Mayte Martín: desconcertante y libre
Me la imagino como una Cuenca, rompedora y valiente. Como una Peñaranda, creadora y libre. Como una Parrala, brava e independiente en un mundo de hombres rudos e insensibles. O como una Concha la Carbonera, fresca y liberada de prejuicios sociales.
La primera vez que escuché a la cantaora catalana Mayte Martín, que si no me equivoco fue en el Festival del Cante de las Minas, en La Unión, supe que llegaría a ser una cantaora grande. Su voz me pareció como una lengua húmeda y dulce que te acariciaba el espinazo. También supe entonces que no lo tendría nada fácil por ser catalana y, sobre todo, por ser independiente, con un sello propio y las ideas muy claras. Eso es lo que más me gustó de ella, su independencia, quizás porque me recordaba mucho a Enrique Morente. No en su manera de cantar, sino en su actitud ante el arte y la vida.
Cuando presentó su primer disco, Muy frágil (1994), en La Unión, estaba por allí y me pidió que fuera yo quien hablara de su primera obra, algo que acepté de inmediato. Me dejó el cedé, lo escuché en el hotel y dije lo que había que decir: que estábamos ante la cantaora del futuro. Y así ha sido. Mayte es hoy la mejor voz del cante, la mejor cabeza, sin desmerecer a los demás. Y conste que alguna vez me ha defraudado y lo he escrito, porque se supone que los críticos estamos para eso, para mojarnos. Algunas de sus obras no me han gustado, pero no por nada en especial, sino porque veía que se alejaba del cante flamenco y eso me preocupaba como aficionado, no ya como crítico. Pero con el tiempo he entendido que una artista como ella no podía estar siempre haciendo lo mismo, cantando lo de los demás, echando mano del repertorio de los clásicos, que, por cierto, conoce como pocos y domina a la perfección.
Mayte no ha sido nunca una artista ambiciosa, ni desde luego mediática. No le interesa para nada la fama y aún no se ha dejado llevar por el deslumbrante brillo del oro. Contrariamente a lo que se ha dicho alguna vez de ella, no es nada comercial, porque lo comercial es lo sencillo, lo fácil, lo que llega a las masas, y la cantaora de Barcelona no ha hecho jamás nada para atrapar a quienes buscan lo pegadizo: toda su obra, la flamenca y la no flamenca, es el resultado de unas inquietudes artísticas, de una reflexión personal, piezas bien elaboradas para, en primer lugar, satisfacerse a ella misma y luego para obsequiar a quienes conectan con su música, con su manera de concebir el cante flamenco.
«Una artista como ella no podía estar siempre haciendo lo mismo, echando mano del repertorio de los clásicos, que, por cierto, conoce como pocos y domina a la perfección»
Si repasamos las obras discográficas de los más grandes del cante descubriremos que todos y todas han cuidado mucho lo que grabaron, desde las guitarras de acompañamiento hasta las letras. ¿Alguna vez han escuchado una letra chabacana, de mal gusto, a cantaores como Chacón, Tomás Pavón, Manuel Torres o Mairena, o a cantaoras como la Niña de los Peines o Fernanda de Utrera? Con Mayte Martín ocurre lo mismo, cuida todo lo que hace porque es consciente de que la historia la va a juzgar por lo que haya dejado grabado, por sus creaciones, por sus letras y, desde luego, por la trayectoria artística.
Recuerdo que una vez me dijo un crítico ya fallecido, Miguel Acal, que no se la imaginaba en un café cantante o en un tabanco de la Alameda de Hércules. Yo sí me la imagino. Me la imagino como una Cuenca, rompedora y valiente. Como una Peñaranda, creadora y libre. Como una Parrala, brava e independiente en un mundo de hombres rudos e insensibles. O como una Concha la Carbonera, fresca y liberada de prejuicios sociales. Carlos Saura intentó hacerla cantar con un mantón y no lo logró. Sin embargo, luego hizo un gran esfuerzo para hacerse con uno de la Niña de los Peines, que es una de sus referencias.
Así es esta cantaora, desconcertante a veces, casi siempre genial y siempre, siempre, por encima de todo, artista. La acaban de descubrir en Cuba, pero aquí, en España, algunos la descubrimos hace ya muchos años.