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El abuelo y las expresiones flamencas

Manolito el de María decía que cantaba porque se acordaba de lo que había vivido. Tía Anica la Piriñaca decía aquello de que cuando cantaba a gusto le sabía la boca a sangre. Antonio Chacón se emocionó tanto una noche con Manuel Torres que le dijo: «Manué, ábreme las herías». Y para Antonio el Chocolate, «el cante bueno duele porque


– Abuelo, una de las cosas que más me gustan del flamenco son las expresiones de los artistas y de los aficionados, las cosas que dicen con tanta profundidad, a veces, teniendo en cuenta que, al menos en tus tiempos, eran artistas de un mínimo nivel cultural. En el siglo XIX, por ejemplo, casi ningún artista flamenco sabía firmar el padrón. ¿No te parece que es digno de análisis?
– Por supuesto, Manolillo. Eso lo da la vida que llevan, las vivencias, las penas que pasan algunos, la calle…. Fíjate lo que decía Manolito el de María, que cantaba porque se acordaba de lo que había vivido. Y es verdad. Manolito fue pobre de solemnidad y, además de ser gitano, que tienen ese algo especial, era un hombre humilde que había pasado muchas fatigas. Sé que eso es ya un tópico, pero, ¿cómo iba a cantar este hombre como lo hacía El Pinto? Por ponerte un ejemplo. Gran cantaor, más largo que Manolito y mejor artista, pero sus penas fueron otras. El sobrino de Joaquín el de la Paula, Manolito, pasó penas hasta para morirse, que murió rabiando en una cama.

– Y Tía Anica la Piriñaca, ¿por qué diría aquello de que cuando cantaba a gusto le sabía la boca a sangre? Eso es grandioso, abuelo.
– Sí que lo dijo. Sobre todo cuando cantaba por seguiriyas, que por ahí te mataba, con aquella voz natural que le salía de la sangre, de ahí su famosa frase. Ella no era consciente de cómo cantaba, le salía el cante de la garganta como le salían los suspiros, sin adornos, sin premeditación alguna. La escuché alguna vez en un escenario y era algo que imponía, con aquella estampa tan andaluza y el rodete tan bien puesto.

 

«Cuando Chacón escuchaba cantar a Manuel Torres se desbarataba con él. Le recordaría al Mellizo, a Frijones, a Antonio el Marrurro, a Francisco la Perla…, cantaores que le hirieron alguna vez el alma, porque los alcanzó a todos. Y por eso le decía que le abriera las heridas»

 

– Dicen que Chacón, abuelo, se emocionó tanto una noche con Manuel Torres, su ídolo, que le dijo: “Manué, ábreme las herías”. ¿A qué se referiría el maestro?
– Pues mira, Chacón y Manuel Torres eran del mismo barrio de Jerez, de la misma zona, los dos muy pobres y, aunque Torres era más joven que él, nueve años menos, aprendieron de los mismos maestros y tendrían muchas vivencias siendo jóvenes. Cuando lo escuchaba cantar, según cuentan, se desbarataba con él y le recordaría al Mellizo, a Frijones, a Antonio el Marrurro, a Francisco la Perla…, cantaores que le hirieron alguna vez el alma, porque los alcanzó a todos. Y por eso le decía que le abriera las heridas, una expresión que yo no conocía. Fíjate, sabes ya casi tanto como yo.

– Otro filósofo era Antonio el Chocolate, ¿no? Decía que soñaba con las seguiriyas, que se llevaba toda la noche dándole vueltas a un cante mientras dormía. “El cante bueno duele porque tiene memoria, una memoria triste”, dijo una vez.
– También se preguntaba Antonio que por qué llamábamos cómoda a la cómoda y cama a la cama, si la cama era más cómoda que la cómoda. Fíjate la paja mental que se hizo el gitano, pero tenía su sentido aquella reflexión. Tenía cultura, ¿sabes? Le gustaban muchas músicas, y las historias. Lo mismo te hablaba de cante que de algún emperador romano o de los astros. Un genio natural, sin duda.

– ¿Ya se han perdido esos genios naturales, abuelo?
– No, Manolillo, quedan algunos con mucho ingenio, porque los flamencos son personas con agudeza, algunos de una rapidez mental asombrosa. José el de la Tomasa, por ejemplo, tiene unas salidas muy buenas. Una vez le preguntaron que si era un cantaor frío, y contestó: “Sí, yo soy de Pescanova”. Eso, que puede parecer fácil, un guionista de cine o de teatro necesitaría un mes para crearlo y él lo improvisó en un segundo, como si lo llevara preparado. Es que fíjate quién es, con sangre de artistas geniales. Su padre y su madre, Pies de Plomo y La Tomasa, tenían mucho ángel también. Y fueron dos cantaores estupendos, criados en la Alameda de Hércules, en Sevilla, donde hubo tanta vida flamenca.

– ¿Y Camarón?
– Camarón era un hombre que hablaba poco, un gran tímido. Igual que Tomás Pavón, un caso así. A Tomás, del que Juan Talega dijo que era “de moco pavo”, había que hablarle con cuidado porque no aguantaba bromas, era poco amigo de la guasa. Igual que Arturo. Su hermana, en cambio, Pastora, era todo lo contrario, tenía una guasa que no veas. Cuando se casó Antonio Machín, el gran bolerista, que era muy amigo suyo, su esposa fue a tomar café a casa de Pastora para ofrecerle su casa, y Pastora le dijo: “Oye, ¿te puedo preguntar una cosa, en confianza? ¿A ti no te da nada meterte esa cosa tan negra por el chichi?

– No tienes arreglo, abuelo. Te pregunto por Camarón y me sales con los atributos varoniles de Machín.
– Cada día estás más malaje, niño.

Imagen superior: Antonio el Chocolate

 

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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