Ha dicho Antonio Zoido Naranjo, el actual director de la Bienal, que el magno festival sevillano tiene que recuperar la sevillanía de sus principios, o algo así. Totalmente de acuerdo. Yo añadiría que también el sabor flamenco, pero la abrirá Israel Galván y la cerrará Dorantes. Galván, por cierto, con una obra ya vista, Arena, “aunque cambiada”, dijo Zoido en su encuentro con los medios. Seis miuras para el bailarín y coreógrafo sevillano.
Una cosa que podría hacer la Bienal es intentar contar la historia del flamenco en Sevilla, que nunca lo ha hecho. ¿Habría algo más sevillano que eso, en vista de que los naturales de la capital andaluza no tienen ni idea de cómo nació el flamenco y cómo esta ciudad fue vital para su consolidación y difusión? Algo sabe de esto Zoido, conocido gitanista y buceador en las raíces de lo jondo, aunque careza de experiencia como organizador de festivales de flamenco.
No estaría mal que durante todos los días de la Bienal hubiera un ciclo de cursos y charlas sobre la historia del flamenco en Sevilla. No es por dar trabajo a los flamencólogos e investigadores, sino porque hace mucha falta. Recuperaría el espíritu de aquella Tertulia El Arenal, de Sevilla, que creó y dirigió Silverio Domínguez Conde, el hijo de Silverio Franconetti, en el inicio de los años treinta del pasado siglo.
Fue en esta tertulia literaria donde por primera vez se empezó a hacer flamencología, dos décadas antes de que Anselmo González Climent llamara así al estudio del arte de lo jondo. Pintores, escritores, poetas y artistas del flamenco hablaron sobre este arte en aquella tertulia de El Arenal, cerca de la Maestranza. Entre otros, el cantaor Fernando el de Triana, cuyo libro, Arte y artistas flamencos (1935), empezó a forjarse entre este centro cultural y Coria del Río.
¿Y qué pasa con Silverio? ¿Es de recibo que no haya nunca nada sobre esta gran figura en Sevilla, siendo tan importante para la capital andaluza y el flamenco en general? Ni siquiera hemos conmemorado los ciento cincuenta años de su regreso a Sevilla tras su aventura sudamericana, en 1864. Un año más tarde, Silverio ya andaba por Sevilla organizando el gran salto del flamenco a los escenarios, en ese cambio que había que dar de los salones o las academias de baile al café cantante.
No estuvo solo Silverio en aquella gran labor. Manuel Ojeda Rodríguez, el célebre Burrero, estuvo con él codo con codo y los sevillanos no saben quién fue, si era trianero o macareno, de San Román o de San Juan de la Palma. Ni si quieran saben hasta cuándo y cómo vivió este gran empresario del flamenco, uno de los pioneros. Y hubo otros, como el cómico López Galea, el cantaor Juan Junquera, El Chino o Juan de Dios, uno de los hijos del cantaor y torero El Isleño, quien no solo dirigió el Filarmónico –conocido como el Café de Juan de Dios–, sino un café en Huelva, siempre compitiendo con Silverio.
Si la Bienal va a homenajear en esta edición a algunos pintores como Joaquín Sáenz o Francisco Moreno Galván, ¿por qué no a Silverio, El Burrero o al mismísimo Silverio Domínguez Conde? Alguien puede decir que esto no es competencia de la Bienal. Pienso que sí, que el festival tiene la obligación de formar a los aficionados y una manera de hacerlo es que conozcan estas cosas, cómo empezó todo y quiénes fueron los verdaderos protagonistas de aquella gesta. Y no estamos hablando de mucho dinero. Seguramente sería más económico que meter a Israel Galván a torear en la Maestranza.