Al hilo de la polémica surgida por esa iniciativa de un grupo de gitanos que quiere que la Junta de Andalucía reconozca de manera oficial la importancia de esta etnia en la creación del flamenco, hago algunas consideraciones. En primer lugar me parece increíble que haya que pedir al Gobierno andaluz que reconozca algo que está más que aceptado y reconocido: que la participación del gitano andaluz en la creación del flamenco es algo incuestionable desde hace dos siglos. Pero el mismo derecho tendrían los no gitanos a ese reconocimiento público y jamás ha habido ni siquiera un intento de pedirlo.
A ver si ahora va a resultar que son los gitanos los que están marginados en el flamenco, cuando aquí lo que se ha venido cuestionando siempre, desde los orígenes de este arte, es la aportación de los castellanos, considerados poco menos que unos intrusos. Silverio Franconetti no tiene ni una peña en Sevilla, su tierra, y Mairena, La Niña de los Peines y Manolo Caracol tienen cada uno un monumento. Curiosamente, promovido por gachés. No hay constancia de que gitanos hayan promovido jamás un monumento a un artista flamenco no gitano.
Estoy totalmente de acuerdo en que se reconozca de alguna manera no solo la importancia del elemento gitano en el flamenco, sino el hecho de que lleven dos siglos interpretándolo y conservando la esencia. Pero cuidado, porque una cosa es reconocer esto y otra exigir que se acepte que es un arte de creación gitana. Que se empieza con eso y un día le niegan al payo el pan y la sal, algo que empezó con Demófilo y que anda ahora por lo que han llamado el blanqueamiento de lo jondo. Es decir, que hay demasiados payos en este arte. Ídolos falsos, que es como llamó una vez Antonio Mairena a Pepe Marchena, al que le negaron toda su vida el compás, el duende y el pellizco.
Si algunos gitanos pudieran, aquí no cantaba ni un gaché en un escenario, salvo los que ellos consideran gitanos blancos, o sea, payos con arte porque lo han aprendido de los gitanos. Por ejemplo, Paco de Lucía, quien, por cierto, contribuyó muy poco a acabar con esta eterna polémica de si esto es un arte gitano o simplemente un arte español, que no solo andaluz. Paco de Lucía llegó a decir que había vivido como un gitano, algo que no era cierto. Era lo menos parecido a un gitano y ya es hora de decirlo.
El que vivía como un gitano era Diego del Gastor, no Paco de Lucía. Entre otras cosas, porque Diego era gitano y no un payo acomplejado, como hay tantos, de los que reniegan hasta de su sangre con tal de que se les reconozca algo de flamenquería en sus maneras artísticas, aunque sean postizas. Recuerdo ahora, por ejemplo, cuando José Menese hablaba del payismo con cara de asco.
Tras esta iniciativa de esos intelectuales gitanos hay algo más que el mero intento de conseguir un reconocimiento oficial de la Junta, gitanista cien por cien, aunque ahora resulta que también está detrás del intento de eliminar el elemento gitano del arte flamenco, como si eso fuese posible, según se desprende de parte de ese informe que se ha presentado. ¿Eliminar al gitano del flamenco? Esto es tan mentira como que la mujer flamenca no está reconocida o alguna vez estuvo marginada. Son cosas que la verdad esconde.