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Tiempo de saetas

La saeta es desde hace un siglo un palo más del flamenco, aceptado por todos, con una gran variedad de formas, de estilos, como ocurre en las seguiriyas, las soleares o las malagueñas.


Las saetas hace siglo y medio que se cantan en las calles y balcones de Sevilla y de las demás provincias andaluzas. Son tan antiguas que se pierden en la noche de los tiempos. Juan Breva ya las cantaba en los teatros de Madrid en la década de los ochenta del siglo XIX, cuando este cante aún no tenía carácter flamenco. Precisamente fueron los flamencos quienes se lo dieron, artistas que eran requeridos por las hermandades para cantarles a los pasos. Se cuenta que Tomás el Nitri las cantaba en el Puerto de Santa María en 1870, y que eran desgarradoras. También las cantaría Silverio Franconetti en Sevilla, aunque por el momento no haya constancia de ello. Chacón y Manuel Torres, ambos jerezanos, las cantaban en Sevilla a principios del siglo XX. Ya dimos a conocer hace algunos años unas declaraciones de don Antonio recordando cuando le cantó nada menos que doce saetas seguidas a la Macarena, aunque no se especializó en este estilo, lo que sí hizo Manuel Torres, que era habitual en los balcones de la calle Sierpes y tenía un estilo único.

Hasta que estos genios no decidieron cantar las saetas, este palo era un canto llano, como un rezo en alta voz, que incluso llegó a estar prohibido por el Arzobispado de Sevilla en la segunda década del siglo XX. La prohibición solo afectaba a los balcones, a las saetas pagadas, no a aquellas que el pueblo cantaba de manera espontánea en la calle, al pie de los pasos, sin pasar por caja. Pero fue inevitable que este estilo entrara a formar parte de la baraja de palos flamencos y que se grabara, primero en cilindros de cera y luego en pizarra, donde podemos encontrar verdaderas joyas. La Niña de los Peines, su hermano Tomás, Manuel Torres, Manuel Centeno y el otro gran Manuel de Sevilla, el gran Vallejo, eran voces imprescindibles en la Semana Santa sevillana. Y cuando llegó el Niño Gloria, el genio jerezano, acabó con el cuadro: su manera de cantar las saetas creó escuela en Sevilla y en Jerez. Nos dicen las crónicas que se agarraba al hierro de los balcones y que se retorcía de una manera estremecedora, emocionando a los cientos o miles de personas que se agolpaban debajo, en la calle Sierpes, la Campana o la Plaza de la Encarnación.

 

«En el flamenco cantan los mineros y los marineros, los campesinos y los vendedores ambulantes, los presos y los herreros, los creyentes y los ateos. Se le canta a la Navidad y a la Semana Santa, al mar y a la sierra, al amor y al desamor, a las injusticias y a la esperanza, a las penas y a las alegrías, a la vida y a la muerte»

 

Hubo grandes saeteras como La Finito de Triana –en realidad era del otro lado del puente–, María Valencia La Serrana, que era hija de Paco la Luz, la ya citada Niña de los Peines, Isabelita de Jerez o la Niña de la Alfalfa, entre otras. Siempre ha contado Sevilla con grandes saeteras y saeteros, y aún los hay. Hay verdaderos especialistas de este cante, artistas que casi viven de la Semana Santa. Sería imposible enumerar aquí la gran cantidad de concursos que hay en toda Andalucía, que posiblemente han salvado al palo de su desaparición. Y ya no hay, por fortuna, quienes ven mal que se les cante a los pasos en los balcones o en las calles, de manera espontánea o con contrato por medio.

La saeta es desde hace un siglo un palo más del flamenco, aceptado por todos, con una gran variedad de formas, de estilos, como ocurre en las seguiriyas, las soleares o las malagueñas. No entenderíamos una ciudad como Sevilla, por citar una de las cunas de este cante, sin los saeteros y las saeteras en los balcones, sin la multitud emocionada en las calles, a veces corriendo de una plaza a otra para sentir el pellizco de la saeta en la piel, la pagada y la no remunerada, qué más da eso. El flamenco tiene muchas formas de expresión, de ahí su gran variedad de palos. Cantan los mineros y los marineros, los campesinos y los vendedores ambulantes, los presos y los herreros, los creyentes y los ateos. Se le canta a la Navidad y a la Semana Santa, al mar y a la sierra, al amor y al desamor, a las injusticias y a la esperanza, a las penas y a las alegrías, a la vida y a la muerte. Es tiempo de saetas. Salgan a las calles y disfruten de ellas.

 

 


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Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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