He visto muchas veces bailar a Juan Tomás de la Molía. Y otro puñao a Águeda Saavedra. Pero lo que formaron en Córdoba fue apoteósico. Con la guitarra de Jesús Rodríguez, preñá de bordones gordos y alzapúas rotundos, de pulsación potente y caricias sensibles, cuajá de tiraíllos, picaos de vértigo, trémolos pulcros y arpegios cristalinos, y el cante del jerezano Manuel de La Nina, colmao de inspiración, tremendo en la seguiriya de Frijones, El Marruro y Tío José de Paula, que abrochó echando los restos con el macho portuense de Curro Durse, ofrecieron un recital de categoría suprema que derritió El Almíbar de Córdoba, rendido a los pies de estos jóvenes bailaores que están llamados a ser la crema del futuro que ya estamos viviendo.
Juan Tomás es sin duda alguna el mejor bailaor de su generación. Águeda Saavedra, el mayor exponente de la sensualidad femenina en el baile puro de mujer. Y unidos en un mano a mano, o en un pies a pies, cuerpo a cuerpo, esta pareja de arte conjugó la enjundia y el empaque de lo jondo asistida por el duende que habita al bajar las escaleras de la Calleja del Niño Perdido, donde custodian como en ningún sitio en Córdoba el calor de la afición.
El soniquete por tangos rompió el sepulcral silencio con el que se escucha en esta bendita casa. Y los maderos se inundaron de flores y lunares en la camisa y el vestío de Juan Tomás y Águeda. Con dos meneos de cintura trazaron el bamboleo. Y a golpe de tacón dejó su sitio Juan Tomás para que Águeda apuntillara las tablas de El Almíbar, generoso con los oles a tiempo. Lo demás fue el deleite del compás y las figuras dulces que en un paso a dos fundieron como el caramelo estos bailaores tocaos por la varita. Cuando se repartió el azúcar los dos se cayeron en el saco. Y la van salpicando de la puntera al flequillo cada vez que dibujan con sus hechuras flamencas estampas de locura. Se clavaron el baile uno a otro en un ritual de seducción. Se comieron con las miradas, se cortejaron con las caderas, los volantes, los brazos, los muslos, los ojos, el pelo y las pestañas, desparramando su pasión desnuda para el gozo del respetable, que presenció cómo se enamora bailando y cómo bailan dos enamoraos.
Los aires levantinos se colaron entre los dedos de Jesús, al que le suena bien la guitarra hasta cuando arrastra sus yemas por los trastes del ébano de su mástil. Solo con la sonanta en el escenario me hizo cosquillas en la barriga del corazón. Y llegó la solemnidad con Águeda, que vistió de luto sus carnes y de rojo sangre sus labios, por donde escapaba su aliento dolido para mover los negros mechones de pelo que le caían por la cara. La soleá le atravesó el cuerpo. Le rebosó la tensión erizada por las duquelas que amargan. Paseó lenta y con elegancia, retorció compungida su figura, lució un braceo exquisito, la espalda siempre en su sitio y el gesto arrolladoramente jondo, sufrido y racial. Los pies fuertes, zapateaos duros. ¡Y qué manera de recogerse y mover el vestío! Flamenca, hermosa y sensual hasta en las fatigas. Muy mujer. Supo parar el tiempo, contenerse cuando tocaba, pisotear poco a poco los pesares en la escobilla y desatar el fuego del ceremonial despeinando su melena, quebrándose, para despojarse después de la chaquetilla y dejarse abrazar por Manuel que le caracolea acompañándola al filo del abismo del escenario.
«Flamenca, hermosa y sensual hasta en las fatigas. Muy mujer. Águeda Saavedra supo parar el tiempo, contenerse cuando tocaba, pisotear poco a poco los pesares en la escobilla y desatar el fuego del ceremonial despeinando su melena, quebrándose, para despojarse después de la chaquetilla y dejarse abrazar por Manuel que le caracolea acompañándola al filo del abismo del escenario»
Tras la seguiriya doliente que crujió el lamento de la garganta tizná de Manuel de La Nina, Juan Tomás fue un borbotón de espuma y de sal por alegrías. Galán, varonil y picantón, esparció el age y la gracia a empujoncitos de cintura, contoneos machos, braceos redondos y espuertas de compás, de lo que está más que sobrao. Con un dominio absoluto de los tiempos y los silencios además del contrapunto, Juan Tomás se metió al gentío en el bolsillo porque bailó pa pegarle bocaítos, gallardo y seductor, jovial, con la sonrisa guasona y cargaíto de recursos estéticos, desplantes y patás. Los pies fuertes y precisos, zapateaos que atentan contra la cordura, movimientos de hombros, miradas, gestos, saltitos, puntaítas y meneos de culo, esa forma de cogerse la chaqueta, esa manera de jugar con el baile y hacer lo que le dé la gana disfrutando cada segundo de la espontaneidad que brota de la inspiración natural conformaron un recital de altura junto a su pareja de baile y sentimental y el cuadro de acompañamiento que los llevaron mejor que en brazos en el proscenio de El Almíbar.
De postre, un fin de fiesta por bulerías al que se unieron Manuela del Moya, derrochando la melaza que atesora en su voz lastimera, Miguel Ángel Heredia, henchido de trapío y sensibilidad al baile y al cante, Bernardo Miranda, que tronó su nuez acampaná, y Yolanda Osuna, con su buena pataíta. La ovación hizo que el saludo fuera eterno y el aplauso no cesó hasta que volvieron a salir del camerino para poner la guinda con el cante de Juan Tomás, acordándose de Gaspar de Utrera y Luis de La Pica, una pincelaíta de arte de Jesús al baile y un adiós que sonó como un hasta luego porque la peña vibró como nunca y quería más y más, ávida de momentos irrepetibles y enduendaos como estos que quedarán en la talega de los recuerdos cabales guardaos para la posteridad.
El Almíbar
Asombra que desde un portal casi escondío de un callejón de Córdoba se baje al paraíso de lo jondo. Solo falta proferir el santo y seña y se llega al sótano de los placeres. Una peña flamenca bajo el suelo viene abonando desde hace quince años la afición cordobesa con una programación digna de los mejores escenarios. Pero no huele a alcanfor rancio, ni a pana o neftalina. No tiene subvenciones, está autogestionada, recibe los donativos estipulados para cada recital y cuidan todos los detalles, al público y a los artistas. Saben escuchar, aman y respetan el flamenco.
Lolo Caricatu y Eduardo Parrac se encargan de una cartelería bien diseñada. Y veintiséis socios velan por una agenda y una organización de calidad. Fuera de circuitos y de toda norma, abarrotan los recitales, lo que avala su buen hacer. Allí se respira un rollazo increíble. La concurrencia es heterogénea. Conviven puretas con niños, jóvenes, estudiantes, artistas, flamencólogos… unidos por un veneno común que es el flamenco.
En una pared figuran las firmas de los artistas que han pasado por su escenario, cuyo fondo lo preside una fotografía del gran jefe Paco de Lucía. En el lateral está Antonio Mairena. De fondo musical una playlist de lo más flamenca. Y Luis presenta del carajo –¿lo puedo decir?–. A ver en qué peña se encuentra a un presentador que no saca papeles ni una retahíla de datos de memoria sino un botellín de cerveza y suelta una arenga animando a la gente y a los flamencos con un desparpajo inaudito. Esto es otra cosa. Y también cabe en el flamenco. Es más: entra que da gusto. Y cuando todo termina… «¡Ahora a beber cacharros!».
Esto, su gente y mucho más es El Almíbar, probablemente la mejor peña flamenca de Córdoba
Ficha artística
Recital de baile de Águeda Saavedra y Juan Tomás de La Molía
Peña Flamenca El Almíbar, Córdoba
14 de marzo de 2025
Baile: Águeda Saavedra y Juan Tomás de La Molía
Cante: Manuel de La Nina
Guitarra: Jesús Rodríguez