Sábado 1 de marzo. 18:30 horas. El público que ha llenado el Centro Social Blas Infante aún no es consciente de la obra flamenquísima, tan bien contada y divertida que les espera. A primera vista, la decoración del escenario nos transporta a un lugar donde se arreglan coches, quizás una fábrica, un desguace o un taller. Hay piezas de coche suspendidas en el aire. Parecen ser partes de un Renault. En el suelo, neumáticos de ruedas y globos rojos cuyo brillante color reverbera sobre el negro de las gomas y de todo cuanto los rodea. Indudablemente, estos elementos tienen su protagonismo en el dicurso de la obra.
Inician la actuación el guitarrista Juan Campallo y Fran Roca con la flauta travesera. Es un día cualquiera, en un momento cualquiera, de cualquier lugar de Huelva. Entra El Choro en escena vestido con ropa de calle, despacio, mientras se despereza el día; se sube sobre tres neumáticos apilados en un montón, quizás desde ahí consiga ver con más claridad.
Se incorporan Jesús Corbacho, en su camiseta de futbol luce el número 10, el Pichichi, y Fran Roca, el dorsal 24 en su camiseta del Recre. Los tres colegas se sientan en los neumáticos e inician una animada conversación. ¿De qué hablan los amigos cuando se juntan? Pues de cualquier cosa que les interese. Todos hablan y se entrecruzan las palabras en una animada conversación que sólo ellos entienden, porque sus códigos no se comparten con nadie, son propios. Se oye decir sobre el murmullo de las voces:
– Tú estás siempre pendiente de toa la gente, Antonio.
Y estalla el compás a las palmas, los tres saben y se conocen, meten su música en palmas, porque las palmas en el flamenco no es solo golpear las manos. Las manos se convierten en un instrumento de precisión. Se revierte el debate. Súbitamente pasa un guitarrista por el escenario y da un taconazo en el suelo. Es la música que los llama. ¿El duende? ¿Una musa? Vamos por bulerías de Jerez.
Pero aquello que llevas en la sangre tira.
– Vamos a acordarnos de la tierra.
Fran Roca coge su armónica y llena el ambiente de aires de Huelva. Nos vamos por fandangos, por lo bajini, que estamos cantando pa nosotros…, aunque me voy no me voy, para rematar con un fandanguillo alosnero.
Los colegas se divierten jugando a hacer compas, están en su rollo y coronan a su amigo con un neumático que lo atenaza de responsabilidad. Ellos le reconocen su valía y su capacidad de artista, de buen bailaor, porque lo es y lo demuestra.
– Da gusto verlo bailar. Asín sí. Baila gitano, el mejor. Vamos arriba, campeón! Suenan los jaleos.
«El baile de El Choro es ese baile de hombre que tiene la sobriedad de lo aprendido y la libertad de lo interpretado. Un baile sin estridencias, elegante, con zapateados potentes y vertiginosos pero precisos en la medida. Un día cualquiera, los colegas se juntaron, sintieron el flamenco y transformaron lo cotidiano en arte»

Por cantiñas, Juan Campallo se hace dueño de la música para que El Choro baile. Con qué delicadeza Campallo hace vibrar las cuerdas de su sonanta. Se desata el flamenco, sevillanas, alegrías. Y la voz de Jesús Corbacho que lo envuelve todo.
– ¿Os acordáis de mi padre en la Renault trabajando? Nos llevaba a la feria de las colombinas.
Chispean unos tanguillos en los pies precisos de El Choro que tiene su taconeo personal, porque mire usted qué gracia tiene este país.
Bajan al suelo las piezas de los coches que estuvieron suspendidas hasta ahora y El Choro toma una a una cada pieza hasta que monta de nuevo el coche. Él espera que funcione. Aunque tiene una sobrada seguridad de que está realmente viejo.
El escenario queda cubierto por un humo rojo que lo envuelve todo, y el bailaor rompe su camisa, deja su torso desnudo, está de espadas al público, sin nada que lo cubra mostrando toda su vulnerabilidad.
Fran Roca le trae una camiseta de futbol también, en su dorsal el número 13. Juan Campallo también tiene la suya. Cantan a Estopa, en un viaje ilusionado, con la música sonando en la radio del coche a todo volumen. Son jóvenes de su tiempo que quieren sentirse libres.
Corre que me da la risa
La vida en un minuto
No pasa tan deprisa
Por si acaso disfruto
Acelera un poco más
Corre más que el veneno
que llevo dentro.
Juan Campallo rompe su timidez y se da una pataíta, cantan por soleá, el baile es libre y a la vez queda privado de libertad. Mal fin tengan los sueños. Continuan por guajira, pasodoble que aprovecha El Choro para hacer el toro con el capó del coche.
Yacen en el suelo los cuatro. Por bulerías con la armónica aires de garrotín.
– Ves cómo no era malo, te lo dije. ¡Hay que disfrutar!
El baile del Choro es ese baile de hombre que tiene la sobriedad de lo aprendido y la libertad de lo interpretado. Un baile sin estridencias, elegante, con zapateados potentes y vertiginosos pero precisos en la medida.
Un día cualquiera, los colegas se juntaron, sintieron el flamenco y transformaron lo cotidiano en arte.
Ficha artística
Prender (un acto de combustión), de Antonio Molina El Choro
XXIX Festival de Jerez
Centro Social Blas Infante
1 de marzo de 2025
Baile: Antonio Molina «El Choro»
Guitarra: Juan Campallo
Cante: Jesús Corbacho
Vientos: Francisco Roca






