Madrileño de 1982, Israel Suárez Piraña encarna la élite actual del cajón flamenco y representa a la primera generación de percusionistas que llegó a un mundo en el que este instrumento estaba perfectamente normalizado. Fue el percusionista que Paco de Lucía fichó cuando se propuso renovar el sexteto, y el que lo acompañó hasta el final de sus días en giras y grabaciones. De todo ello accede a hablar el músico para Expoflamenco.
Usted nace ya en un mundo en el que el cajón flamenco existe y está bastante extendido. ¿En su casa, desde que usted tiene uso de razón, el cajón estaba ya presente?
Sí, todo el mundo sabe que Rubem fue el pionero, pero después de él salieron muchos percusionistas como mi hermano Ramón Porrina, Antonio Carmona… Y sí, desde niño, en casa, había un cajón a mano, siempre.
¿Él fue su primer profesor?
Bueno, profesor, como tal, no hemos tenido, pero él era mi ídolo, y lo sigue siendo. Date cuenta de que nosotros venimos de una familia de artistas, de músicos, y entonces en la casa siempre había un motivo para festejar y para estar escuchando música y tocando, ¿no? A mi madre la teníamos amargada con los cacharros, con los tambores, la pobrecita…
Todo el día pegando porrazos, ¿no?
No veas [risas]. Como digo, mi hermano Ramón Porrina ha sido uno de los mejores percusionistas, era una escuela muy grande, junto a Rubem y Antonio, y, claro, yo lo tenía en casa. Para mí, tú verás, eso era un privilegio.
¿Qué música se escuchaba en casa?
Siempre a Camarón, porque te explico: yo tenía un hermano, que murió, que me sacaba a mí diez años. Tenía parálisis cerebral de nacimiento, entonces él solamente escuchaba Camarón. Si le quitabas a Camarón, formaba un escándalo. Y si le querías poner a otro, se daba cuenta que no era Camarón. Y entonces en mi casa se le escuchaba desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la mañana, pero todos los discos de Camarón. Y luego, aparte, se escuchaba siempre flamenco. Mi padre escuchaba mucho a mi abuelo Porrina, o a Sabicas, o a Manolo Caracol, no sé, siempre flamenco. Yo era un poco el más rarillo, porque a mí me gustaban otras músicas. Iba a la casa de mi hermano Paquete y le robaba los cedés, porque él siempre escuchaba otras cosas.
¿Cuándo se recuerda a sí mismo, sentado sobre el cajón, empezando a hacer sus pinitos en la percusión?
Pues mira, mi primera gira yo la hice por mi hermano Ramón, precisamente, porque él grabó el primer cedé de Niña Pastori. Y me acuerdo de que un día estaba en la casa y me dijo que no podía ir a la presentación de un disco de una muchacha que había salido nueva y tal, “le he dicho que vayas tú”. ¡Y yo tenía 12 años! Digo, “pero, ¿qué dices?”. Que sí, que vale, que vas a ir. Y al final fui a ensayar, hice la presentación en la Sala Caracol en Madrid, me acordaré todavía. Y a los pocos meses me llamaron para irme de gira, y esa fue la primera gira que yo hice ya así como grande, como profesional. Lo recuerdo, eran 13 años recién cumplidos. Antes de eso había tocado a veces, a lo mejor había tocado en Madrid con el tío Pepe Habichuela. Y fui también con Nina Corti a Alemania, con mi tío Guadiana, que lo llevaba a él. En fin, había hecho cositas, pero así lo que era de gira y eso, ya con María… Que me saca a mí cinco años como mucho. Tendría 16, 17 años, o sea, era una cría.
«Recuerdo un día que estábamos en un festival en Puerto Rico. Estaban Michel Camilo, Chick Corea, Rubén Blades, Abraham Laboriel… Una cantidad de artistas increíbles. Y llegó Paco, y todo el mundo se puso firme. Y yo dije, joder, si esta gente que son genios de la música, cada uno en su género, ¿qué transmite él para que la gente le tenga ese respeto y esa admiración?»
Esa generación siguiente a la generación de Rubem, la de su hermano, la de Antonio Carmona, Lucky Losada, Bandolero, Chaboli… ¿Se diferenciaba mucho de la de hoy?
A ver, la evolución siempre es buena, y creo que los jóvenes hoy tienen mucha más información que nosotros. Por ejemplo, yo ya tengo 42 años, ya soy un viejo. Nosotros no teníamos la tecnología que tienen ellos, si quieren ver un vídeo de un fulanito que vive en un pueblo de Cuba que toca no sé qué y se llama no sé cuánto, seguramente que hay un vídeo de él. Antiguamente nosotros no accedíamos a nada de eso. Había muchos tocando, muy buenos todos además, y cada uno era un estilo diferente, que era lo que realmente molaba. Yo era el más jovencito de aquella generación. Yo aprendí mucho de Chaboli, me encantaba, era… Bueno, sigue siendo un bicharraco, pero en aquella época él me enseñaba muchas cosas de las congas. El Lucky, por ejemplo, del baile. Bandolero también iba con Joaquín Cortés. Y Ramón también. Era una época muy bonita, estábamos todo el rato locos por tocar y locos por aprender. La generación de hoy toca muy bien, tiene muchas cualidades. Y están muy evolucionados, la verdad que es una maravilla verlos tocar, a los jóvenes.
Quería preguntarle precisamente por dos cosas que ha comentado. Una es el baile. ¿Cree que ha influido sobre el cajón, que lo ha llevado en una dirección determinada?
A ver, hay gente que sabe tocar muy bien para bailar. Son especialistas en eso. Por ejemplo, Lucky Losada, para mí es un percusionista que ha creado una escuela dentro de lo que es el baile. Yo creo que no hay ningún bailador que no haga un remate de Lucky. ¿Sabes lo que te digo? Lucky ha creado una escuela que todavía sigue, y seguirá siempre. Marcó una época muy fuerte. A mí me gusta más tocar, por ejemplo, para cantar o algún guitarrista. Hay otros que les gusta tocar más para el baile. Es bonito tocarlo todo. Son épocas, ¿no? Yo cuando era joven tocaba más con Sara Baras. Estuve tiempo con muchos bailadores, casi todos. Pero con los cantaores y guitarristas me identifico más, me siento más cómodo, la verdad.
La otra cosa sería: ¿qué influencia cree que tuvo la percusión latina en el cajón? La gente que ya empezó a escuchar a Giovanni Hidalgo, a Changuito, ¿incorporó elementos al cajón?
Sí, los culpables fuimos nosotros. Ahí tuvimos la culpa. Yo creo que ha sido para bien. Chaboli y yo escuchábamos mucho a Giovanni. Desde el primer día que vi a Giovanni me volví loco. Y a Changuito igual, porque vi una manera de tocar y una musicalidad que a mí me impactó mucho. Los ejercicios que hacían ellos, en el cajón eran muy agradecidos, porque en la conga es muy difícil, pero en el cajón es más fácil hacerle sonar. Esa influencia la pillamos. Sí que me siento un poco culpable, en buen sentido de la palabra. No yo solo, sino toda esa generación que incorporó un poquito las técnicas y la manera de tocar y hacer ritmos latinos, por ejemplo, en el flamenco. Como he dicho antes, es bueno evolucionar y escuchar cosas, pero siempre sabiendo dónde uno está y de dónde viene.
Bueno, usted por mucho que coja de los latinos se sentirá flamenco toda tu vida, ¿no?
Es la sangre, aunque me encanta la salsa, el latin me vuelve loco, me gusta mucho la rumba cubana y me gusta mucho la percusión en sí. Pero lo que realmente me llena es lo mío. A mí me gusta comer de otras músicas, pero siempre sin perder lo que realmente uno sabe hacer, que es el flamenco, ¿no?
Cuando dice que descubrió a Giovanni, ¿fue en vivo, o en disco o en vídeo?
Yo la primera vez que escuché a Giovanni lo escuché con Chaboli. Y él tenía un vídeo por ahí que le habían pasado. Bueno, eso era una locura. Y luego unos discos que Giovanni sacaba. Yo iba a comprar discos como un loco en aquella época.
Sí, yo también estuve en mi momento encandilado con el Villa Hidalgo, el Time Shifter y todos aquellos grandes álbumes…
Sí, totalmente. Y los vídeos… Esta anécdota es muy graciosa, porque yo iba a tocar percusión en una tienda que había en calle Valverde, en Gran Vía, y ahí tenía los vídeos de Giovanni. Y claro, esos vídeos costaban un dineral en aquella época. Hasta que empecé a trabajar y me los compré todos, todos los que había. Eso le dije al encargado, dámelos todos. Me fui a mi casa y a mi padre y a mi madre los tenía amargados, no podían ver la tele. [risas] Uno toca porque le gusta la música, sin saber lo que te va a deparar el futuro ni adónde puedes llegar. Y esa gente lo que ha hecho es tocar, tocar, tocar, sin saber la magnitud de lo que estaban haciendo. Y yo creo que cada percusionista de todo el mundo mundial hace siempre algún recurso de Giovanni o de Changuito, o de Tata Güines. Eso es la Biblia de la percusión.
«Todo el mundo, da igual que se dedique a flamenco o no o que sea músico o no, canta una falseta de Paco, la música de Paco es cante. Es un enviado de Dios para darnos alegría, para alegrarnos del alma y del corazón»

Bueno, Diego El Cigala se llevó en una gira a Changuito y a Tata juntos, ¿llegó a conocerlos en persona?
Sí, claro. Mira, yo grabé lo de las Lágrimas Negras, el primero, y luego vino el maestro Tata Güines, en paz descanse, y Changuito, y luego hicieron una gira, aunque yo ya estaba con Paco. Y fue mi hermano el Sabu, el menor, y coincidimos en Madrid en un porrón de sitios. Yo era un loco de esa gente, como te repito, y a mí me gustaba estar con ellos tomándome un café, porque eran gente de arte, además muy parecida a la gente flamenca y nada más que querían reírse y tocar, y eso es una maravilla.
Paco, ¿cuándo aparece en su vida?
Paco aparece en mi vida desde que yo era un bebé, como la hija recién nacida que tengo ahora. Paco y Camarón, entre los flamencos, entre los gitanos, es una cosa… ¿cómo te puedo explicar? Es muy gracioso, yo se lo explicaba a él siempre que íbamos a estudiar. Le decía, maestro, es que ustedes han creado algo tan bonito y tan de verdad que la gente que no os conoce os tiene como familia. Tú le preguntas a cualquier flamenco, a cualquier gitano sobre Camarón o sobre Paco, y es algo que lo tienen como propio, ya no porque sean los mejores artistas ni los maestros; es algo de querer, de amor, de sentirlo tuyo. Y yo, claro, en la casa siempre los había escuchado a ellos dos, y era una locura. Nunca imaginé, ni se me pasó por la cabeza que yo podría llegar a tocar con Paco, en mi vida.
¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se lo encontró en persona?
Sí, yo una vez fui a recogerlo, pero entonces era un niño. Chaboli pasó por el estudio a recoger algo, un instrumento, en Musigrama, y estaba él allí. Yo ni pasé, me quedé muy serio así, en la puerta. Me dio miedo y ni pasé. Y luego para lo de Cositas buenas me llamó Javier Limón, “mira, que quiere Paco que vengas a grabar”. Y yo me puse muy nervioso, me descompuse pero de verdad, me puse malo. Y una vez estuvimos en el estudio, la verdad que a mí ese disco me volvió loco, pero yo no podía tocar, estaba atacado, era imposible. ¿Cómo vas a tocar delante de ese hombre? Al final terminamos el disco y todo bien, muy guay, era siempre muy simpático, muy buena persona, le encantaba reírse.
Y fue solo el principio…
Sí, luego me llamó por una gira, la primera que hizo cuando cambió de grupo, y yo me puse tan nervioso que le dije que no. ¡Imagínate! [risas] Le dije que no, que no iba. Y me dice el Javi Limón, pero cómo vas a decir que no… Y yo sin moverme de ahí. Entonces llamé a mi hermano Paquete y le digo, mira que me ha llamado Paco y yo le he dicho que no. “¿Qué le has dicho qué? Mira, te doy dos minutos para que le llames, ¡pero ya! O te cojo y te parto la cabeza”. “Vale, vale, vale”. Entonces lo llamé, me acordaré toda mi vida, estaba yo en Sevilla, iba a tocar una cosa en la Bienal, y le digo: “Maestro, que soy yo, Piraña”. “Hombre, Piraña, pues mira, ahora mismo, como me has dicho que no, estaba llamando a Tino di Geraldo para que se venga, ya que tú no quieres hacerla”. Y ya empezó ahí con la guasa, pero al final me fui de gira con él a Estados Unidos, volvimos, volvió a cambiar el grupo y yo seguí con él, y así me pegué once años a su lado, los mejores de mi vida, la verdad.
¿Cómo fue la relación entre Paco y Javier Limón? ¿Qué cree que le aportó al maestro?
Pues aportarle, nada, porque a Paco no le hacía falta nada, la verdad. Lo que pasa es que Paco era una persona muy sencilla, y Javi en ese momento todo se lo ponía sencillo. ¿A Paco qué le va a aportar ni Javi ni nadie musicalmente? Eso es impensable.
O sea, que fue la sencillez y la facilidad, y luego también le abrió una puerta a la tecnología ¿no?
Sí, fue el que le puso las pilas con el ProTools, que Javi manejaba y sigue manejando muy bien, y claro, Paco no estaba enterado de cómo iba eso, pero vamos, a los 15 días ya estaba grabando él solo, ¿eh? Era un superdotado. Javi sí estuvo ahí, la verdad es que le facilitó mucho las cosas, el estudio y la comodidad.
«Están todos esos guitarristas, que para mí son gloria bendita, y luego está Paco. Ya no es por tocar mejor, ni por tener más técnica, es que es todo. La composición de Paco, la manera de cantar, es que no tiene nada que ver, es otra cosa. Él era un loco del ritmo, le gustaba mucho que el tiempo no se moviera, ni para arriba ni para abajo. A lo mejor suena un poco brusco lo que estoy diciendo, pero es verdad. Era una locura ese hombre»

Cuando usted se mete en el estudio con él y cuando empiezan con las giras, usted ya ha tocado con guitarristas buenísimos. ¿Qué tenía Paco de especial?
Yo antes de tocar con Paco, creo que del cien por cien de los guitarristas flamencos toqué con el noventa por ciento: con Tomatito, con Vicente, con Gerardo también un par de veces… Uno que me faltó fue Manolo Sanlúcar. Pero te puedo asegurar que están todos esos guitarristas, que para mí son gloria bendita, y luego está Paco, ¿sabes? Ya no es por tocar mejor, ni por tener más técnica, es que es todo. La composición de Paco, la manera de cantar, es que no tiene nada que ver, es otra cosa. Él era un loco del ritmo, le gustaba mucho que el tiempo no se moviera, ni para arriba ni para abajo. A lo mejor suena un poco brusco lo que estoy diciendo, pero es verdad. Era una locura ese hombre.
Estamos hablando de un músico, efectivamente, obsesionado con el tiempo y superdotado para el compás, que controlaba las dinámicas como nadie, que tenía el metrónomo incorporado. ¿Cómo se prepara un percusionista para estar a la altura de alguien así?
Mira, en la primera gira que hicimos en EEUU nos fuimos a hacer como cuarenta días o algo así, y lo pasaba muy mal. Él se había pegado 27 años, creo recordar, con el antiguo grupo, que para mí ese grupo, bueno… El sonido del sexteto de Paco era el sonido de toda mi niñez y de la de mi generación, y de antes de mi generación. Ese era el sonido del grupo de Paco. Yo también lo pasaba muy mal porque me decía “¡es que te bajas de ritmo!”. Claro, nosotros los flamencos estamos acostumbrados a tocar un poquito más rápido la falseta, cuando llegas al canto te bajas un poquito el ritmo… Y sufría ahí, le tenía mucho respeto, ¡y me daba miedo! Lo veía en el escenario y me imponía, me temblaba el cuerpo. Entonces un día me dice “¡niño, que te bajas de ritmo!”, “¿pero qué quieres que haga, maestro?”, “tienes que estudiar con metrónomo, te voy a regalar uno”. Y yo, entre lo nervioso que estaba, que me bajaba de ritmo, no sé qué… pensaba: “Este hombre, cuando termine la gira, me va a pegar una patada en el culo y me va a echar, normal, es que no veas la que le estoy liando“. Y luego ya cuando volvió a llamarme para hacer la gira del 2004, yo me dije: “Bueno, tengo dos opciones, o seguir tímido, o coger un poquito de confianza y tocar un poquito más relajado, porque si no va a ser imposible. Y ahí fue cuando empecé poquito a poco. Es verdad que los percusionistas de flamenco tendemos mucho a bajarnos, y no, a él le gustaba ir a una velocidad, y la dinámica era muy importante, mucho. Mira, tú tienes que darte cuenta de una cosa: todo el mundo, da igual que se dedique a flamenco o no o que sea músico o no, canta una falseta de Paco, la música de Paco es cante. Es un enviado de Dios para darnos alegría, para alegrarnos del alma y del corazón.
Eso se puede decir de pocos.
Esa manera de componer, esa manera de transmitir, ese ritmo, ese sonido… Son muchas cosas, te puedes pasar hablando de él un día entero sin parar, porque son muchos detalles. En mi casa yo no lo escucho porque me da mucha tristeza y me pongo mal, pero el otro día me lo puse, y te lo juro me pegó un panzón de llorar, porque no se puede tocar mejor la guitarra, no se puede transmitir más, no se puede ser más musical. Es todo.
Usted empezó con el grupo de El Negri y de La Tana, ¿no? ¿Qué cree que él estaba buscando en ese momento?
Pues la verdad, yo no lo sé bien, porque date cuenta de que él se pegó toda la vida con su grupo, y tenía un sonido, como te he dicho antes. Entonces claro, él cuando fue la primera gira yo creo que también estaba un poco despistado dentro del panorama de la juventud. No por nada, sino porque vivía lejos, no estaba en Madrid ni por aquí. Luego cuando volvimos se cambió el grupo, entró Antonio Serrano, entró la Montse y no me acuerdo quién más…
¿Alain?
Alain ya estaba, yo y Alain entramos a la par, fuimos a grabar y nos llevó para la gira de Estados Unidos. Y al regreso, nos quedamos yo, Alain y La Tana. Y luego llamó a la Montse y al Duquende. Y al Niño Josele, también.
¿Y usted sentía que él estaba intentando conectar con la gente nueva?
Date cuenta, claro, si tú llevas toda la vida con un grupo, cambiarlo es muy difícil, tío, y más cuando tienes hecho tu sonido y tus cosas. Pero Paco era demasiado grande. Es más, el otro día cuando lo escuché, me puse un concierto, no sé si es en Alemania o dónde y sin querer ya tenía otro sonido el grupo, ya había metido elementos que… Tú, por ejemplo, ahora mismo escuchas una armónica y te recuerda a Paco. Para que tú veas la amplitud que tenía ese hombre, cómo músico, o sea, ha hecho que Antonio Serrano, que para mí es uno de los mejores músicos del mundo, suene flamenco. Coger a unos niños más jóvenes y que le diera otra tonalidad, y que de pronto pase el tiempo y de pronto suena una nota y dices tú “ese es el grupo de Paco…” Es muy bonito.
«Paco era un genio como guitarrista, para mí el mejor músico de la Historia, pero como persona todavía era mejor. Ayudó a mucha gente que nadie sabe, no quería que nadie se enterara. Siempre en silencio, eso dice mucho de una persona»
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¿Cómo fueron las relaciones entre ustedes, ‘los niños’, cuando empezó la gira? ¿Cómo se creaba esa familia desde el principio?
Te voy a ser muy sincero. Yo soy un tío muy guasón, a mí me gusta mucho reírme, ¡y Paco era peor!, le encantaba achicharrar a la gente, hacer reír a la gente, e hice muy buenas migas con él. También él conocía mucho a mi abuelo, que en paz descanse, a mi padre, a mi tío, siempre los flamencos se conocen todos. Pero yo tenía mucha buena amistad con él por eso, a mí me gusta mucho comer y a él también, y entonces estábamos todo el rato riéndonos y buscando motes, y echando a pelear a unos con otros, a Alain con Antonio Serrano, a Serrano con Alain… Fíjate que mis compañeros me dicen que soy el achicharrasangre profesional, pero lo de él, te lo juro, yo no he visto nunca una cosa igual. Aparte a nosotros nos cuidaba, éramos muy jóvenes, claro, se reía de vernos tan jóvenes ahí. Le gustaban mucho las reuniones en las habitaciones del hotel escuchando música, eso era una maravilla.
Eso me contó también El Negri, que le gustaba que cada uno pusiera música. ¿Y recuerda conversaciones con él que no tuvieran que ver con la música?
Siempre, sobre todo de comida, de comida yo y él. Hablábamos mucho de todo, Paco nos enseñaba mucho a todos los que hemos estado cerca de él, ¡incluso sin estar cerca! A ser humildes, porque era una persona muy humilde siendo quien era. Yo recuerdo un día que estábamos en un festival, me parece que era en Puerto Rico, y estaban Michel Camilo, Chick Corea, Rubén Blades, Abraham Laboriel… Había una cantidad de artistas increíbles. Y llegó Paco, y todo el mundo se puso firme. Y yo dije, “joder, si esta gente que son genios de la música, cada uno en su género, ¿qué transmite él para que la gente le tenga ese respeto y esa admiración?”. Paco, te lo digo yo porque lo he vivido con él, podía estar en una chabola con los gitanos más canasteros del mundo, y al día siguiente podía estar comiendo con el rey de España. Tenía esa virtud. Es más, íbamos al Este de Europa, y teníamos cerrado un sitio para cenar, pero había un sitio donde había unos gitanos, y él decía “no, no, donde los gitanos”. Y el restaurante estaba en medio de un río, casi una chabola, la peor comida que he comido en mi vida. Lo hacía por disfrutar de cómo tocaban los gitanos, en ritmos de 5, de 9, de 11… Y nos quedábamos allí hasta las dos o las tres de la mañana.
¿Qué era lo que más le gustaba comer?
El pescado. Los boquerones [risas]. Me río porque en una de las giras tenía muchas ganas de comerlos, pero en todos los sitios adonde íbamos los hacían muy mal. Y en Italia se metió en la cocina y, al lado de la freidora, le dijo al cocinero cómo tenía que hacerlos. Y cuando le trajeron los boquerones como él quería, estaba gozando, decía “¡qué alegría!”. Me acuerdo de que llegué de la gira y, como mi mujer cocina muy bien, me hizo una bandeja de boquerones con un tomate y le mandé la foto. Se moría de risa. “Las fatigas que hemos pasado para comer boquerones, y mira lo que me esperaba al volver a la casa”.
Hay quien piensa que se volvió más gitanista que nunca con el segundo grupo. ¿Alguna vez habló con él de eso?
Mira, Paco para mí era como un gitano viejo. En el primer grupo nunca había llevado a gitanos con él, y en el segundo cogió a una juventud que sí lo era, pero no lo hacía por nada, solo por reírse y pasarlo bien. A Paco no le hacía falta llamar a gitanos ni gente no gitana, llamaba a quien le apetecía. Creo que ha sido un creador tan grande, que ahí termina lo del gitano y lo del payo. Tú no le puedes hablar malamente a un gitano de Paco, porque te coge y te pega. Te voy a contar otra anécdota muy buena, y muy personal, para que veas la magnitud de esto: él dejó dicho a su familia que el día que él faltara, que por favor lo cogieran los gitanos, los flamencos, los que realmente lo querían ahí. No quiere decir que seamos solo los gitanos, sino la gente que él sabía que lo querían de verdad. Nosotros íbamos a un concierto ante cuatro mil personas, y si había un ole a tiempo, él sabía que había dos flamencos ahí. Y él tocaba para esos dos flamencos. Paco era el flamenco de verdad.
¿Usted lo vio pasarlo mal antes de salir al escenario?
Sí, se ponía nervioso. Y yo lo hablaba con él, “pero maestro, ¿esos nervios?”. “Es que es mucha responsabilidad”. Es normal también, pero qué va, una vez que salía y tocaba la rondeña, era una maravilla.
¿Recuerda alguna noche que estuviera más fallón de la cuenta?
Sí, claro, me he pegado once años con él. Mira, a mí me gustaba más Paco cuando fallaba que cuando lo hacía bien. Tú ves a Paco de joven y era superrápido, pero esta última época era todo más rítmico, más cantado. Cuando fallaba se rebuscaba de otra manera, improvisaba, y me gustaba mucho. Y cuando se enfadaba y arreaba, tú verás. Sacaba los leones, como él decía.
«Yo le decía, maestro, es que ustedes han creado algo tan bonito y tan de verdad que la gente que no os conoce os tiene como familia. Tú le preguntas a cualquier flamenco, a cualquier gitano sobre Camarón o sobre Paco, y es algo que lo tienen como propio, ya no porque sean los mejores artistas ni los maestros. Es algo de querer, de amor, de sentirlo tuyo»

¿Con ustedes era muy estricto?
Qué va. Solo quería reír y pasárselo bien. Conmigo se mataba algunas veces, llegaba cinco minutos tarde y me decía, “niño, eres un sinvergüenza, voy a hablar con tu padre. ¿Quién te piensas que eres? ¿Cinco minutos yo esperándote?” [risas] Y luego yo le gastaba bromas a él, y así estábamos todo el día. Paco era un genio como guitarrista, para mí el mejor músico de la Historia, pero como persona todavía era mejor. Ayudó a mucha gente que nadie sabe, no quería que nadie se enterara. Siempre en silencio, eso dice mucho de una persona.
¿Ha encontrado alguna vez a guitarristas que estuvieran celosos de él?
El guitarrista que piense eso tiene un grave problema psicológico. Es como si yo me quisiera comparar con Giovanni, sería un gilipollas con todas las letras [risas]. Si piensan eso, tendrán un trauma muy grande.
La época que le tocó compartir a usted, Paco ya viajaba con su familia. ¿Era un Paco más tranquilo, también?
Creo que sí, viajaba siempre con Gabriela y con la Antonia y el Diego, le gustaba mucho estar con ellos. Y luego había giras que no podían venir, y estábamos nosotros, normal. Recuerdo una anécdota muy buena, cuando vino el Rubio, porque Duquende no pudo venir, se lo recomendaron Antonio Sánchez y El Farru. Y me dice, “¿cómo canta el niño este, el Rubio de Pruna?”. Y le digo “canta muy bien”. “No, dime la verdad”. “Canta muy bien, maestro, no sé cómo le va a gustar a usted, pero canta muy bien. “Es que sé que El Farru lo está llamando, porque como es su cantaor, seguro que lo quiere para que le diga muchos oles cuando salga…” [risas]
¿Más anécdotas de aquellos tiempos?
Mira, otra es cuando estábamos un día en Canarias. Cogió un amigo suyo, el Luis de Algeciras, y le dijo: “Luis, métele miedo a este mánager nuevo que tenemos”. Y Luis lo llamó por teléfono sin decir quién era, bordeándole, y no veas la que lio con eso: el pobre mánager contándonos que lo tenían amenazado… Y él riéndose, era su amigo que lo tenía al lado en la mesa. [risas] Y otra vez llegamos de gira a un sitio, y se pone a contar que a otro amigo suyo que vivía en Mallorca, Juan, que hacía guitarras con él, lo habían metido preso por meterle mano a no sé quién en un cine. Estuvo un mes muerto de risa con eso.
Tenía bromas fuertes.
Muy pesadas, muy pesadas, pero le encantaban.
¿Jugó al fútbol con él?
Sí, en Brasil, en Río de Janeiro. Me acuerdo de que un día Farru no vino, y no veas, yo llevaba veinte años sin jugar, el otro igual… Así que nos metieron una paliza. Al día siguiente, su sobrino el Antonio se había venido arriba, “los flamencos contra nosotros, tito”. Y lo que no sabía es que el Farru corre como una liebre, así que cuando vino, le dimos nosotros un palizón. Me acuerdo de que le hice una carga a Paco sin querer y se fue al suelo, y le pregunté “maestro, está usted bien”. “Sois unos blandos que no valéis para nada”. Empezamos a ganarles, y cada vez que metíamos un gol nos tirábamos por la arena, riéndonos. Y él, “¡Antoñito, métele el pie al Farru, que no pasa nada!”. Desde entonces llamaba a Farru el niño repelente, “este niño repelente que lo hace bien todo, baila, canta, juega al fútbol, toca la guitarra…” [risas]
«Nosotros íbamos a un concierto ante cuatro mil personas y si había un ole a tiempo, él sabía que había dos flamencos ahí. Y él tocaba para esos dos flamencos. Paco era el flamenco de verdad»
¿Llegó a estar con Paco en Cuba?
Sí, claro, estuve con él. A Paco le gustaba mucho la salsa, le encantaban los Van Van, también el Gran Combo de Puerto Rico… y Parrita. Antes de dormir me acuerdo que le ponía a los niños a Parrita. Y a veces cuando estábamos de gira, nos decía, “vamos a llamar al Vicente, que nos vamos a reír mucho”. Y llamaba a Parrita y le preguntaba “Vicente, ¿qué has comido hoy”. “Paco, hoy me he hecho un arroz con tres o cuatro conejos que me han salido buenísimos” [risas]. Era muy bonito.
En el disco de Canción andaluza ya está ese posible viraje de Paco hacia lo latino, con Oscar d’Leon.
En Puerto Rico le hicieron una fiesta privada y vino el Gran Combo a cantar, me acuerdo, lo pasamos muy bien, muy bien.
Usted también estuvo en su último disco, Canción andaluza, ¿no?
Sí, sí, yo grabé con Paco tres discos, y el último fue ese. Fuimos un día allí yo y el Alain. Me reí mucho, como siempre, nos puso un pescado muy rico, un vino muy rico también. Era una locura, mirabas el ordenador y había veinte pistas digitales. “Pero maestro, ¿cómo sabe usted dónde está cada guitarra?”. Pero estaba entusiasmado, me decía: “Mira, escucha esto que tocaba Melchor de Marchena, y yo he intentado hacerlo igual-igual para que suene como de la misma época”. Me ponía el original, y lo había clavado.
¿Le habló del concepto de ese disco?
Él tenía un recuerdo de un gitano que iba a cantar a su casa, no recuerdo cómo se llamaba. El Tuerto, creo que era.
Rafael el Tuerto.
¡Eso es! Y decía que tenía esa voz metida en el sentido. Y también le venía de Marifé, de la época en que se escuchaba tanta copla en España. Hablaba de que le encantaban sobre todo los dos, El Tuerto y Marifé. “Nosotros cuando éramos pequeños, mi padre traía a un hombre que se llamaba Rafael El Tuerto, que tenía una voz muy grave, y nunca me he olvidado de él”.
¿Recuerda cómo le llegó la noticia de su muerte?
Sí, yo estaba trabajando en Barcelona, habíamos estado toda la noche hablando de él, Barullo, de los Farruco, Camarón de Pitita… Y cuando llegué a la casa, me dormí y de madrugada me lo dijeron. Me llamó Antonio Serrano. Lo pasé muy mal de verdad, yo tenía mucho apego a ese hombre, me dio mucha pena de la manera en que lo hicieron aquí en España, lo que era ese hombre y de la manera en que hubo que hacerlo para traerlo… Me hizo mucho mal. Una desgracia de esa manera, estando tan lejos, tendrían que haberle dado a la familia otras facilidades.
«En mi casa yo no lo escucho porque me da mucha tristeza y me pongo mal, pero el otro día me lo puse, y te lo juro me pegó un panzón de llorar, porque no se puede tocar mejor la guitarra, no se puede transmitir más, no se puede ser más musical. Es todo»

¿Cuántas veces se acuerda usted de Paco, en su vida cotidiana?
[Hace una larga pausa] Yo me acuerdo todos los días. El que haya conocido a Paco, se tiene que acordar a diario de él. Es algo que ya forma parte de tu vida, si no es por una comida es por una música, si no por una anécdota… O escuchas a un músico nuevo y te acuerdas.
¿Le han removido mucho los homenajes de este año?
Yo siempre tengo la sensación de que voy a volver a verlo, se lo digo a mi mujer, o de que me va a llamar en cualquier momento. Es algo que está ahí. Ha sido muy bonito, muy emotivo todo lo que hemos estado haciendo, con los músicos aportando todo lo que pueden. Es que nos ha dado tantas cosas buenas. Yo toco el cajón porque él vio el cajón en una fiesta un día y dijo “dámelo”. Y se lo dio a Rubem, llegaron a España… Y ahora vivo de eso. Yo uso un 47, de bailaor no habría podido [risas]
Rubem me contó que le había conocido a usted en la barriga de su madre. ¿Es así?
Totalmente. Rubem es muy bueno, nunca está enfadado, siempre tiene una sonrisa. Y yo lo veía de pequeño en los vídeos del sexteto, y luego mi padre me llevaba al Conde Duque y muchas veces él iba, y yo lo veía tocando el cajón con esas trenzas… Era una locura.
¿Alguna vez le dio algún consejo?
Él era muy amigo de la familia, date cuenta de que de él hemos salido todos, él es el árbol y de ahí hemos salido todas las ramas. Me veía tocar y se reía, se moría de risa.
¿Cómo diría que está el cajón hoy, quién le interesa del panorama actual?
Los hay muy buenos, me gusta mucho Juan Carmona, el hijo del Camborio, para mí un percusionista superfino. Me gusta el Ané, me gusta Paquito Vega, me gusta mi sobrino el José, me gusta Manu Masaedo, el Kike, el Montaña…. Hay muchos buenísimos, unos más flamencos que otros. Y me encanta verlos, voy aprendiendo, comiendo de la nueva generación, que es de lo que se trata. Date cuenta de que el cajón es un instrumento que se puede utilizar en muchas músicas, pero uno tiene que identificarse con el flamenco, que es de donde venimos. Y los percusionistas pecamos de tocar mucho y escuchar poco. Yo soy el primer culpable de meter mucha técnica y hacer muchos redobles, y de que los percusionistas seamos tan pesados, pero lo más bonito es escuchar y acompañar.
¿No cree que después de adquirir una técnica avanzada, lo difícil es abrir espacios, a crear silencios?
Totalmente. Hay gente que tiene la técnica por naturaleza, otros que la adquieren estudiando, en todo caso algo que se puede coger. Y la velocidad igual. Pero como dices, los silencios son muy importantes. Si conseguimos tener ese equilibrio, puede ser un instrumento muy bonito. ♦