¿Son vanidosos los guitarristas?
Tela marinera. El que no ha inventado la guitarra está a punto de hacerlo, aunque no son los más presumidos de lo jondo.
En un antiguo artículo de ExpoFlamenco nos hacíamos una pregunta que, al parecer, por las visitas que tuvo ese texto, se habían hecho alguna vez cientos de aficionados al cante: ¿por qué se endiosan los cantaores? Y hubo quienes nos sugirieron que tratáramos también la vanidad de los guitarristas y los artistas del baile. Si los artistas del cante, en general, se tienen ellos mismos en muy alta estima –no sé si esto es bueno o malo, pero es un hecho–, los del toque no les van a la zaga. Desde aquel Paco el de Lucena que fue capaz de tocar una pieza con un calcetín en su mano derecha, para pegarse la vacilada decimonónica, hasta el más joven de la actualidad. ¿Recuerdan cuando José Mercé dijo aquello de que “si Morente es un creador, lo somos todos”? Pues los verdaderos creadores del flamenco son los guitarristas, desde siempre, desde Frasco el Colorao, que además de cantar tocaba la guitarra y fue quien le puso los cantes a intérpretes como Silverio, El Nitri, Diego el Lebrijano o Tío Antonio Cagancho.
No crean que los guitarristas son los más vanidosos del flamenco, los más endiosados, que no. Por el contrario, son los que más veneran a sus maestros. Busquen si no las entrevistas que les han hecho a los más grandes y comprobarán que es así, que ninguno ha olvidado lo importante que fueron para ellos, a la hora de forjar sus estilos, Ramón Montoya, Sabicas, el Niño Ricardo o Mario Escudero. Y no solo reivindican a genios conocidos por todos, sino a maestros casi anónimos, esos que les pusieron los primeros acordes y les enseñaron a colocar las manos en el mástil de la guitarra. Eso sí, hoy todos son concertistas, hasta los que tocan para bailar. Acompañan tres días al cantaor de su pueblo y enseguida se ponen a dar conciertos. Y cuando no son contratados en los grandes festivales, son los primeros en decir que la guitarra no interesa en España, solo en el extranjero. Llevan parte de razón, desde luego, aunque cuando viene alguno de los grandes a tocar a la Bienal o al Festival de la Guitarra de Córdoba suele llenar los recintos y acapara el interés de los medios.
Hay dos clases de concertistas, según mi criterio: los que tienen buena técnica y son capaces de interpretar bien las piezas de otros, clásicos o modernos, y los que son creadores y tocan sus propias composiciones. Los dos tienen un gran valor. El flamenco vuelve a vivir un buen momento de excelentes guitarristas, aunque les está costando afianzarse como concertistas reconocidos por todos como tal. Todavía pesan figuras como Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, los más grandes de la historia de la guitarra flamenca, dos creadores de verdad. Y no solo porque hayan compuesto piezas inmortales, sino porque han creado la escuela moderna, la actual, seguida por la mayoría de los guitarristas de hoy. Ninguno de los actuales tiene un estilo propio, revolucionario, que haya roto con lo anterior y abierto un camino nuevo, por muy geniales que sean Gerardo Núñez, Tomatito, Vicente Amigo, Rafael Riqueni, José Manuel Cañizares, José Antonio Rodríguez, Antonio Rey, Niño Josele, Miguel Ángel Cortés, Diego del Morao, Dani de Morón o Juan Carlos Romero, por no hacer la lista interminable. La fantasía creadora de Vicente Amigo o la maestría de Riqueni, sin olvidarnos de la labor de Cañizares en el mundo, son dignas de elogio, aunque una revolución es otra cosa. El revolucionario de cualquier arte llega, pone su genialidad y talento sobre la mesa y cambia el curso de ese arte. Eso lo hicieron Montoya, Sabicas y Ricardo hace decenas de años –no olvido a Diego del Gastor y Melchor de Marchena–, y en este tiempo, Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, sin dejarnos atrás islas tan atractivas como las del Niño Miguel, Moraíto Chico o El Viejín, entre otros, y grandes maestros como Serranito –un grande muy olvidado–, Juan y Pepe Habichuela, Paco Cepero o Enrique de Melchor.
Cualquiera de los guitarristas de hoy es un gran músico, un excelente comunicador o un virtuoso. Pero un genio es otra cosa. Y los genios suelen ser inmodestos, salvo excepciones, aunque lo disimulen mejor que los cantaores. ¿Son presumidos los guitarristas? Tela marinera. El que no ha inventado la guitarra está a punto de hacerlo, aunque no son los más presumidos de lo jondo.