Con Edu Hidalgo en la Peña Flamenca Miguel Acal
Me gustan los cantaores que saben lo que están cantando, como este extremeño de voz emotiva y bien templada, y, sobre todo, los que respetan de esa manera el legado de los grandes maestros.
Miguel Acal Jiménez fue uno de mis maestros en la crítica, el espejo donde me miré en la labor de opinar de flamenco y de los flamencos. No fue el único espejo, pero siempre sentí por Miguel un cariño especial, quizá porque envidiaba sus vivencias con cantaoras y cantaores a los que no traté personalmente, como la Niña de los Peines o Juan Talega. Los primeros cantaores que escuché siendo un niño salían de La Voz del Guadalquivir, de su programa Con sabor andaluz, con aquella sintonía histórica, “Un grito solo, desnudo…”, que me emocionaba cada día dos veces. Miguel era gitanista, o sea, que predominaban en su programa las voces gitanas, y eso hizo que me enamorara de las de Antonio Mairena, Perrate de Utrera, Fernanda y Bernarda, Lebrijano o La Paquera. Escuchar aquel programa era como matricularse en la Universidad del Cante Jondo.
«Escuchar el programa ‘Con sabor andaluz’ de Miguel Acal en la emisora La Voz del Guadalquivir era como matricularse en la Universidad del Cante Jondo»
No conocía su peña de Bormujos, el pueblo del Aljarafe, y estuve ayer domingo por primera vez para escuchar a un cantaor de mi gusto, Edu Hidalgo, una voz extremeña que se te mete en los huesos. No cantó a la hora más apropiada, al mediodía, y además fue en la Peña Sevillista, que eso no facilitaba el acercamiento de los duendes. Otro gallo hubiera cantado si llega a ser en la del Real Betis. Sin embargo, como había un público muy aficionado, de cabales, Edu, que se hizo acompañar a la guitarra por el maestro Eduardo Rebollar, cuajó una faena jonda de las que dejan huella en la piel, siendo despedido con todos de pie. A esa hora, cantar como cantó, empezando además con la liviana y su clásico remate de la isleña María Borrico, un palo duro, tuvo su mérito.
Como empezó dándolo todo, la voz se le puso más flamenca, si cabe, y nos regaló un recital antológico que fue del agrado de Nandi, la esposa del ya difunto Miguel Acal, que tuvo el detalle de sentarse a mi vera. Edu bordó la soleá, las alegrías, los tientos-tangos y las bulerías, conducido magistralmente por el maestro Rebollar. Me gustan los cantaores que saben lo que están cantando, como este extremeño de voz emotiva y bien templada, y, sobre todo, los que respetan de esa manera el legado de los grandes maestros, como él hizo. Mereció la pena el viaje. Y por si no fue ya bastante la emoción por el cante y el toque, me tocó una paletilla que rifaron en la peña. Y mi amigo José Manuel González me regaló el Diccionario Enciclopédico del Flamenco con anotaciones de su tío Pepe Muñoz, el que fuera gran flamencólogo y un gran amigo mío. Un día, pues, de lujo.