Sebastián el Pelao, Paqui Ríos, Sergio el Hombrecillo, Rancapino, el Tembleque, Diego Carrasco, Diego el Cabrillero, Periquín Jero, Miguel de los Reyes, Pepito Vargas, Enrique Pantoja, Javier Heredia, Luis Peña, Raul el Perla. Muchos de ellos con sus parejas e hijos. Y seguro que faltan.

 

 

«Todavía con cerca de 80 años, Alfonso me podía llamar y decirme: «Si no haces nada mañana vámonos a Jerez, que canta Moneo». O ir a Granada, Algeciras, Madrid, Almería, Sevilla, a ver cantar, bailar o torear. O irnos después de la cena de Nochebuena a escuchar villancicos tradicionales a Benagalbón»

 

 

Las fiestas en esa casa sucedían como suceden las cosas de la naturaleza: con el invierno llega la Navidad, con la primavera nacen las flores y con el verano llega la calor y las fiestas en casa de Alfonso y Nena. Corrijo, porque Paco Valdepeñas decía: «Alfonso, tú no eres el dueño de esta casa, el dueño es este ficus». Y era verdad: bajo la sombra del imponente ficus muchos hemos aprendido del flamenco lo mejor, la esencia, lo que no aparece en los libros ni en los discos.

 

Una cosa que siempre me llamó la atención de Alfonso es que no era un nostálgico de tiempos anteriores. Cualquiera que hubiera visto y escuchado a los genios que él alcanzó (desde Carmen Amaya, Caracol y Mairena para acá) vendría de vuelta cargado de escepticismo y desgana. Pero era todo lo contrario. Cuando veía a algún joven que apuntaba maneras ya lo estaba siguiendo para verlo crecer, para ayudarle en lo que pudiera, ya fuera dándole grabaciones, conseguirle alguna actuación o llevarlo a casa para que ensayara. Incluso con las caderas hechas cisco y recién operado de ellas se desplazaba donde fuera con una silla de tijeras para poder ver a alguien de su gusto. La última vez fui con él y Nena. Fue el pasado sábado 6 de noviembre. Se llevaba la silla para estar más cómodo y en esas condiciones ¡hicimos doblete! Primero cantó José Valencia en la Peña Juan Breva, al mediodía, y por la noche Antonio Reyes en Torremolinos, en el ciclo de recitales que sabiamente organiza nuestro amigo y gran tocaor Luis el Salao. Resulta curioso que en Torremolinos, donde nació y donde va gente de todo el mundo para ser feliz, fuera el sitio donde escuchó su última actuación de cante. El círculo se cierra. Hasta para eso ha sido redondo.

 

 

La última salida a escuchar flamenco: Andrés González, Alfonso Queipo, Antonio Reyes y Magdalena López-Cózar. Peña la Güena Gente, Torremolinos, 6 de noviembre de 2021. Foto: Ramón Soler

 

 

El  mismo grado de implicación con los artistas era el que contraía con un joven amigo al que le empezara a gustar el flamenco: libros y discos eran automáticamente regalados, y pronto le avisaba para que fuera a su casa a una fiesta y que viviera el flamenco de verdad, porque si no iba a ser un aficionado incompleto. A Andrés González le azuzaba y le daba material y contactos para que terminara su magnífica biografía de Anzonini, otro gran amigo de Alfonso. A Pepe y Víctor Durán les facilitaba todo tipo de vídeos. A Yolanda y Rafa Pozo –hijo del jugador de baloncesto de igual nombre, a quien entrenó– los envenenó recientemente con la afición al cante. Conmigo tuvo la deferencia en varias ocasiones de cambiar la fecha de algunas de sus homéricas fiestas por mor de un viaje veraniego. «¡Y te traes a Elvira y los niños!». Y es que las fiestas en esa casa eran una celebración de la vida, de la continuidad de las generaciones. Lo mismo se escuchaba a las cuatro de la madrugada una seguiriya telúrica de Manuel Moneo que se oía el chapotear y las risas de la chiquillería en la piscina. A una soleá de Rancapino le seguía un chiste de Cancanilla. Una paella venía acompañada de una charla sosegada con Gonzalo –hermano de Alfonso– y su esposa Menchu, dos personas entrañables. Tras un desplante del Marsellés podían aparecer su hija Magdalena con Nacho con los ojos medio cerrados de la siesta y tocando las palmas. Conversabas de los años gloriosos de Morón con Steve Khan y David Serva mientras Vargas el Chirle –contratado de camarero– soltaba la bandeja de las copas para cantar y bailar por bulerías con tremendo ángel. O se veía a todo el mundo fascinado con los míticos relatos de Antonio el Rubio sobre los gitanos canasteros y partirnos poco después la camisa con un tercio de sus fandangos. Las toallas sobre los canastos hechos por el Rubio se mezclaban con los tentempiés en forma de bocadillos con que nos obsequiaba Nena. Y se podía sentir la delicadeza del toque de Juan Habichuela o el temperamento de Cañeta o Herminia a la vez que se escuchaba un gol que metían los niños. Sí, en el encantador caos organizado que había debajo del ficus o en el patio de debajo de la enramá –que quedó bautizado en un mosaico como Rincón de la Bulería– muchos hemos vivido, siempre a compás, algunos de los momentos más felices de nuestras vidas. Porque en esa casa, como decía Miguel Hernández en un poema, estaban

 

las puertas de par en par
y en el fondo el mundo entero.

 

Todavía con cerca de 80 años, Alfonso me podía llamar y decirme: «Si no haces nada mañana vámonos a Jerez, que canta Moneo». O ir a Granada, Algeciras, Madrid, Almería, Sevilla, a ver cantar, bailar o torear. O irnos después de la cena de Nochebuena a escuchar villancicos tradicionales a Benagalbón hasta las tantas de la madrugada y al día siguiente, por la noche, a los Montes, a meternos en las ventas donde paraban los fiesteros de verdiales y seguir con el antiguo rito de las rifas. Verlo hablar con la gente de los verdiales era un lujo, porque fue uno de los responsables del renacimiento de la fiesta y sabía muchísimo, porque lo había vivido. También verlo trajinar con los personajes que se buscaban la vía en las reventas de la plaza de Algeciras o El Puerto del Puerto era todo un espectáculo: tenía ante mí a un verdadero dandi canastero. A la vuelta de los viajes, cuando me dejaba en casa, nos despedíamos con una sonrisa de oreja a oreja y un «Otra vez nos lo hemos pasado bien».

 

Llamaba entusiasmado desde cualquier sitio, como Nueva Jersey, donde viven su hija Paloma con Ray –negro de Harlem y, como ella, otra fuerza de la naturaleza– y sus tres hijos: «Oye, anoche estuve con Ray en un garito en Harlem y escuché a una negra que canta igual que Fernanda». Sabía donde rebuscar.

 

No permitía que ninguno de sus amigos se malograra por meterse en las zonas turbias de la noche. Ahí estaba Alfonso dando la vara por teléfono varias veces al día para enderezar al que veía que se le iba de las manos. O socorrer a quien andaba en apuros económicos, sentimentales o de cualquiera otra índole.

 

– Oye, mañana no puedo ir a La Línea a ver a Perico, ¿tú vas?

– No, Alfonso, tengo el coche escacharrao.

– Llévate el mío.

 

Como era hijo y hermano de médicos y además entrenador deportivo, sabía lo indecible de farmacopea y fisioterapia, así que si uno tenía cualquier dolencia tenía línea directa con algún remedio.

 

Era curioso ver a un señor de setenta años que pegara tan bien la hebra con quienes podían ser sus hijos e incluso nietos. Tenía el don de darle a cada uno un tratamiento especial y, como se dice ahora, personalizado. Como me contaba su hija Magdalena, a cada uno de sus doce nietos –a quienes entrenaba también, los Queipitos– lo trataba de tal modo que se sentían importantes. Lo mismito que hacía con sus amigos.

 

 

«Con Anzonini y Valdepeñas formaba un trío ruinero, pues a donde quiera que iban llevaban ya la fiesta formada. Era un gran conocedor del baile flamenco y un apasionado de los artistas festeros: una fiesta sin compás ni gitanería es un huevo sin sal»

 

 

A pesar de hacer tantas cosas, y bien, como ser campeón de remo en 1961, nunca fue un gran conductor. Si le tocaba llevar el coche se giraba temerosamente para hablar con los de atrás, y Cancanilla con la cara verde, aferrado con las dos manos al agarrador de encima de la puerta: «¡¡Alfonso, mira p´alante. Ramón, por Dios, coge tú el coche!!». Si Nena conducía, el coche iba como la seda, pero Alfonso peleaba con ella por cómo debía manejarlo, y Ángel Luis Cañete diciendo: «¡Pero si ella conduce mil veces mejor que tú, y además es mejor aficioná!».

 

Alfonso mantuvo una estrecha amistad con muchos grandes artistas. Con Anzonini y Valdepeñas formaba un trío ruinero, pues a donde quiera que iban llevaban ya la fiesta formada. Era un gran conocedor del baile flamenco y un apasionado de los artistas festeros: «Una fiesta sin compás ni gitanería es un huevo sin sal». Con Antonio Mairena, pese a la diferencia de edad, congenió bastante. El recientemente fallecido Antonio el Rubio fue íntimo amigo suyo, lo mismo que Juan Habichuela, Manuel Moneo, Cancanilla –a quien le financió un disco–, el Tiriri y la Cañeta. Cuando Paco Roji y yo nos pusimos a escribir la biografía de Cañeta y José Salazar, Alfonso nos llamaba día sí y día también (y varias veces el mismo día) para ver cómo lo llevábamos. Al final del libro incluimos un capítulo que titulamos Por el hablar de la gente en el que aficionados y artistas opinaban sobre esta querida pareja gitana. Lo abría el propio Alfonso, que firmaba como «aficionado malagueño y promotor de ruinas».

 

 

Alfonso y Anzonini, con Paco Valdepeñas y su hijo Antón amaneciendo en Fuengirola.

 

 

Liberal de derechas, muy en consonancia con el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre Prados, por su buen hacer era requerido por gestores culturales de cualquier signo político para que les ayudara en diferentes labores (deporte, flamenco, verdiales). Así, el concejal socialista Curro Flores, lo tuvo como gerente del Mundial de Baloncesto de 1986, en el que Málaga fue sede. También contaba con él para organizar el festival flamenco en la Feria de Agosto, lo mismo que haría más tarde la corporación de De la Torre. Los cuadros flamencos en los que intervenían a la vez Chano Lobato, Cañeta, Fernanda, Habichuela, Paco Valdepeñas, Andorrano, Funi, María la Burra, etc. eran una maravilla. Los jóvenes socios de la Peña Torre Zambra de Casabermeja tomaron buena nota de ello, de modo que su ayuntamiento, gobernado por Izquierda Unida, contó desde hace más de una década con Alfonso Queipo de Llano para que, de forma altruista, organizara y regentara el magnífico festival del pueblo, ayudado por Silvia Flores o Patricia Gea. Me solía llamar para que fuera al chalet y comentarme las ideas que tenía. «Tráete a los niños, que aquí tengo a mis nietos». Nena agarraba un bolso con bocadillos y se llevaba a una reata de seis o siete chiquillos a la playa mientras Alfonso se quedaba conmigo para enseñarme la escaleta del próximo festival en la que combinaba todo tipo de cantes y una gran presencia de baile.

 

Fue para muchos una mezcla de amigo, consejero, colega de farras y padre. Otra de sus virtudes, escasa de encontrar, es que escuchaba realmente de verdad. Si un amigo tenía un problema también lo hacía suyo, y le intentaba ayudar en lo que estuviera en su mano. Y eso era así para la legión de personas que conocía en todas las facetas de su vida. Pero también era al revés, pues te hacía partícipe de sus proyectos, cuitas personales o familiares. Sonaba el teléfono y salía una voz ronca (de tanto chillar en los entrenamientos de baloncesto, remo, vela) con su peculiar «¿qué pasa?». De inmediato sabías que casi seguro algo bueno iba a suceder. Hasta en los últimos días conservó su particular carácter. Contaba Martín Urbano en la prensa: «Cuando entró en el hospital me decía que estaba allí muy a gusto, disfrutando, hablando con los médicos y enfermeras. Así era Alfonso».

 

 

«Lo último que hubiera querido Alfonso es que su familia y amigos cayeran en la melancolía. Tenemos el deber de sacudírnosla como sea, porque entre las muchas cosas buenas que nos enseñó fue a vivir la vida a bocanadas, con risas y alegría»

 

 

Le cuadraban a la perfección los versos que Federico le dedicó a su amigo, el torero Ignacio Sánchez Mejías –que también se fue a las cinco de la tarde–, en su célebre poema:

 

¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla!

 

Rafael Ruiz y yo teníamos proyectado que, tras recoger las memorias flamencas de Pepe Luque Navajas, nos íbamos a poner con las de Alfonso. No ha podido ser. Tras su pérdida sentimos que se nos alejan todavía más genios de los verdiales como Joaquín Palomo, Enrique España, el Luiso, Povea o Luis Gámez, o flamencos como Mairena, Camarón, Anzonini, Diego, Fernanda o Valdepeñas, pues cada vez que hablaba de ellos nos los mostraba vivos. Esa cadena de transmisión la tendremos que continuar los que hemos venido después y nos tocará relatar cómo eran de verdad Luis de la Pica, Fosforito, Cañeta, Moraíto, Canela, Chocolate o el Álvarez, para que las próximas generaciones los sientan también cercanos. La tarea es ingente: es nuestro deber tener la memoria en buena forma porque el flamenco es mucho más que compases de amalgama, tonos transportados y noticias de prensa.

 

Con la inesperada marcha de Alfonso se va un mundo, al menos para mí, que me distinguió con su amistad. Por eso no tengo más remedio que recurrir, otra vez, al poeta de Orihuela, cuando lloraba la pérdida de Ramón Sijé:

 

A las aladas almas de las rosas
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

 

Lo último que hubiera querido Alfonso es que su familia y amigos cayeran en la melancolía. Tenemos el deber de sacudírnosla como sea, porque entre las muchas cosas buenas que nos enseñó fue a vivir la vida a bocanadas, con risas y alegría. Así que manos a la obra.

 

*****

Maestro, a ver si tiene razón Nena y más allá sigue la vida, porque de ser así te lo estarás pasando (otra vez) en grande. Ya me harás un hueco cuando pasen muchos años para decir de nuevo «Otra vez nos lo hemos pasado bien».

 

Gracias, Alfonso.

 

*****

 

Dejo finalmente el enlace de una entrevista que le hizo Manuel Curao. La repuso el día después de su marcha. Dice muchísimo más de lo que torpe y deslavazadamente he escrito. No tiene desperdicio.

 

 

Alfonso y Magdalena, bailando en un espectáculo benéfico en el Teatro Royal. Málaga, 1962.

 

Feria de Agosto de Málaga de 1968, en la Caseta El Jaleo: Fernanda, Juan del Gastor, Camarón, Paco Valdepeñas, Alfonso, el Tembleque y Anzonini mirando a la cámara. De esa fiesta es la tremenda seguiriya de Camarón que circula por Internet.

 

Alfonso Queipo, Ramón Soler, Manuel Moneo y Pepe Durán en la boda de un sobrino de la Paquera. Jerez, 10 de mayo de 2008.

 

Mari Peña, la Tana, Antonio Reyes, Luis el Salao, José Soleá, Pepe Torres, Patricia Valdés, Alfonso y Luisa Chicano, en el Rincón de la Bulería de Benalmádena, 29 de agosto de 2012. Foto de Ramón Soler.

 

Con el Marsellés, el Bo y Luis el Zambo, amaneciendo en el Rincón de la Bulería tras el festival de Casabermeja. Benalmádena, 29 de agosto de 2012. Foto de Ramón Soler.

 

Con José Canela, José el Pañero, José de Pura y Rubén Lara en la Peña Juan Breva. Málaga, 28 de agosto de 2017.

 

Con Antonio Carmona, Cancanilla y Juan Habichuela en Madrid.

 

El Tiriri, Ramón Soler y su hija, Antonio el Rubio y Alfonso Queipo. Benalmádena, agosto de 2008.

 

Con Ramón Soler y el Purili, en los toros. Algeciras, 27 de junio de 2018.

 

Fernanda, en casa de Alfonso Queipo.

 

Pepe Reina, Paco Coronado, Cañeta, Menchu, Quico de Tiriri y Rancapino en el Rincón de la Bulería. Benalmádena, 9 de agosto de 2006. Foto de Ramón Soler.

 

 


Ramón Soler Díaz (Málaga, 1966) es profesor de Matemáticas e investigador de Flamenco. Con estos antecedentes penales lo mismo se sale por la tangente que te sale por peteneras, por eso ha publicado varios libros sobre flamenco y lírica tradicional.

8 COMMENTS
  • Antonio Hermosín 7 febrero, 2022

    Tus palabras te honran amigo Ramón, no hay más remedio que acordarse de Alfonso, enorme persona, aficionado, amigo de sus amigos, espléndido, generoso, divertido, elegante, respetable y un largo etcétera que le caracterizaba. Dar gracias a Dios por haber podido conocer personas así, tanto Alfonso como su inseparable compañera Magdalena. Precioso homenaje.

    • Ramón Soler 9 febrero, 2022

      Gracias Antonio. Son muchos momentos de felicidad los que nos han regalado Alfonso y Magdalena, dos personas excepcionales.

      Nota: Según me comenta Quico Pérez-Ventana hubo un problema con el servidor y se borró la respuesta anterior que había puesto.

  • José Maria Martín Urbano 8 febrero, 2022

    Querido Ramón, hablo contigo y de tí como de un hermano. Tengo la sensación de haber compartido contigo un padre. Tu largo escrito destila amor y conocimiento extraordinario de Alfonso, el lazo que nos ha unido para siempre. Estoy emocionado tras leerlo y quiero agradecertelo de todo corazón. Muchas de las historias que cuentas de flamenco, sin ser mi mundo, las conozco, especialmente por las largas horas de viajes de vuelta de tantos partidos y campeonatos. Seguro que muchas de ellas las habrás conocido en circunstancias parecidas. Tu relato es extraordinario. Te felicito te doy las gracias por el fiel retrato del gran Alfonso, mi hermano mayor, al que siempre quise parecerme, pero nunca lo conseguí

    • Ramón Soler 9 febrero, 2022

      Querido José María, Alfonso tuvo la virtud de hermanar a sus amigos, y eso es una bendición. Hay gente que mete cizaña y Alfonso hacía todo lo contrario, creaba lazos entre sus amigos aunque fueran de ámbitos muy distintos, en tu caso el baloncesto y en el mío el flamenco. Un fuerte abrazo y gracias por tus hermosas palabras.

      Nota: Según me comenta Quico Pérez-Ventana hubo un problema con el servidor y se borró la respuesta anterior que había puesto.

  • Marisa Soler 9 febrero, 2022

    En representación de mi padre, Luis Soler, quiero transmitir todo su cariño hacia la gran familia de Alfonso, con quien compartió afición y amistad. A estas alturas de la vida, que a veces juega malas pasadas, hay que ensalzar el amor y la felicidad que han sido capaces de unir a tantas buenas y maravillosas personas.

    Ramón, primo, hermosas palabras las que has escrito. Cada una de ellas las leeré para mi padre, quien en su corazón guardará para siempre tantos momentos vividos con Alfonso, y quien te agradece desde su condición, todo lo que haces.

    Descanse en paz

    • Ramón Soler 9 febrero, 2022

      Querida prima Marisa, he tenido la suerte de contar como maestros a dos pesos pesados como tu padre y Alfonso. Eso no lo encuentra uno fácilmente y lo llevo a gala. Muchos besos.

      Nota: Según me comenta Quico Pérez-Ventana hubo un problema con el servidor y se borró la respuesta anterior que había puesto.

  • Ramón Soler 9 febrero, 2022

    Pepe Molina, violinero de la fiesta de verdiales, dejó un sentido comentario pero se borró por los motivos expuestos antes. Muchos fueron los amigos fiesteros de Alfonso que acudieron a su misa y tocaron en la iglesia a modo de sentido homenaje a quien tanto luchó por mantener vivos los verdiales de Málaga. Solo queda que decir ¡¡Arriba la fiesta!!

  • Ramón Soler 10 febrero, 2022

    Dos puntualizaciones más:
    Magdalena me dice que Bernarda no llegó a estar en las fiestas de «La Mariposa» y Juan el Lebrijano sí estuvo.
    Rafael Núñez me recuerda que la última vez que Alfonso estuvo en un recotal de flamenco no fue el 6 de noviembre en Torremolinos sino el 16 del mismo mes en la final del Concurso de Cantes de Málaga celebrado en el Teatro Victoria Atencia de calle Ollerías y que ganó Bonela. Vino a resultar que su última salida flamenca fue el día de su cumpleaños con lo cual, lo de que el círculo se cerraba sigo siendo válido.
    Gracias a los dos por estas puntualizaciones.

ESCRIBE TU COMENTARIO. Rellena los campos NOMBRE y EMAIL con datos reales. Para que se publique en nuestro portal, el comentario no puede ser anónimo.