Quienes entienden lo jondo como un eterno examen de la escuela suelen dictaminar que un artista debe siempre medirse con determinados palos del flamenco. Aunque el examinando en cuestión lleve toda la vida demostrando su solvencia, una y otra vez se le hace pasar por la casilla de salida, y hasta se considera una frivolidad caer en ciertos cantes considerados menores o ligeros. Tomás de Perrate y Emilio Caracafé, dos artistas sin necesidad de demostrar nada, decidieron convertir la eventual prueba en una fiesta en su recital conjunto en el Museo de Bellas Artes de Nîmes, en el marco del Festival Flamenco de dicha localidad francesa.
Un abundante público se ubicó, de pie o repartido por el suelo, en una nave central del museo que podía presentar algunos inconvenientes de acústica, pero que suponía un escenario indudablemente original y bello. Rodeados de pinturas y esculturas, los protagonistas de la velada proponían un viaje titulado De Utrera a Las Tres Mil, en el que poder brindar una muestra de su talento con denominación de origen.
La voz rugosa, caliente y llena de miga como el buen pan, de Tomás de Perrate se elevó seductora en el aire de la sala. Menos de 24 horas antes lo habíamos visto envuelto en humo y decibelios junto a sus compañeros de Za!, en lo que cabría calificar de concierto flamenco-punk-electrónico, y ahora desgranaba un “repertorio improvisado”, según explicó, que tenía mucho de banda sonora de toda una vida. Del día anterior conservaba su HandSonic, un dispositivo de percusión manual que se le ha vuelto inseparable.
«¿Por qué nos resulta tan difícil imaginar un conciertillo como este en España? ¿Es por la alergia a las versiones que caracteriza a ciertos sectores del flamenco, por el miedo a la frescura y la popularidad? Lo seguro es que el público del Museo de Bellas Artes de Nîmes se fue de allí tan encantado como los intérpretes, que lograron crear una atmósfera muy simpática, grata y hospitalaria»
Ofreció al respetable el camaronero Romance del amargo, “que no lo he cantado nunca”, bromeó. Viéndolo tan cómodo en cualquier registro, se diría que Perrate es el cantaor más feliz y libre del panorama actual. Todo lo hace con relajo y espontaneidad, y con una enorme seguridad en sí mismo. No se le conocen noches malas, y se atreve con literalmente cualquier cosa que se le encarte. Es sentarse ante el micro, y ver dibujarse una sonrisa en el rostro de los espectadores.
Emilio Caracafé también venía de acompañar a Niño de Elche el día antes, y también posee ese aire franco, sencillo y natural de quien tiene muchas horas de vuelo sobre las tablas. Le imprimió aires morunos a la máquina del tiempo de su compadre utrerano, para bordar una versión de La bien pagá llena de sabor y gracia. Caracafé es otro músico que se siente bien en su piel y donde lo pongan, y además no lo disimula. Su costumbre de bailar tocando, con un continuo vaivén de pies y manos, es un contagioso síntoma de gozo.
Demostraron por alegrías que el camino entre Utrera y el Polígono Sur pasa por Cádiz, volvieron a guiñar a Marifé metiendo por bulerías un pasaje de Los tientos del reloj, invocaron a Carlos Lencero y a Pata Negra con una versión de Yo me quedo en Sevilla, y no tuvieron que ir muy lejos para encontrar el broche con el Camarón de los propios hermanos Amador.
¿Por qué nos resulta tan difícil imaginar un conciertillo como este en España? ¿Es por la alergia a las versiones que caracteriza a ciertos sectores del flamenco, por el miedo a la frescura y la popularidad? Lo seguro es que el público del Museo de Bellas Artes de Nîmes se fue de allí tan encantado como los intérpretes, que lograron crear una atmósfera muy simpática, grata y hospitalaria, sin dejar de ofrecer honestidad en abundancia. Aunque no era el caso, si se hubiera tratado de un examen, habrían escapado con nota.
Ficha artística
De Utrera a Las Tres Mil, de Tomás de Perrate y Emilio Caracafé
Festival de Nîmes
Museo de Bellas Artes de Nîmes
11 de enero de 2025
Tomás de Perrate, cante y percusiones
Emilio Caracafé, guitarra