Poco a poco voy dejando de ser un crítico de flamenco de los que van a los festivales de verano para hacer una crónica o crítica, o a los teatros de Sevilla. Casi cuarenta años desempeñando esa labor es más que suficiente. Sin embargo, lo que no voy a hacer nunca es dejar de escribir de flamenco. Me vanaglorio de haber logrado que el flamenco tenga un sitio en la sección de opinión de un periódico, en lo que se llama ya el columnismo flamenco. Tampoco suelo hacer críticas de discos y libros, porque me aburre ya eso de tener que decir si tal disco o libro son o no buenos.
La última vez que hice la crítica a un disco de guitarra, el autor de la obra me preguntó, con cierta guasa, que dónde había estudiado música, en qué conservatorio. Si no le interesaba la opinión de alguien con cuarenta años de experiencia y de haber escuchado a los más grandes de la guitarra, ¿de qué hablamos? ¿Es más importante la opinión de alguien que sepa solfeo, aunque no tenga ni idea de flamenco? En este sentido, recuerdo que cuando le hice la crítica a Tauromagia, unas de las obras más importantes de Manolo Sanlúcar, me escribió para darme las gracias y me dijo que jamás un crítico de conservatorio había visto lo que yo vi en ese disco.
Cuando llegué a la crítica, en el inicio de los ochenta, se hablaba de que había críticos que aceptaban dinero de los artistas. Un crítico puntero de entonces me confesó que su primer coche se lo había comprado un conocido cantaor, “aunque era de segunda mano”. Menos mal. Hoy no creo que circulen los sobres de agentes artísticos o los propios artistas, pero hay muchas maneras de comprar a un crítico. Dándole conferencias o presentaciones de festivales, por ejemplo.
Hace dos veranos la Federación de Entidades Flamencas de Sevilla me ofreció presentar el Festival de la Velá de Triana en 500 euros. Acepté, porque es un trabajo como otro cualquiera. Sin embargo, dos semanas antes del festival dije en mi periódico que la Federación era un desastre, y me quitaron del festival sin avisar siquiera. Fue otro compañero, quien no se molestó en llamarme para preguntarme qué había pasado. Así está esto de la crítica flamenca, aunque sé que generalizar no es justo.
Por supuesto, comuniqué a la dirección de Federación que jamás haría nada con ellos. Les dio igual, claro, porque si no lo hago yo lo hacen otros. Es una buena manera de que no salgan a la luz sus chapuzas y chanchullos. Un día les contaré cómo maneja el dinero público esa institución, que ha politizado totalmente a las peñas flamencas. Cómo dan vidilla a unos artistas e ignoran a otros, y cómo se ponen al servicio del político de turno.
Naturalmente no me estoy poniendo de ejemplo de nada, porque yo también he presentado festivales y luego he hecho la crítica de esos festivales, sobre todo para que quedara constancia por escrito en un medio público. El pasado sábado, día 7, presenté la XV Noche Flamenca de El Cerro de Coria y no hice luego la crónica en mi periódico. Es lo más honrado, aunque a mí no me va a comprar nadie por presentar un festival. Pero les aseguro que cuando hay dinero por medio, la objetividad queda resentida.
Lo he escrito ya, pero lo repito. La crítica flamenca casi no existe, porque, además de que no se paga, la hacen ya los propios artistas en las redes sociales. “Anoche me visitaron los duendes”, le leí un día a un conocido cantaor. Después de esto, ¿qué dices de ese cantaor? O qué dices cuando la mujer, el hermano o el hijo del cantaor también han dicho en las redes lo bien que estuvo en tal o cual festival. Es mejor alejarse y decir que todo el mundo es bueno.