Eduardo Guerrero, sin miedo al blanco
El bailaor gaditano Eduardo Guerrero estrena en el marco del Festival de Jerez su última propuesta, ‘Debajo de los pies’, donde despliega un gran abanico de bailes sobre letras de poetisas del siglo XVIII.
Que la pandemia ha sido un desastre sin paliativos para el mundo del arte es algo bien conocido. Habrá que ver, sin embargo, si lo vivido en el último año y medio ha servido de provecho a algunos creadores para echar el freno de mano y hacerse las tres preguntas esenciales que se formulan los filósofos y los borrachos en cualquier esquina: quién soy, de dónde vengo, adónde voy.
Milagrosamente indultado por el dichoso virus en sus dos últimas ediciones, el Festival de Jerez se antoja un mirador idóneo para comprobar quiénes han amortizado ese parón forzoso y quiénes han dejado escapar la oportunidad. Ayer el teatro Villamarta pudo comprobar que Eduardo Guerrero pertenece a los primeros. El bailaor gaditano sabe quién es: uno de los nombres más firmes del nuevo baile, dotado de unas condiciones físicas extraordinarias y de una creatividad que no ha parado de ir en aumento desde su debut, en 2012 y precisamente en la gran cita jerezana, con De Dolores. Y sabe dónde viene, tanto en lo que respecta a su cuna atlántica como a la huella de los maestros –flamencos, clásicos y contemporáneos– por cuyas manos pasó.
«Milagrosamente indultado por el dichoso virus en sus dos últimas ediciones, el Festival de Jerez se antoja un mirador idóneo para comprobar quiénes han amortizado ese parón forzoso y quiénes han dejado escapar la oportunidad»
Quedaba, pues, preguntarse adónde iba Eduardo Guerrero después del éxito de su Sombra efímera II. Y la respuesta se llama Debajo de los pies. Unos versos del poeta sueco Göran Tunström proyectados sobre la escena dan la bienvenida antes de que la compañía se plante ante el público y empiece a vestirse allí mismo, a telón descubierto, con el criar de las chicharras como única canción de fondo. Todos de blanco, que es el color de la pureza y la inocencia, pero también del luto en la cultura oriental, así como del miedo a lo desconocido, según nos enseñó Melville con su Moby Dick.
Todo está, en mayor o menor medida, comprendido en la propuesta de Guerrero. No pasa mucho tiempo antes de descubrir que este no será como los espectáculos anteriores. Para empezar, por el formato musical, un trío de cante, guitarra y batería integrado respectivamente por Ismael de la Rosa, Joselito Acedo y Manuel Reina, tan osados como solventes. A ellos se suma la colaboración de Los Voluble, que en Debajo de los pies demuestran que también saben ponerse al servicio de otros creadores. Y en cuanto al baile, el gaditano cede no poco protagonismo a dos excelentes compañeros de viaje, Sara Jiménez y Alberto Sellés, este último capaz incluso de cantar con el fuelle que le dejaban los zapateados.
El primer baile que hacen los tres posee el sello de la casa, los giros meticulosos, las figuras de enorme plasticidad, la sincronización perfecta, dan paso a un repertorio muy rico y de amplio espectro, en el que se van desgranando bulerías, un hermosísimo romance, milongas, alegrías, todo ellos sobre letras de poetisas del siglo XVIII… Y seguimos detectando evoluciones en Guerrero: por ejemplo, el hecho de no confiarse tanto al aspecto físico. Aunque el despliegue sea al cabo igualmente arrollador, dosifica sus fuerzas con más sabiduría.
«Una soleá antológica levanta el espectáculo y todavía tenemos tiempo de ver a Guerrero, tras una hora y media de darlo todo, sucumbir en escena y ser cubierto por las ropas de sus compañeros»
Y algo más: frente al tono habitualmente trágico de sus montajes, aquí asoma, gozoso y oportuno como nunca, el humor. El número del duelo de pitos de caña que establece con Sellés, y que desemboca en unos tanguillos, supone un giro más que refrescante. Son otros muchos los momentos que se quedan en la retina: el malabarismo de Sellés con un címbalo, los tangos del Turu Turai con la imagen de Remedios Amaya proyectada, los pasos zambos de las primitivas bailaoras, todo es un ir y venir del ayer al hoy lleno de pasión y curiosidad.
Claro que termina habiendo tantos elementos que Debajo de los pies corre el riesgo de volverse demasiado abigarrado, y de que el ritmo se adense, especialmente pasada la primera hora. Tiene su gracia ver a los músicos abandonados a las pantallas de sus teléfonos móviles, tiene su aquel bailar con las imágenes de guerras y de inmigrantes saltando vayas con concertinas, es bellísimo lo que hace Sara Jiménez envuelta en un velo, pero el adagio de que menos es más podría quizá aligerar un poco el espectáculo: para eso están también los estrenos, para medir y matizar.
Una soleá antológica levanta el espectáculo y todavía tenemos tiempo de ver a Guerrero, tras una hora y media de darlo todo, sucumbir en escena y ser cubierto por las ropas de sus compañeros, dibujando una estampa que podría haber firmado Mantegna. Cubierto de ese blanco que es, también, el color de quien tiene aún mucho por escribir.
Imagen superior: Javier Fergó – Festival de Jerez