Los críticos de flamenco evolucionamos, aunque no lo parezca, y solemos cambiar de criterio a lo largo de la carrera, que en mi caso son ya cuarenta años. No me refiero a los chaqueteros, que en el flamenco los hay a manojitos, sino al hecho de rectificar con el paso de los años ciertas conductas u opiniones. No veo el baile ahora como lo veía hace cuatro décadas. Y voy a ir al grano, que el espacio tiene un límite y creo que les he intrigado.
Antonio Canales es un bailaor y coreógrafo que me costó entenderlo. Había algo en él que no me gustaba porque, quizá, seguramente tenía otros gustos. Era mucho de Farruco y de Mario Maya, distintos el uno del otro, y lo cierto es que Canales tenía que ver con el estilo del primero, por ser trianero, sevillano, gitano y de una escuela muy seguida. Pero me costaba trabajo entender su manera de bailar y recuerdo que le hice críticas algo despiadadas. No es que me arrepienta, porque lo que dije de él en aquellos años lo sentía y nunca hay que arrepentirse cuando algo se dice de manera sopesada y convencido.
También el maestro se metió alguna vez conmigo. Recuerdo cuando me dijo desde un informativo de máxima audiencia, quizá millonaria, que era “un mangante”. Vino hasta un equipo de Antena 3 Televisión a hacerme una entrevista por si quería defenderme de su ataque. Me dijeron eso, en serio. Y no les hice mucho caso, aunque los atendí en la redacción de El Correo, entonces en la Carretera Amarilla.
Han pasado ya muchos años y tengo que confesar que hoy siento un gran cariño por Canales, y, desde luego, mucha admiración. No guardo en la memoria todas las cosas que le haya podido decir, pero fueron feas. Ni siquiera me voy a molestar en entrar en mi web a buscarlas, porque todo está ahí, en la hemeroteca de mi web. ¿Para qué? Entonces pensaba lo que pensaba y ahora pienso lo que pienso. Y pienso que el maestro Antonio es un artista único. Con sus virtudes y defectos, pero único.
Nos seguimos en las redes sociales y mientras más sigo sus comentarios más y mejor lo entiendo. Cuando lo criticaba, porque no me entraba su manera de hacer las cosas –no lo voy a repetir más–, apenas sabía qué clase de persona era. No conocía nada de él, solo de su faceta artística. Ahora sé cómo es, cómo siente la vida y el baile, qué piensa sobre el arte, el amor, la amistad, los sentimientos, la vida…
Dirán algunos que, claro, como ya toma copas con él, almuerza o cena, lo entiende mejor. No es eso, porque no recuerdo haber almorzado o cenado nunca con Canales en la misma mesa. Jamás he estado en su casa ni él en la mía y muy pocas veces hemos hablado por teléfono. Mi acercamiento a él ha venido a través de Facebook, donde me río con sus cosas y aprendo de los sentimientos, de cómo lo ve el artista. Y sufro a veces porque creo que atraviesa quizá un momento personal duro, no lo sé con certeza. Pero lo leo y miro sus fotos y sé que a lo mejor necesita un abrazo sincero.
Lo veo en los escenarios para muchos años, bien bailando o enseñando. No lo veo yéndose, pero si un día se fuera, ese día empezaría a crecer como una de las grandes figuras de la historia. Lo es ya, pero crecería más, porque es de esa clase de artistas que la historia los relanza cuando cuelgan las botas. No para de trabajar, de dar cursos y de hacer galas. Es imposible cogerle la pista, saber dónde está, porque un día está en Triana, su barrio, con su momá Pastora, y dos días después lo ves en Turquía o en Barcelona. No sé cómo aguanta tanto, porque hará decenas y decenas de kilómetros al año, durmiendo hoy aquí y mañana en la otra parte del mundo. Eso solo lo hace un fenómeno de la naturaleza, alguien con una capacidad increíble. Con el corazón de un caballo, aunque a veces se lo partan, porque siempre hay alguien con más fuerza que un caballo.
Le voy entendiendo, maestro.