En el espacio industrial de la Nave 1 de Matadero, conocida como Intermediae, Sara Calero presentó el miércoles una primera muestra de Intangible, su nueva creación, que promete ser uno de los trabajos más arriesgados y personales de su trayectoria. Enmarcada en la primera Bienal Flamenco Madrid, esta ‘primera muestra’ –término más preciso que el gastado ‘work in progres’ que tomamos prestado del Flamenco Festival de Londres que lo ha adoptado en la edición que celebra en estos días– reveló a una artista en plena transformación creativa.
La puesta en escena resultó tan inteligente como reveladora. Una tarima cuadrada, ligeramente elevada y perforada en el centro, albergaba a los músicos mientras los cerca de doscientos espectadores que llenaron el espacio se distribuían en tres de los cuatro lados del cuadrado, creando una intimidad envolvente que pocas veces se consigue en espacios teatrales convencionales. Esta disposición, lejos de ser meramente funcional, se convirtió en parte fundamental del discurso escénico: el público como testigo directo de una confesión.
Los músicos –Cristina Pascual y Miriam Hontana al violín y Batio Hangonyi al violonchelo– no fueron meros acompañantes, sino parte orgánica de la propuesta. Su virtuosismo técnico y su soberbia interpretación elevaron notablemente la emoción de toda la propuesta, estableciendo un diálogo constante con el cuerpo de Calero. Su presencia física en escena, coronados por sombreros de ala ancha que después adoptaría la propia bailaora, establecía desde el inicio un juego de identidades que atravesaría toda la pieza.
El cuerpo como campo de batalla
Durante algo más de media hora, Sara Calero desplegó un universo de rabia contenida y furia liberada que marca una notable evolución respecto a sus trabajos anteriores. Si en Finitud o Renacer exploraba el duelo y la transformación desde un baile más cercano a la danza española, más aéreo y corporal, aquí la bailaora-bailarina se permite la violencia, la velocidad y, sobre todo, la ira. El baile de Calero pisa la tierra, y se despliega en un constante zapateado virulento.
El único elemento escénico –un sencillo cubo blanco– se reveló como un territorio de múltiples posibilidades dramáticas. Calero lo habitó como púlpito desde donde señalar con un dedo acusador al público, como refugio donde sentarse en momentos de vulnerabilidad, y como compañero de baile en algunos momentos.
«Si antes exploraba el duelo y la transformación desde un baile más cercano a la danza española, más aéreo y corporal, aquí la bailaora-bailarina se permite la violencia, la velocidad y, sobre todo, la ira. El baile de Calero pisa la tierra, y se despliega en un constante zapateado virulento»
Intangible, o la mujer que quiso ser hombre –según reza su subtítulo completo– parece plantear una reflexión visceral sobre la identidad de género y las máscaras sociales. El vestuario funcionó como mapa de esta travesía: el sombrero de ala ancha transformando a Calero en un señor bigotudo y desafiante, el vestido negro de interior blanco con una larga capa que la tapaba como señor, la convertía temporalmente en monja, y la transformaba finalmente hasta llegar a la mujer desnuda de artificios que extrae de su entrepierna un pañuelo rojo sangre.
Esta última imagen, de una potencia simbólica arrolladora, parecía condensar el núcleo de la propuesta: la sangre como verdad biológica, como marca indeleble de una feminidad que se impone más allá de las apariencias adoptadas. La sangre era expulsada, arrancada, para rodear su cintura en los momentos de mayor tensión dramática de la presentación.
La partitura corporal de Calero alternaba con maestría entre momentos de estatismo casi robótico y explosiones de zapateado violento, una dualidad que dibujaba el retrato de una identidad fragmentada, de una mujer que ha aprendido a moverse entre códigos diversos para sobrevivir socialmente.
La vivísima música de Vivaldi elegida –¿El verano, de Las cuatro estaciones?–, junto a otros fragmentos musicales de apariencia más contemporánea que no fuimos capaces de identificar y no aparecen reflejados en el texto informativo de la obra, proporcionó un colchón sonoro oscuro y dramático que, interpretado con una precisión, rapidez y sensibilidad excepcionales, sostuvo perfectamente la intensidad emocional de la propuesta. Los músicos lograron alejarse del flamenco tradicional para abrazar una sonoridad más universal, creando un ambiente que amplificaba cada gesto y cada silencio de Calero.
Como apunta la propia sinopsis, Intangible reflexiona sobre «el placer de la contemplación de dos caras de la misma moneda», estableciendo un diálogo entre lo efímero de la danza y lo perdurable de otras artes. Esta primera muestra constituyó un privilegio: asistir al proceso creativo de una artista que no teme mostrar sus heridas, sus dudas, ni sus preguntas.
Sara Calero ha encontrado en esta nueva creación un territorio donde su técnica impecable se pone al servicio de una urgencia expresiva más cruda y directa.
Ficha artística
Intangible, de Sara Calero
I Bienal de Flamenco de Madrid
Nave 1, Matadero Madrid
28 de mayo de 2025
Idea, dirección, coreografía e interpretación: Sara Calero
Violín: Cristina Pascual, Miriam Hontana
Violoncello: Batio Hangonyi