¿Se puede cantar bien borracho? Sé que es una pregunta delicada, pero quien dice borracho dice un poco pintón. Tengo un buen archivo sobre los festivales flamencos de las décadas de los sesenta y setenta, sin duda las mejores de los clásicos festivales de los pueblos, de localidades como Utrera, Morón, Lebrija, Alcalá de Guadaíra, Mairena del Alcor, La Puebla de Cazalla o Ceuta. En estas dos décadas no solo había figuras de peso, consolidadas, como Mairena, Juan Talega, Perrate, Fernanda y Bernarda de Utrera, Fosforito, Terremoto, María Vargas, Joselero de Morón o La Paquera, sino jóvenes talentos como Lebrijano, Menese, Morente y Camarón.
En esa época iban las emisoras de radio a grabar los festivales para darlos luego en diferido, y algunas los retransmitían en directo. A veces escucho esas cintas y me lo paso bomba, porque hubo noches memorables en aquellos años. Tengo grabados todos los de Ceuta, donde mandaba Paco Vallecillo y cantaba cada año Antonio Mairena, entonces el amo del cante por derecho. En uno de ellos, el locutor, seguramente beodo, se deshacía en elogios hacia los cantaores en el fragor del directo, asegurando que habían aparecido los duendes, que no se podía cantar mejor de lo que se estaba haciendo esa noche en Ceuta.
Entiendo al locutor cuando escucho esas viejas y valiosas cintas, embriagado por el ambiente y la manzanilla de Sanlúcar, pero en realidad cantaban todos para tirarlos a los cochinos, desafinados, sin cuadratura, fuera del compás y dando ojana por un tubo. Borrachos como una cuba. Y con una tajada, créanme, no se puede cantar ni regular, por muy a gusto que se esté, aunque el que canta crea que ha desenterrado a Silverio, Chacón, Manuel Torres y Tomás Pavón.
Perrate de Utrera llegó a confesar en más de una ocasión que cuando lo llamaban para una fiesta privada, los señoritos lo emborrachaban para que cantara a gusto, con duende, para que se olvidara de todo y se centrara solo en el cante. Conocida es la anécdota que contó Federico García Lorca sobre la Niña de los Peines en una fiesta en Cádiz, en la que, al parecer, no acababa de sentirse a gusto. Entonces, según el poeta granadino, Pastora cogió un vaso de aguardiente, de Cazalla, y se lo bebió de un solo trago. Después del trago, dijo Federico que cantó como abrasada, con el duende enredado en la garganta. Según la hija de Pastora, Tolita, que fue gran amiga mía, esa anécdota fue un invento de Federico, porque la cantaora no bebía aguardiente, no fue bebedora. A lo mejor fue el propio Lorca el que estaba a gusto, y como era un genio escribiendo, le salió aquella genialidad literaria para la historia del cante jondo.
El hermano de Pastora, Tomás Pavón, grabó sus mejores discos cuando solo bebía leche, cantes como el Reniego seguiriyero de Cagancho o la debla trianera de Diego el Lebrijano. Por tanto, se ha hecho mucha literatura sobre esto, sobre la necesidad de los cantaores de beber alcohol para cantar con duende y pellizco.
En una ocasión, Chocolate cantaba en la localidad sevillana de Herrera, cercana al pueblo cordobés de Puente Genil. Estuve esa noche con él y nos bebimos una botella de agua de Escocia, sin hielo y en vaso de plástico. Rosa Montoya, su mujer, le decía que parara, que se iba a poner malo, pero don Antonio tenía ganas de beber esa noche. Cuando salió al escenario, ayudado por el guitarrista Antonio Carrión, se le olvidaron todas las letras, teniéndoselas que apuntar el citado guitarrista. El maestro cantó a gusto, pero sin ningún control sobre la técnica, sin oficio y con problemas de memoria. El que crea que canta mejor con varias copas es solo un iluso.