La verdad no está de parte de la falsedad
Esta farfolla retórica quiere que se trabaje con una sola fuente informativa, la de ellos, que por algo son la teocracia del arte. Por eso se creen poseedores de la verdad, porque a esta demagogia insolvente se pliegan los políticos del fingimiento.
El ejercicio profesional me confirma que como opine contra los lobbies, termino denigrado. Pero después de 43 años prefiero seguir andando con los pies limpios que con la cabeza llena de pájaros. Los paniaguados, que es lo que hoy toca, buscan ganarse el favor de los opinadores para su provecho. No quieren que se les controle. Si lo haces, sacan a relucir lo que mejor saben –discriminar, censurar, injuriar, vetar–, y, si pueden, piden tu cabeza para formar parte de su galería de trofeos de caza mayor. Y es que ambicionan que se pague el peaje de la independencia, cuando nos ha costado décadas contar con una prensa libre.
Las ruedas de prensa son cada vez menos periodísticas y más lecciones de metafísica parda, de relatos prefabricados desde el eufemismo y con la intención de que sean consumidos por el crítico, negándole así su capacidad de análisis y convirtiéndolo en intermediario de contenidos. Tratan a los medios, pues, como entes sumisos a su estrategia, como comparsa informativa, de ahí que algún que otro artista estimule a la purga periodística, a pedir a directores de periódicos que cesen al crítico y así colocar a su comisario preferido.
Más aún. Prefieren que el crítico sea mero transmisor de sus aburridos comunicados que arreglando el mundo flamenco. Llenando incluso de misivas un género en el que alardean de efímera memoria desconectada, de lo que no han conocido. Y adicionalmente, apuestan por el encalado de sus propuestas, por la dulcificación de aquellos espectáculos sobredimensionados de subvenciones pero carentes de arte jondo.
«Estamos ante el onanismo identitario, una imagen sepia de artistas de cabecera que cuando están en la lista del BOJA callan, cobran y otorgan»
No quieren, pues, periodistas, quieren servidores. Codician minar la independencia del comentarista, el adormecimiento de los medios, el vasallaje del analista, quebrar su inmunidad, y, a la vez, dar una apariencia de normalidad. Y lo hacen con campañas de intimidación y hasta de desprestigio, lanzando bulos sobre el crítico o privándolo de eventos para reforzar su posición privilegiada.
Esta actitud miserable se rebate con la firmeza de que el crítico independiente no es un instrumento más del artista en descrédito para sacar provecho. Ni tampoco el emisor de la propaganda, por mucho que quieran abolir la crítica y reducirla a un elemento decorativo y sin posibilidad de ejercer la principal misión para la que fue elegida.
Hay comportamientos, en tal sentido, execrables. El de aquellos “asalariados” de la Junta de Andalucía que utilizan su influjo para arrinconar posturas que lucen incómodas a la vista de los demás flamencos y del contribuyente. Es la ominosa campaña de acoso de ciertos asociados de Unión Flamenca, cuyo silencio evidencia no ya una postura de ambigüedad ante los macarras y/o censores, sino la metástasis de intolerancia larvada en estos últimos quince años de hegemonía de un sector de la clase excluyente que el gremio acoge.
Y aquí la prueba del algodón. Conservo un comunicado en el que me sobrecogió este texto en mayúsculas: “UNIÓN FLAMENCA NO IMPULSA NI VETA A NADIE”. Mi respuesta fue: “Tengo para escribir un libro sobre aquellos miembros, directivos incluidos, que han impedido mi presencia en semanas de estudio, jornadas culturales, festivales, etc., etc., limitando, por tanto, el derecho a la divulgación del flamenco e imponiendo el veto como prohibición discriminatoria, lo que es incompatible con la voluntad que legitima el mandato del sindicato. Pero eso de coartar mi derecho y la libertad de acción en actividades que se hacen con dinero público… es para otro momento y lugar, pues bordea el delito de censura, ya sea de forma solapada o manifiesta”.
La crítica independiente es objeto fóbico de algunos de sus miembros, los sumos sacerdotes de una teocracia que te ponen en la diana de la revancha no más contar con una crítica en contra. Sectarios clasistas y excluyentes cuyos comportamientos son el espejo en que el mezquino se mira. En definitiva, la chusma que intenta silenciar la palabra, artistas del trampantojo que perdieron el crédito de la suya y menesterosos de luz y taquígrafo desde la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales (AAIICC).
«Eso de coartar mi derecho y la libertad de acción en actividades que se hacen con dinero público… es para otro momento y lugar, pues bordea el delito de censura, ya sea de forma solapada o manifiesta»
¿Qué credibilidad pueden merecer unos sátrapas que se dedican al veto y a jugar con el pan ajeno? ¿Y una cúpula cargada de literatura previa, calada por el ministro de Cultura y Deportes, José Manuel Rodríguez Uribes, y que osó presionar a la consejera de Cultura y Patrimonio Histórico, Patricia del Pozo, para que no nombrara a Ricardo Pachón como director del Instituto Andaluz del Flamenco? La misma que quienes carecen de moral.
¿O por qué ante el Instituto Cervantes representa a esta asociación Arcángel, el montapollos que llama “racista fascista” al que discrepa? Porque todo cuanto hagan hay que creerlo como acto de fe. Y otra: si la lista de conferenciantes por el mundo del Instituto Cervantes la hizo una vocal de Unión Flamenca, no encuentro razón para el optimismo y sí para la inhabilitación. Caciquismo y juego sucio revelan, pues, tanta falta de sentido común como de escrúpulos, y el ataque a la crítica desde el descrédito es la muestra de la frustración de una casta que se resiste a perder la partida.
Estamos, en resumen, ante el onanismo identitario, una imagen sepia de artistas de cabecera que cuando están en la lista del BOJA callan, cobran y otorgan, porque todas sus actuaciones tienen el aplauso de los medios esforzados en su propaganda.
Son, en ese marco, montajistas de vaguedades, la distorsión del lenguaje jondo; grandes publicistas hiperbólicos que caen fácilmente en la insolidaridad y el sectarismo. Aspiran a la omertá, a la ley del silencio, porque es muy duro que queden al descubierto los efectos nocivos de los privilegios en sus cuerpos. Y más aún revelar la voracidad por llevarse la mayor parte de una tarta que subalimenta a sus compañeros, de los que los apóstatas se ríen diciendo una cosa y haciendo la contraria sin ruborizarse, cuando lo que debieran hacer es comprometerse con los vulnerables, con aquellos que están en el último lugar del ranking oficial del hambre y el bienestar social y necesitan un asidero de esperanza, siquiera un festival a beneficio para que no tengan que empeñar la guitarra o la bata de cola.
Y esta farfolla retórica quiere, además, que se trabaje con una sola fuente informativa, la de ellos, que por algo son la teocracia del arte. Por eso se creen poseedores de la verdad, porque a esta demagogia insolvente se pliegan los políticos del fingimiento. Pero a unos y otros les recuerdo al maestro Antonio Machado:
¿Tu verdad? No, la Verdad;
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.