¿Un iconoclasta? ¿Un terrorista? ¿Un genio? ¿Un sinvergüenza? ¿Un gamberro? ¿Un maudit? ¿Un visionario? ¿Qué o quién es el Niño de Elche? La afición está dividida entre partidarios y detractores (incluso muy detractores), pero podemos consensuar algunos hechos: Francisco Contreras es un cantaor que en la primera década del 2000 trata de hacerse un hueco en el panorama, con una marcada inclinación hacia los concursos. Es probable que descubra tempranamente sus limitaciones y se sienta en una encrucijada: pasarse el resto de su vida arrastrando las botas de peña en peña, o abrir caminos de desarrollo alternativos. Opta por lo segundo, sabiendo que tiene a su favor tres factores: sus críticos, fidelísimos, que van a ser su mejor altavoz; cierto público esnob que compra todo aquello que huela a vanguardia o herejía; y el tiempo, que tiene el poder de normalizarlo todo e incorporarlo al canon.
Lo que vino después es conocido. Hemos visto a Niño de Elche sobre el escenario saltando a la comba en chándal, metiéndose una cámara en la boca para enseñarnos los empastes en una pantalla, arrastrarse por los suelos, cantar sentado en un inodoro, desnudarse y hasta llevarse estoico un guantazo de Rocío Molina (para devolvérselo a renglón seguido), entre otras proezas. El plan se fue cumpliendo minuciosamente: los ortodoxos se irritaban, los más receptivos lo jaleaban, y la carrera de Contreras se iba abriendo camino en festivales, centros de arte contemporáneo y otras instituciones de primera, además de quedar plasmada en 17 discos. Que hablen de uno, aunque sea bien.
En el arte, tan importante es conocer las propias cualidades como reconocer qué caminos no son para ti. Saber que todo el mundo no es ni tiene que ser Camarón, ni Cervantes ni Picasso. Y entender que, si tu vía no existe, tienes que abrirla a machete, a bocados, con lo que sea, pero sabiendo que siempre puedes desandar el camino. Así llegamos al Festival de Nîmes (Francia), en el que el artista, vestido con un traje y sombrero dorados, se presentaba dispuesto a consumar su provocación definitiva: un recital flamenco.
«La voz del artista puede gustar más o menos, pueden recibirse mejor o peor esos detalles de la casa con que mina los cantes –hipidos, balidos de oveja, chillidos disonantes, calculadas cacofonías, aliteraciones artificiales y hasta besos a sí mismo–, pero no hay muchos peros que buscarle al resultado final»
¿No era eso lo que le reclamaban sus enemigos, que cante por derecho? ¿No era precisamente lo que jamás esperarían de un intérprete autodenominado exflamenco? ¿Que quiso levantar el acta de defunción de ese arte? Pues ahí lo tenemos, acompañado por la guitarra austera y leal de Emilio Caracafé y la percusión contenida y los efectos sonoros de Nessrine Rahmani, dispuesto a desgranar un repertorio casi-casi ortodoxo, sin apenas concesiones. Eso le obliga a adoptar, como cantaor, una humildad ante su oficio que no le exigían sus proyectos más excéntricos; y, curiosamente, le plantea el reto de estar al mismo tiempo dentro y fuera de la norma, como el gato de Schöeringer.
Con Manuel Torre como inspiración principal, pero bebiendo también del legado de La Serneta, El Mellizo, Frijones, Rengel o Chacón, entre muchas otras referencias, Cante a lo gitano propone un recorrido por bulerías, soleá, cantiñas, los campanilleros a sutil ritmo de blues, fandangos abandolados, una farruca con gaitas secuenciadas, una saeta, seguiriya (y qué pena que no se le sumara Perrate, que andaba por los contornos), cartagenera y tarantos a ritmo de rumba y una sosegada guajira medio cantada, medio silbada. La voz del artista puede gustar más o menos, pueden recibirse mejor o peor esos detalles de la casa con que mina los cantes (hipidos, balidos de oveja, chillidos disonantes, calculadas cacofonías, aliteraciones artificiales y hasta besos a sí mismo), pero no hay muchos peros que buscarle al resultado final, y sí en cambio el mérito de lograr que el público lo siga con interés durante una hora larga, con emociones que van de la hilaridad al estremecimiento.
Para rematar la faena, ahora sí, con un regalo para los más festeros (en la acepción rave party): esa Ppppppppetenera a ritmo de discoteca con luces a juego. Un divertimento final que parecía un recordatorio de que ese otro Paco, el que sueña con demoler los muros de lo jondo o al menos escandalizar a sus feligreses, solo se ha tomado un descanso.
Ficha artística
Cante a lo gitano, de Niño de Elche
35 Festival Flamenco de Nîmes
La Paloma, Nîmes
10 de enero de 2025
Niño de Elche, cante
Emilio Caracafé, guitarra
Nessrine Rahmani, percusión