Este viernes se presenta en la Casa de la Provincia, en Sevilla, el segundo volumen de la Colección Carlos Martín Ballester, dedicado al gran Manuel Soto Loreto, el genial Manuel Torres (Jerez, 1880-Sevilla, 1933), sin duda una de las grandes figuras del cante del siglo XX. Regresa a Sevilla, pues, un genio, un artista sin el cual no se podría entender el cante jondo en la capital andaluza, donde llegó a finales del XIX atraído por los encantos de la bailaora gaditana Antonia la Gamba, el cante y los gallos de pelea. ¿Se podía ser más gitano?
Es curioso que cuando El Majareta, como le llamaban en Sevilla, se fue a empadronar impusiera que donde había que poner oficio, constara que era cantaó. No cantante o cantador, sino cantaó, con acento en la o. Venía de Jerez y allí los cantaores eran eso, cantaores y no cantantes. Por ejemplo, su tío materno Joaquín Loreto Vargas, Joaquín Lacherna, pescadero y seguiriyero. O El Loco Mateo, Antonio Frijones, Diego y Antonio El Marrurro, Paco la Luz y Tomás el Nitri, portuense aunque jerezano de adopción.
¿Cómo era la Sevilla flamenca cuando llegó Manuel Torres o El Niño de Jerez, que de ambas maneras era conocido por la afición? Un hervidero de artistas, cafés, salas flamencas, tabancos y academias de baile. Con dos focos fundamentales de buen cante, Triana y la Alameda de Hércules, y artistas, sevillanos o de fuera, que desarrollaban ya su arte en esta ciudad: Chacón, Fosforito el de Cádiz, Escacena, El Portugués, La Serrana, Juan Dulce, Ramón el Ollero, Pepe Villanueva, El Macareno, Miguel Macaca, Pepa de Oro, Enriqueta la Macaca y un largo etcétera. Y apuntaban ya maneras La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Manuel Centeno, Pepe el de la Matrona o Bernardo el de los Lobitos.
Manuel Torres revolucionó el cante jondo o gitano, porque se había dulcificado en Sevilla a través de determinados artistas como Silverio, La Serneta, El Canario de Álora, Chacón, Fosforito o Pepa de Oro. Manuel no cantaba de falsete, sino con voz natural y un sonido gitano que hasta en Triana se estaba perdiendo. Por tanto, cuando apareció por El Filarmónico o El Novedades, o en los tabancos de la Alameda, en Sevilla no se hablaba de otra cosa que de El Niño de Jerez, sus farrucas, tientos y marianas. Más que de sus seguiriyas gitanas, porque ese cante lo reservaba Manuel para reuniones de cabales.
Trajo a Sevilla una nueva manera de interpretar el cante gitano de Jerez y toda la zona de Cádiz, con la influencia de su tío Joaquín, Enrique el Mellizo o el trianero Francisco la Perla, afincado en Cádiz desde muy joven. Traía esa esencia, pero con su propio sello, esa manera de hacer el cante corto y ligado, con voz natural, de pellizco, arañazos y gañafones. Manuel no alargaba los tercios, se los tragaba, lo que causaba un efecto irresistible en quienes lo escuchaban. Tenía duende, que es un don y no algo que se pueda aprender. Hasta en unos sencillos campanilleros, El Majereta fue capaz de injertarle una jondura increíble, solo al alcance de un genio.
El genio llega a un arte, aporta su ingenio y su talento y ya nada es igual en ese arte. Es lo que pasó con Manuel Torres: llegó, cantó con su sello gitano impregnado de esencia y cambió el curso del cante. Él y Chacón lo marcaron para siempre y lo hicieron en Sevilla. Por eso celebro el regreso de El Majareta a la ciudad que lo acogió en su seno durante más de treinta y cinco años.